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segunda-feira, 29 de julho de 2013

Estrategias para remediar el lugar común

Por Graciela Melgarejo | LA NACION
Twitter: @gramelgar | Mail: lineadirecta@lanacion.com.ar |

Hace un año, se comentaba en la columna "De tiempos pasados y otras formas de hablar" que el escritor y periodista Ernesto Schoo había sido declarado Personalidad Destacada de la Cultura porteña. Ahora que Ernesto ya no está más para seguir deleitando a los lectores de este diario con sus magníficas columnas sobre teatro en la sección Espectáculos, conviene recordar que, entre otras muchas razones, el nombramiento se debió a que había sabido "construir su lugar a fuerza de talento, sensibilidad de observación, erudición, calidad literaria y riqueza de expresión".

La "riqueza de expresión", forma si se quiere ya antigua de calificar, debería seguir contando, sin embargo, para los hablantes del español. A propósito del asunto "Obvio, obviamente", escribió un correo electrónico a Línea directa el también escritor y periodista Norberto Firpo, autor por muchos años de la columna Rigurosamente incierto, para esta misma sección Opinión (una de ellas fue, precisamente, "Últimas frases hechas", del 27/10/2010).

"¡Cuidado! Las palabras «obvio» y «obviamente» andan sueltas y provocando estropicios idiomáticos. Todo el mundo las usa y casi siempre mal", alerta Firpo en su e-mail del 23/7. Y continúa: "En el diálogo parlante, la voz «obvio» no siempre señala una obviedad sino que sirve de retruécano o de respuesta convencional de asentimiento, en reemplazo de formulismos como «de acuerdo», «naturalmente», «por supuesto»... El animador de un programa radial vespertino dice «obvio» y «obviamente» unas cincuenta veces por audición (y la mayoría de las veces sin justificada obviedad). Asimismo, no pocos locutores radiales se revelan empecinados en presidir con la palabra «poderosamente» toda referencia a que tal cosa les llamó la atención. De manera que la frase «poderosamente la atención» y los latiguillos «obvio» y «obviamente» le están haciendo sombra y amenazan destronar a las palabras más trilladas, entre las que desde hace tiempo se florea «emblemático»".

Tiene razón Firpo. "Emblemático" formó, hace algunos años, un trío imbatible, junto con "modélico" y "paradigmático", pero ahora estas tres muletillas han ido cediendo terreno. Puede ser muy bien que pronto ocurra con "obvio" y "obviamente". Quien esto escribe, también años atrás, se descubrió diciendo "absolutamente" cada dos por tres. No fue un descubrimiento grato.

¿Hay formas de luchar contra estas modas tan contagiosas? Son solo modas, y a veces hasta sirven para marcarnos el paso del tiempo. Pero una estrategia para salirse del lugar común, cada vez más común, es leer o releer textos que consideremos escritos con "riqueza de expresión". El sábado pasado se cumplieron diez años de la desaparición de María Esther de Miguel, una escritora, periodista y docente argentina que siempre estuvo dispuesta a batirse por ese objetivo. Fue directora del Fondo Nacional de las Artes y secretaria de la Sociedad Argentina de Escritores, y entre muchas otras distinciones, ganó el premio Planeta en 1966 por su novela histórica El escritor, el pintor y la dama . Uno de sus primeros libros tiene un título muy sugestivo, Los que comimos a Solís (reeditado en 2005, por Ediciones Colihue), y es una lectura recomendable para estos tiempos de elecciones.

© LA NACION.

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