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segunda-feira, 3 de junho de 2013

MANUEL CRUZ

"El amor es indisociable de la incertidumbre"

El pensador español, que en estos días vendrá a Buenos Aires para presentar su premiado ensayo Amo, luego existo (Eudeba), reflexiona en esta entrevista sobre el modo como los filósofos lidiaron con los afectos en sus vidas y en sus obras, y sobre el papel disfuncional que cumple el amor en las sociedades actuales. Adelantos de uno de los capítulos del libro y de un trabajo de Ercole Lissardi que reivindica el erotismo
Por Pedro B. Rey | LA NACION


Hace ya más de un cuarto de siglo, en un libro famoso e inclasificable, Roland Barthes describió de manera magistral la "extrema soledad" en la que por aquellos días se hallaba confinado el discurso amoroso. El crítico y teórico francés consideraba que ese discurso había sido abandonado, que estaba siendo ignorado y despreciado de manera deliberada, pero al mismo tiempo encontraba que, justamente, era su "inactualidad" lo que lo volvía más precioso y urgente.

No puede decirse que ese estado de situación se haya modificado. En Amo, luego existo, que obtuvo el premio Espasa de Ensayo 2010 y que ahora Eudeba publica en la Argentina, el filósofo español Manuel Cruz contrasta las ideas de diversos filósofos sobre el amor y el efecto que la pasión o los sentimientos amorosos tuvieron en sus vidas. Su análisis permite entrever las distancias que median entre las ideas de Platón y san Agustín, entre el amor herético del monje medieval Pedro Abelardo y Heloísa, y las decisivas reflexiones de Spinoza para, en el mismo gesto, poner en crisis el concepto. La relación entre Friedrich Nietzsche y Lou Andreas-Salomé, el vínculo entre Simone de Beauvoir y Jean-Paul Sartre, la ambigüedad insoluble entre Hannah Arendt y Martin Heidegger son los ejemplos de mayor fricción entre vida e ideas que contemplan las páginas de Amo, luego existo. Cruz -que iniciaba el libro subrayando la poca importancia relativa que le prestó al tema la filosofía- cierra el volumen con Michel Foucault, pensador que, en sus palabras, sentó las bases para "enriquecer nuestra idea de amor con determinaciones en buena medida inéditas históricamente".

-En el comienzo de Amo, luego existo , define la tarea de escribir sobre el amor como endemoniada, una verdadera incursión en campo minado. ¿Por qué?

-La razón es doble. La primera es la engañosa facilidad del asunto. Como todo el mundo cree poseer la experiencia del amor, da por descontado que también posee su conocimiento, cosa que no es en absoluto cierto. A todos nos pasan cosas, en múltiples planos, que no entendemos, y para cuyo conocimiento recabamos, por ejemplo, la ayuda de especialistas. Pero luego hay una segunda razón, relacionada con una ambigüedad en la valoración de la experiencia amorosa, ambigüedad que parece acompañarla desde sus orígenes. No costaría gran esfuerzo reconstruir toda una línea de pensamiento que a lo largo de la historia ha juzgado el amor como algo fronterizo con la enajenación mental transitoria, una pérdida de lucidez o una situación en la que la voluntad puede quedar notablemente debilitada. Como también se podrían hilvanar las aportaciones de quienes han considerado que el amor es la energía que hace que el ser humano se atreva con los retos ante los que, sin amor, desfallecería. Por amor se han llevado a cabo las mayores gestas y se han tomado las más valientes determinaciones.

-Considera el amor como una cuestión prefilosófica, no muy distinta de la experiencia del asombro. ¿En qué medida ese "sentir" marca la filosofía?

-Si el asombro es fundamental en la génesis de la filosofía porque permite pensar, por lo mismo deberíamos asumir que otras experiencias, como la del vértigo o la del amor, comparten esa misma cualidad. En realidad, arrancamos a pensar a partir de una experiencia que sacude nuestra plácida instalación en el mundo, el encaje perfecto originario en el que nos articulábamos sin problemas con lo real. El amor, en ese sentido, es una experiencia que altera radicalmente el estado de cosas existente. Entre las cosas que altera está, en la modernidad filosófica, el convencimiento de que el ideal del espíritu humano es alcanzar un lugar blindado a toda duda. El amor impugna esa doble certeza. En primer lugar, porque cuestiona que lo mejor que le pueda ocurrir al espíritu humano sea liberarse de toda duda. El amor, la experiencia humana de máxima plenitud, es indisociable de la incertidumbre (el enamorado nunca está del todo seguro). Pero, al mismo tiempo, la verdad vital que se le revela al enamorado es de tanta o mayor intensidad que la que se le revela al que piensa. ¿O es que alguien podría afirmar "amo, pero tal vez no exista"?

- Su análisis comienza con Platón y termina con Foucault. En el transcurso se vuelve evidente que el concepto de lo que se entiende por amor ha cambiado con el tiempo. ¿Cuáles son las líneas directrices de esos cambios?

-En la medida en que el tema del amor está presente a lo largo de nuestra cultura, resultaría pretencioso intentar resumirlos en pocos trazos. Tiendo a pensar que la clave de la evolución pasa por las cambiantes concepciones de los protagonistas del hecho amoroso. Por poner un ejemplo muy simple: las expectativas que tiene un varón heterosexual hoy en día en nuestras sociedades en relación con el amor resultan indisociables de la evolución histórica de la mujer. Dar por descontado que la mujer amada ha de ser alguien con quien poder compartir preocupaciones, a la que explicar las cosas que uno piensa, de la que esperar sugerencias y críticas, empieza a ser pensable a partir de un determinado momento, cuando han triunfado ciertas transformaciones culturales que han colocado a la mujer en un nuevo lugar, acorde con sus capacidades. Argumentos análogos podrían plantearse respecto a la expectativa, hoy aceptada por todo el mundo sin el menor aspaviento, de que una de las condiciones de posibilidad de una relación amorosa satisfactoria, duradera en el tiempo, es una vida sexual activa, en la que ambas partes obtengan una gratificación lo más completa posible.

-En relación con eso, al erotismo se lo solía vincular con la fugacidad de la pasión más que con una supuesta trascendencia amorosa.

-El erotismo constituye una de las dimensiones de lo amoroso, pero no lo agota. Parafraseando la célebre afirmación de Henri Cartier-Bresson, según la cual la fotografía "coloca el ojo, la cabeza y el corazón a un mismo nivel", así también cabría sostener que el amor es la única instancia capaz de alinear esos tres niveles o elementos (amor, sentimiento y proyecto de vida), que nuestra sociedad actual parece empeñada en que materialicemos por separado. Cuando se piensan (y se viven) así, alineados, los tres elementos tienden a mudar su faz, y, en concreto, la fugacidad de la pasión resulta mucho menos evidente y obvia de lo que el cliché suele reiterar. El enamorado que ha dado rienda suelta a su pasión tiende a permanecer abrazado a la persona amada. Es quien únicamente se vinculaba al otro para satisfacer su deseo quien experimenta la compulsión por escapar bien lejos una vez que lo ha satisfecho.

-Es notable la contradicción entre vida e ideas de muchos de los pensadores sobre los que escribe. ¿Esas contradicciones ponen en jaque sus ideas filosóficas o, justamente, los ubican del lado del "asombro"?

-No me gustaría colocarme en el lugar, cargado de moralina, del que señala con el dedo las contradicciones ajenas. Me parece que vale más la pena intentar pensar su naturaleza. Y aunque son, dentro de una misma gama de colores, de muy diverso tipo, tal vez nos informen no sólo de lo proteico de la tarea que significa rebelarse contra las estructuras mentales en las que alguien se socializó (y que, por tanto, interiorizó hasta lo más íntimo), sino también de la posibilidad de que en algunas ocasiones muchos pensadores y pensadoras no han sido lo suficientemente sensibles y atentas a determinadas dimensiones de su alma.

-De todos esos casos, ¿cuál le resultó más revelador?

-El episodio de Simone de Beauvoir, enamorándose perdidamente del escritor norteamericano Nelson Algren. En ese momento, se diría que ella misma se asombró de sus propios registros amorosos, del hecho de que brotara en ella una manera de querer que nunca antes había experimentado. Pero en vez de abandonarse a dicha manera, o de aceptar que le ocurriera e intentar ver a dónde la llevaba, optó por perseverar en su peculiar pacto con Sartre y regresar al estatuto de pareja abierta y no comprometida que defendía en el plano teórico, y que tanta notoriedad le proporcionaba. Tal vez actuando así evitara las contradicciones teóricas, pero incurrió de lleno en las contradicciones sentimentales, si se me permite la expresión. De hecho, fue enterrada portando el anillo que Algren le regaló durante un viaje a Centroamérica.

-Uno de los filósofos sobre los que escribe es Spinoza, pensador que ha sido revalorizado en las últimas décadas. ¿Su mirada sobre el amor tiene tanta relevancia como en otros terrenos?

-Sin duda. Y no deja de ser significativo que su mirada sobre el amor no se apoye prácticamente en ninguna experiencia amorosa. Sin embargo, eso no impide que, tanto en ese plano como en el de otras emociones y registros del alma humana, Spinoza haya hecho aportaciones insoslayables. Su idea de que el amor es constituyente del ser humano en la medida en que es un impulso que nos saca de nosotros mismos, una fuerza que nos lleva a buscar fuera de nosotros aquello de lo que carecemos, apunta al nervio de la experiencia amorosa y permite pensarla en su diferencia con otras experiencias vecinas, como el enamoramiento.

-Hannah Arendt escribió que el amor soporta mal la exposición a la luz y lo consideró una fuerza poderosamente antipolítica. ¿Es -entonces y hoy- una cuestión primordialmente privada?

-Éste es un punto extremadamente interesante. Arendt recelaba sobre todo de quienes en el fondo pretendían introducir lo amoroso en la esfera de lo político con la inconfesada intención de sustituir el debate racional por la movilización emotiva, operación bien conocida tanto por ustedes los argentinos como por nosotros los españoles. De ahí su famosa carta a Gershom Scholem en la que no se priva de afirmar que no "ama" al pueblo judío ni a ninguna instancia suprapersonal de la misma escala, porque solo ama a personas concretas. La política tiene que ver con el interés, esto es, con el inter-esse, y entre los amantes no hay "inter" alguno, son pura continuidad. Pero que algo no sea político no significa que no tenga una dimensión pública. En este punto Arendt reitera en más de una ocasión que todo lo que está oculto e interiorizado es como si no existiera. El amor tiene que realizarse, que materializarse, y ello únicamente ocurre cuando adopta una determinada forma en público. Resulta difícil dejar de pensar que en esas afirmaciones resuena una queja sobre la condición clandestina en la que Heidegger quiso confinar siempre la relación entre ambos.

-¿Hay algún filósofo que le haya quedado en el tintero, sobre el que le hubiera gustado escribir?

-Por supuesto. Aunque tal vez los autores que más me ha dolido no poder incorporar hayan sido Ortega y Gasset y el propio Freud.

-Teniendo en cuenta las circunstancias actuales, ¿podría decirse que hay que reinventar el amor, para retomar la aspiración de Rimbaud?

-Lo que parece claro es que el amor se ha ido convirtiendo en algo crecientemente disfuncional en nuestras sociedades. El individuo-tipo que se promueve entre nosotros no puede ser ese enamorado extasiado que ve colmado el sentido de su existencia ante la mera presencia de la amada, el que le declara, con el lenguaje de antaño, "contigo, pan y cebolla". Alguien así es, por lo pronto, casi el anticonsumidor por excelencia. Pero no es sólo eso. Recuerdo haberme tropezado hace un tiempo en una librería, en la vitrina de los libros más vendidos, uno que se titulaba Contra el amor dependiente , o algo muy parecido. Cuál no sería mi sorpresa al comprobar que lo que se adjetivaba de esa manera era lo que siempre se había entendido como amor sin más. ¿Acaso el que ama no es dependiente de la persona amada, hasta el punto de que desde el instante en que se separa de ella, ya empieza a extrañarla? ¿Hay que considerar semejante añoranza una riqueza de nuestra experiencia, un regalo de plenitud que nos concede la vida, o una patología a la que hay que poner remedio cuanto antes? A la vista está que nuestra sociedad ha optado por esto último y conspira contra el amor, al menos tal como lo conocimos en el pasado. Tal vez no quede otra que reinventarlo. En todo caso, mejor eso que quedarnos sin él, justo cuando más lo necesitamos..

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