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domingo, 9 de junho de 2013

RAIMUNDO HIRIART LE BERT


Cuarto y mitad de idioma castellano
Fuente: El Día - España

De un tiempo a esta parte, cuando nos vemos abrumados con la imposición de la excelencia a todos los niveles, venimos observando con preocupación cómo el mal uso de nuestro idioma común va en caída libre; por parte de dirigentes políticos, periodistas, tertulianos, deportistas y demás. A mi juicio, esta laxitud y carencia profesional en los medios audiovisuales merece un toque de atención, de autocrítica, para no continuar en la espiral de prostituir nuestro rico y variado idioma castellano, o español, como se quiera. Valgan, pues, algunas breves reflexiones al respecto.

Admitiendo que no es un fallo exclusivo de nuestro país, hay una tendencia creciente, tal vez con la absurda intención de darle mayor énfasis a las palabras, a esdrujulizar (pido excusas por el palabro) vocablos agudos. De hecho, ya no se habla de seguridad, sino de "séguridad"; de constitución sino de "cónstitución"; de institucional sino de "ínstitucional".

Durante mis cuarenta años residiendo en Madrid, Santa Cruz de Tenerife, Las Palmas, Santander y ahora Málaga siempre se ha utilizado como despedida "adiós", "hasta ahora" o "hasta luego". Me valen, obviamente, al tratarse de lenguas del Estado, "adeu" o "agur". Estas sabrosas expresiones españolas se han sustituido por el "chao-chao", mal copiado de países lejanos, no del italiano bien escrito, "ciao", que, como se sabe, es empleado también como saludo, además de como despedida de una conversación.

Quiero destacar también dos locuciones que, en mi humilde opinión, se están imponiendo como muletillas del idioma, pero que no obedecen al buen uso de nuestro exquisito y variopinto léxico. De siempre se ha dicho, por ejemplo, "después", "luego", "posteriormente", etc. Ahora se han sustituido por una frase foránea e innecesaria, repetida hasta el hartazgo por quienes señalaba al comienzo: "Y a partir de ahí".

Otro verbo que en nuestro idioma es suficientemente explícito, como valorar o apreciar, se viene reemplazando por la cursilería francófona de "poner en valor".

El empleo inadecuado de la lengua española, utilizando un restringido número de palabras, se detecta no solo en los medios no escritos, sino que se hace patente en la llamada dirigencia política. ¿Cuánto tiempo hace que no vemos a un ministro o diputado subir al estrado y exponer su discurso sin papeles, o con un simple y breve esquema escrito? Han desaparecido la retórica y la inteligente improvisación.

Hace algunas décadas, precisamente para fomentar la capacidad de expresión, improvisación y síntesis, allende los Andes, en la universidad se nos impartía una asignatura que se denominaba Castellano Instrumental. Una parte de esta, a grandes rasgos consistía en lo siguiente: el profesor, a la sazón de origen alemán, nos sorprendió en más de una oportunidad cuando, tras pasar lista, extraía de su maletín un sobre grande que contenía un montón de papelitos. Los ponía sobre su mesa y nos iba llamando, por cualquier orden. Cada pequeño trozo de papel en su reverso llevaba escrita una palabra; le dábamos vuelta y, tras cinco segundos para pensar, teníamos que hablar sobre ella un mínimo de tres minutos, que este excelente profesor con aspecto de agente de la Gestapo cronometraba con rigor inflexible. Admito que para unos cuantos aquello constituía un suplicio. Sin embargo, con el tiempo (no a partir de ahí) fuimos valorando (no poniendo en valor) la gran utilidad de aquellas experiencias que sirvieron para mejorar la forma de comunicación y, en otros casos, para ir neutralizando la explicable timidez para hablar en público.

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