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terça-feira, 11 de junho de 2013

Jorge Edwards:

«No soy un profesor, soy un gozador de la literatura»
MANUEL DE LA FUENTEMANOLHITO / MADRID

El escritor y diplomático chileno obtiene el Premio Mariano de Cavia por su Tercera «El exceso de realidad», sobre Philip Roth

Novelista, crítico literario, diplomático, secretario de Pablo Neruda en la embajada chilena en París, nombrado persona non grata por el régimen barbudo y estalinista de Fidel Castro, al que puso en su tiránico sitio para denuesto de la izquierda latinoamericana, premio Cervantes en 1999, a Jorge Edwards, a sus ochenta y dos años le sigue gustando pasear por París cuando sus obligaciones como embajador se lo permiten, entre otras cosas, porque como señala, «de una caminata puede salir un artículo».

Quizá un artículo como «El exceso de realidad», publicado en la Tercera de ABC el 17 de junio de 2012, por el cual ha sido galardonado con el Premio Mariano de Cavia, que concede esta Casa. El texto premiado está dedicado al escritor norteamericano Philip Roth, pocos días después de que este obtuviera el Premio Príncipe de Asturias de las Letras.

Recuerda Jorge Edwards a través del teléfono desde París, que en ese momento «conocía relativamente mal a Roth, pero me compré todo lo que encontré, y aunque mis sentimientos hacia él no son incondicionales, creo que es un gran escritor, muy sutil, muy moderno».

Desde su despacho en la Ciudad de la Luz, Jorge Edwards explica a ABC que el premio le hace «sentirme muy contento y muy orgulloso, con su periódico siempre me siento en muy buena compañía» y rememora que «las primeras críticas literarias españolas de cosas mías aparecieron en 1964 en ABC».

–Escribía usted en nuestra Tercera sobre Philip Roth, pero también subrayaba la importancia de la narrativa norteamericana en los autores de su generación.

–Para nosotros, para los escritores que podemos enmarcar dentro del boom latinoamericano la influencia de los novelistas estadounidenses, desde Hawthorne y Melville a Faulkner, Hemingway, Dos Passos... fue muy importante y fue reveladora de una manera de usar el lenguaje y las formas narrativas de una manera muy revolucionaria. Sus obras poseían una gran sutileza verbal pero en conexión con el lenguaje hablado de la calle, algo que para los narradores de América Latina fue una gran formación e influencia.

«Hace veinte años tardaba una semana en hacer un artículo, ahora dos horas»
–¿Se mueve a gusto en lo que llamamos distancia corta del periodismo?
–Digamos que me he acostumbrado. Hace veinte años, me demoraba una semana en hacer un artículo, ahora consigo hacerlo en dos horas. Pero lo de distancia corta es verdad en cierto sentido, aunque también es algo aparente. Uno puede exprimir cincuenta años de vida y experiencias para escribir algo en muy poco tiempo.

–Periodismo y literatura, ¿una moneda con dos caras, o siempre una cara y una cruz?

–El periodismo es un ejercicio interesante para un escritor. Algunos piensan que son dos géneros incompatibles, pero yo creo que hay muchos vasos comunicantes entre ellos. Fíjese, yo a veces he querido escribir una crónica y el resultado más bien parecía una novela.

–¿Podemos hablar de que el periodismo es siempre una asignatura pendiente para cualquier escritor?

–No es obligatorio que un escritor tenga que escribir artículos en un periódico. Algunos no tienen vocación para ello, y en la mayoría de los casos es una cuestión de maneras, de temperamento. Mire, hace unos días estuvo aquí en mi casa un poeta, tranquilo, no le voy a decir quién es, y estuvo toda una semana para escribir un artículo, ni vio París. La verdad es que yo prefiero salir, porque muchas veces de una caminata puede salir un artículo. Desde hace muchísimos años, publico una crónica semanal en un periódico vespertino chileno, Y no fallo nunca, aunque sea en el último minuto.

–¿Sigue siendo un gran lector?

–Mis lecturas varían según en lo que esté trabajando. Ahora mismo lo estoy haciendo en una novela sobre una chilena durante la ocupación nazi en Francia, que sin quererlo se convirtió en una heroína que salvó a muchísimos niños judíos, que acabó arrestada por la Gestapo y se salvó de milagro. Por eso, ahora me dedico a leer todo lo que encuentro sobre esa época. De hecho, tengo una secretaria particular que me ayuda a ello. En otros momentos, puedo volver sobre uno de mis clásicos, como Proust, pero en general suelo ser un lector desordenado y nada sistemático. Yo no soy un profesor de literatura, soy un gozador de la literatura.

–Vivimos tiempos en los que algunos hablan del papel impreso como una especie en vías de extinción.

–Espero que el papel impreso no desaparezca, entre otras cosas porque yo me alimento de él, y eso de pasar a las máquinas sería como atravesar el desierto. Mire, en 1965 yo estaba aquí mismo, en la embajada, como un joven secretario, y tuvo lugar una visita de nuestro presidente, Eduardo Frei, que fue recibido por De Gaulle. Un libro contó aquel viaje y cuando he vuelto a ver ese libro, con su papel amarillento, las fotos en blanco y negro medio desteñidas, volver a reconocer a los personajes que han muerto... eso es una aventura que solo puede dar el papel, son sensaciones irreemplazables. Mire, aquí en París no encuentro una buena librería de viejo, pero sí que las visito en Chile, en Buenos Aires, en Madrid. De hecho, si fuera un hombre rico me compraría puras ediciones originales, pero ya sabe que hoy en día eso no se puede ni soñar están por las nubes.

«La causa del libro impreso no está perdida, pero hay que luchar»
–Vamos, que el mundo digital no se encuentra entre sus preferencias.
–Me fascina el papel. Yo llegué a los libros por eso, por ojear, por ver las enciclopedias, sus ilustraciones, las viejas ediciones de Julio Verne, supongo que eso a las nuevas generaciones no les ocurrirá. Mire, tengo unos sobrinos que ganan mucho dinero, pero me dan pena porque tienen la casa llena de máquinas, hay que hacer un curso universitario para entender esos aparatos, pero no tienen un solo libro, qué horror. Sin embargo, uno de sus hijos más pequeños se ha convertido en lector por la curiosidad de leerme a mí, su propio tío. La causa del libro impreso no está perdida, pero hay que luchar por él.

–¿Cómo ve desde este lado del Atlántico la situación actual en Hispanoamérica? Parece que las cosas van mejor.

–Sí, eso es verdad. Pero yo ahora abro Le Monde y me encuentro un titular que dice, «la economía china baja su ritmo, es buena noticia»... sí, una buena noticia para los franceses, pero no para los chilenos, que les vendemos gran cantidad de materiales de construcción. En cualquier caso, la economía mundial está repleta de vasos comunicantes. Una sola región no puede estar fuera de la crisis, vivimos en la globalidad y dependemos todos de todos.

–¿El mayor problema para Latinoamérica son los gobiernos populistas que han surgido en la última década?

–El populismo no es bueno para nadie. En Chile lo hemos visto claro. Nosotros nos hemos desarrollado con políticas realistas, generosas en la protección social, pero que han sabido combinar esa generosidad con el realismo económico. El populismo es muy peligroso y al final lo acaban pagando los propios pueblos, los propios países.

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