Translate

terça-feira, 16 de abril de 2013

G. K. Chesterton (1874-1936)


El apóstol del sentido común
¿Borges es el único responsable de la vigencia en español de Chesterton?
Ha llegado la hora de reconocer la maestría del escritor inglés y establecer su linaje, que proviene de Edward Gibbon a Thomas De Quincey.

POR MARCELO G. BURELLO

CULTO. En 1922, Chesterton se convirtió al catolicismo y fue un referente inglés de la religión.
Para el mercado hispano parlante, G. K. Chesterton (1874-1936) es un paradigma de steady-seller, un autor que siempre se vende razonablemente bien. Poco importa por qué. Su nombre es rentable, y más desde que su obra ingresó al dominio público. Pero sus cultores querríamos indagar los posibles motivos de esa rara vigencia, que comenzó allá por los años treinta, con la ya clásica colección “Austral”, y que hoy no se detiene. Sólo en la Argentina, de hecho, una nueva versión crítica del clásico Hombre que fue jueves (Colihue) y un inédito panorama de La era victoriana en literatura (Prometeo) acaban de desembarcar al unísono, de manos del mismo y excelente traductor, Ramiro H. Vilar. ¿Será Borges, que tanto insistió en su valor literario, el único responsable de esta asombrosa continuidad? ¿Serán los obvios contenidos doctrinales que informan la obra chestertoniana el factor que la mantiene viva? ¿O habrá algo más, alguna cualidad en sí de sus imaginativos relatos y sus agudos ensayos?

En el mundo anglosajón, por contraste, también se constata la permanencia de este genial autor, pero con un detalle: las minorías católicas lo han tomado por caballito de batalla. Pues desde que Chesterton se convirtiera al catolicismo en 1922, poniendo fin a largas dudas existenciales, su figura quedó asociada para siempre a ese culto. Y esto explica, en ese ámbito, la permanente reedición de sus textos doctrinales, como Ortodoxia o las biografías de Santo Tomás y San Francisco, que acompañan a sus libros más consagrados como la serie del Padre Brown o algunas novelas “detectivescas”. En los países de lengua española, sin embargo, la fe de Roma es abrumadoramente mayoritaria y la pluma del inglés, aun tan singular, no deja de ser una más. Los escritos del “apóstol del sentido común”, como se lo conoce en los círculos religiosos anglosajones, no conforman una apologética solitaria y heroica. Lo que no impide, evidentemente, que tanto su obra de ficción como la de no ficción sigan nutriendo nuestras librerías.

Chesterton al sur del sur

Consideremos la influencia de Jorge Luis Borges. Su campaña pro-chestertoniana se remonta al menos a un señero artículo aparecido en la revista Sur, en 1935, y se extiende hasta un postrero prólogo de la “Biblioteca Personal”, cinco décadas más tarde, con la muy notable cumbre del ensayo “Sobre Chesterton” escrito en 1947 y aparecido finalmente en Otras Inquisiciones (1952). Con ánimo de brevedad, podríamos sintetizar su recepción y divulgación del autor del Napoleón de Notting Hill señalando que lo reescribió, lo inscribió y lo circunscribió. Al reescribirlo (por ejemplo, en el “Tema del traidor y del héroe”), lo transformó en una fuente primaria, en un “precursor”. Al inscribirlo en una tradición poética, la de Poe y la de Kafka (¡nada menos!), lo puso en un contexto de consagración literaria. Y al circunscribir la obra chestertoniana a las narraciones de índole policial, la acotó a un catálogo personalizado y depurado, justamente, de toda militancia religiosa. Digamos que reescribiéndolo, lo reactualizó; inscribiéndolo, lo afilió; y circunscribiéndolo, lo redefinió, poniéndolo así a disposición de un público lector que acaso no se habría acercado a él sin esas mediaciones.

Sin embargo, asombra descubrir que Borges, nuestro oído más fino para la musicalidad de la prosa, nunca subrayó los méritos propiamente formales de la escritura de Chesterton. Se explayó, como sabemos, sobre lo tremendo y horrible que se agita por detrás de las felices invenciones del autor, que “se defendió de ser Edgar Allan Poe o Franz Kafka”, enfatizando los logros de su imaginación proverbial y su inteligencia paradójica. Pero no destacó el ritmo de su sintaxis ni la precisión de su léxico, desatendiendo los méritos inmanentes de su prosa, que fluye como pocas y que a menudo parece no tener otro referente que sí misma sin hacer alardes de ello (a diferencia de tantos escritores esteticistas y vanguardistas). Y aunque este abordaje formalista no le gustaría ni siquiera al propio Chesterton, hoy resulta conveniente aplicarlo a esa enorme cantidad de sus textos cuya actualidad desafía cada vez más a toda mirada exógena. Porque ni la presunta capacidad evangelizadora ni los beneficios de una divulgación ajena parecerían dar cuenta de su persistencia en habla española, sobre todo porque dicha persistencia ni se basa en sus trabajos cristianizantes ni se acota a sus relatos de intriga. Como ya apuntamos, la discreta y cotidiana invasión chestertoniana incluye textos históricos, poéticos y autobiográficos, más allá de las aventuras del detective con sotana y de los anarquistas que resultan ser agentes del orden.

En la última década, sin ir más lejos, ciertas editoriales de España han lanzado poemas, fábulas, biografías y casi cuanta página más o menos valiosa pudieron encontrar entre las decenas y decenas de volúmenes que pueblan las obras completas de este robusto nativo de Kensington.

Ha llegado la hora, entonces, de reconocer la maestría chestertoniana como escritor en sí, más allá del tema o del género. Sin el aura religiosa y bendecidos por un referente de lujo (ambas figuras son especialmente apropiadas), con el tiempo sus textos se han ido transformando en verdaderos paradigmas de belleza, y eso merced a sus cualidades intrínsecas antes que a sus “contenidos”. Pues aquella idea de Roland Barthes según la cual Flaubert se constituyó en artesano de cada una de sus frases, asimismo válida para tantos notables prosistas, a Chesterton sin duda le calza perfectamente, con el interesante dato adicional de que jamás se propuso medrar en la alta literatura, teniéndose a sí mismo más por un humorista y un polemista. El gran escritor mexicano Alfonso Reyes oportunamente ponderó la dimensión poética del inglés, a quien tradujo en abundancia muchos años atrás. Pero valoraciones así han faltado desde entonces, quizá porque siempre cuesta ver al poeta en quien no escribe en verso.

De modo que la mejor explicación del sostenido culto de Chesterton puede reducirse a algo elemental y sutil: algunos millones de lectores hemos descubierto que se trata, sin vueltas, de una de las mejores prosas británicas del siglo XX (si no la mejor), en un linaje que retrospectivamente puede invocar a Edward Gibbon para el siglo XVIII y a Thomas De Quincey para el siglo XIX (otros dilectos de Borges, no casualmente). Su vocabulario y sus oraciones son ya de por sí un renovado cumplimiento de la promesa de felicidad. Y el placer literario es un valor muy pero muy estable.

Nenhum comentário:

LA RECOMENDACIÓN DIARIA:

  LA RECOMENDACIÓN DIARIA gepetear , neologismo válido   El verbo  gepetear  es un neologismo válido que se emplea en ocasiones con el senti...