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sexta-feira, 11 de janeiro de 2013

JOSÉ MANUEL SÁNCHEZ RON







«Si vivimos mejor, no es por la democracia, sino por la ciencia»
José Manuel Sánchez Ron Físico y académico de la RAE
• J. Ors. MADRID.


José Manuel Sánchez Ron es un hombre canoso pero con aspecto de subir los escalones de dos en dos. «Sin energía no hay nada», dice para comenzar la entrevista, como primer enunciado o titular. Ha publicado «Energía. Historia del progreso y del desarrollo de la humanidad» (Lunwerg). Un volumen amplio y profusamente ilustrado, donde explica cómo se construyeron las grandes pirámides, y no sólo por qué; la importancia que tuvieron los molinos de viento, más allá de las aventuras de Don Quijote, o lo fundamental que ha sido para el mundo la invención de la pila eléctrica, que apareció en 1800. Un recorrido por la historia de la ciencia y la tecnología, que siempre ha sido una historia ignorada, ninguneada.
-El desarrollo de la humanidad, sin la ciencia, no se entiende, pero, al mismo tiempo, se suprime en los libros.
-Es uno de los puntos que intento aclarar. Cuando miro la mayor parte de los libros de historia, descubro que predomina la historia política en todas sus manifestaciones. En ocasiones se han introducido consideraciones económicas. Pero el conocimiento científico escasea o no tiene presencia en esa historia general, como si la ciencia y la tecnología solamente creara divertimentos, algo que de vez en cuando produjera curiosidades. Pero esa carencia únicamente significa que no se entiende nada, porque hay que resaltar la centralidad de la energía en el desarrollo de las sociedades. La historia de la humanidad es una historia de la energía. Sin energía no hay nada, no hay historia. Es una limitación.
-Algunos de los grandes cambios provienen precisamente de este conocimiento.
-Sin la ciencia no se comprende la historia. Cada vez somos más conscientes. No serlo es una manifestación de ignorancia. El 31 de diciembre de 1999, no acababa el siglo, pero la revista «Time» dedicó su portada al personaje de los últimos cien años. Era Albert Einstein. En la editorial se explicaba cómo deberíamos ver la centuria pasada. ¿Cómo la extensión de los derechos civiles? ¿Por la época de las dos guerras mundiales? ¿Por nuestra Guerra Civil? No. El siglo XX será recordado por la ciencia. Si vivimos más y mejor, y tenemos más energía, no es por la extensión de los derechos civiles y la democracia, es por la ciencia y la tecnología.
-Hemos dejado la época de las humanidades para adentrarnos en un periodo científico.
-No debería ser así. Pero sólo hay que acudir a una librería, leer las noticias o escuchar las discusiones que existen respecto a temas tecnológicos y científicos, y ver que es algo menor. El conocimiento, salvo en los profesionales de estas ramas, es mínimo. Pero, sin embargo, nuestras vidas están empapadas de ciencia y tecnología. Sólo hay que detenerse a mirar los artilugios que nos rodean. Nuestro mundo es científico y tecnológico, aunque las materias que representan su estudio están infravaloradas frente a otras. Se reclama mayor presencia de las lenguas clásicas, como el latín y el griego. Y yo conozco bien la deuda que la humanidad y la cultura tienen contraída con esas lenguas, pero en la actualidad es más importante para los niños y los jóvenes tener una amplia base de física, matemáticas, química o biología y, por supuesto, de lengua española y de inglés. Lo otro también es importante, pero no en la práctica.
-La educación es el problema...
-Cuando se habla del problema de que la ciencia no forma parte de la cultura, es porque la cultura es un producto de la educación media, de la educación secundaria y de lo que leemos. Es un conocimiento que hay que inculcar en la sociedad a través de la enseñanza obligatoria, de igual manera que existen colegios bilingües. Entiendo las emociones que despierta «El Quijote». Es normal porque habla de los sentimientos, pero no existe, a la vez, ninguna excusa para que se tenga conciencia de que hay que proporcionar a los jóvenes una buena educación en matemáticas, química, física y biología.
-La filosofía y la ciencia tienen ahora puntos en común. Volvemos a una reconciliación de las humanidades con la ciencia.
-No recuerdo quién dijo en un momento: «Se dice que ahora existen menos filósofos. No es cierto. Es que en este momento se llaman Albert Einstein, Werner Heisenberg...». La filosofía hoy es más importante por las preguntas que plantea que por las respuestas que da. Las nuevas preguntas surgen del desarrollo científico, como en la investigación molecular. No estoy diciendo que las decisiones que tomemos estén determinadas por las posibilidades científicas. La ciencia es un instrumento que hemos desarrollado para ser más libres de los mitos, pero luego está nuestra decisión para poner límites a la aplicación de esos conocimientos.
-¿Los prejuicios están limitando la ciencia?
-La ciencia quiere decir los científicos. Y los científicos existen y han existido, algunos de ellos verdaderamente eminentes, con los mismos prejuicios que otras personas respecto al sexo o la religión. No es tan sencillo. La ciencia nos libera de los mitos. Considero que las religiones se nutren del temor a lo desconocido, a la incertidumbre de qué ocurre cuando morimos. Sin embargo, la respuesta que nos dan son mitos que se han transmitido a lo largo de la historia y que, en algunos casos, a mí me parecen ridículos. El método científico consiste en demostrar y predecir, pero la fe se basa en principios que no puedes demostrar. Hay científicos que compartimentan ambos apartados muy bien. Hemos cambiado nuestras maneras de vivir, y, sin embargo, en nuestras emociones, sentimientos, pasiones y cuerpos seguimos siendo iguales.
-¿Cuál es la revolución científica que queda?
-Entender, si se puede y de una manera global, el cerebro. Hacerlo de una manera científica. Me interesa la capacidad de un órgano que puede pensar sobre sí mismo, que tiene conciencia de sí mismo. Conocemos más de la neurociencia, pero de una forma global. Hemos averiguado que si esta zona se activa uno adquiere habilidades musicales, de habla, de escritura... Es lo que subyace en la inteligencia artificial, aunque todavía no es lo mismo una máquina que un hombre. Es uno de los retos científicos que podemos identificar. Los problemas de la energía y la materia oscura han surgido ahora. Antes pensábamos en el universo de una manera diferente. Quién iba a pensar en las células madre hace tiempo...
-¿La energía renovable es el otro desafío de estos tiempos?
-Somos una especie profundamente egoísta y no solidaria con el futuro. Tenemos conciencia del presente, y en nosotros también interviene cierta conciencia del pasado. El conocimiento científico y el sentido común dice que el crecimiento no puede ser infinito en un sistema finito como es nuestro planeta. Y estamos derrochando demasiado. Recuerdo que una vez escribí un artículo que se llamaba «Asesinos del futuro». Creo prescisamente en eso. Creo que el problema del medio ambiente es avanzar en unas tecnologías que sean verdaderamente limpias y en consumir menos. Y lograr también que los que viven peor puedan vivir mejor, aunque no tengo demasiadas esperanzas respecto a nosotros. Hemos dominado otras especies con nuestra inteligencia, pero muchas de ellas ya están extinguidas... somos una especie muy egoísta, como he indicado...
-El Bosón de Higgs tropezó con Dios. ¿Sigue existiendo un problema entre ciencia y religión?
-La idea de Dios es una causa que nos permite explicar lo que viene después. Pero también puede convertirse en una trampa desde el racionamiento científico al creer en una causa a la cual no exigimos ninguna causa propia. El origen de todo es un misterio. Yo soy darwiniano. Considero que estamos vinculados con la vida que nos rodea, aunque algunos piensen lo contrario. Pero estamos emparentados con toda la vida. Podemos decir que somos primos lejanos de la lombriz de tierra. Hemos entendido muchas cosas desde nuestros orígenes, pero no me extraña que no entendamos de momento todo, como esa pregunta común que nos solemos hacer: ¿por qué nació el universo? Muchas personas han encontrado respuesta a su angustia y su esperanza, que son palabras relacionadas, en un Dios compasivo.

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