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domingo, 28 de julho de 2013
FRANCISCO
“Los jóvenes están perdiendo la fe en la política, en la Iglesia y hasta en Dios”
“No dejéis que os roben la esperanza”, pidió el papa Francisco durante el Via Crucis
JUAN ARIAS Río de Janeiro
En el Via Crucis escenificado este viernes en la playa de Copacabana frente a un millón de jóvenes, el papa Francisco confesó que estos “están perdiendo la confianza en la política, en la Iglesia y hasta en Dios”.
El papa recogió de la cruz de Cristo sus llagas físicas para colocarlas en la vida cotidiana, donde aquella sangre sigue siendo, según él, derramada en la carne y el espíritu de la gente que sufre violencia y abandono. Llagas producidas por los que, según Francisco, deberían ser guías y maestros para la juventud que se abre camino en la vida.
En unas breves palabras dirigidas a los jóvenes, el papa Francisco, con el rostro visiblemente contraído, llegó a decir que Jesús, desde la cruz, se une a muchos de los que ya no creen en las instituciones políticas ni en la Iglesia. Y dio los motivos: han perdido la confianza en los políticos porque ven en ellos “egoísmo y corrupción”, y en los miembros de la Iglesia y en Dios, “por la incoherencia de cristianos y ministros del Evangelio”.
La impresión que han causado las severas y graves acusaciones del papa tanto a las instituciones políticas como a las eclesiásticas y los motivos expresados, suponen ahora un fuerte compromiso en su pontificado.
Si Francisco piensa que los jóvenes están perdiendo la fe en los políticos y en los eclesiásticos por su forma de actuar alejada del evangelio, comidos los unos por la corrupción, y los otros por los escándalos financieros y sexuales, y por su forma pomposa de vivir, deberá, cuantos antes, según los expertos en Vaticano, comenzar las reformas dentro de la Iglesia para devolver a los jóvenes la fe perdida.
Sólo comenzando a limpiar a la Iglesia de sus excesos y corrupciones tendría el nuevo papa fuerza para exigir a las instituciones políticas esa misma pureza de conducta y esa coherencia ética que los jóvenes en todo el mundo están pidiendo a los responsables de crear una sociedad menos desigual, menos violenta y con formas de vida más sencillas y menos despilfarradoras.
El teólogo brasileño, Fernando Altemeyer Junior, catedrático de la Pontificia Universidad Católica de São Paulo, ha sintetizado las cinco llagas que Francisco mencionado durante su visita a una favela de Río, como símbolo y transposición de las cinco llagas del crucificado:
1- La insensibilidad frente a las desigualdades en el mundo, que se hace visible en la injusticia social fabricada y mantenida por grupos económicos y políticos que convierten en invisibles a los que empobrece.
2- La cultura de lo desechado que segrega a millones de pobres en injustos apartheid en las periferias de las grandes urbes, que circundan a la ciudad rica como una “corona de espinas”.
3- La negación a los pobres del derecho a vivir seguros, sin ser carne de cañón de la violencia que tiene como primeras víctimas mortales a los jóvenes y a los pobres. En Brasil, de los 50.000 homicidios por arma de fuego anuales, el 90% son de jóvenes, la mayoría pobres y de color.
4- La corrupción de los responsables de organizar la sociedad desfigurando la nobleza de la verdadera política que debería ser el cuidado de todos y de cada uno de los que habitan la “polis”, la ciudad y no su enriquecimiento personal.
5- La soledad a la que están obligados a vivir los pobres a los que no les llega una organización civilizada y eficiente de la sociedad política. Y esa es la gran debilidad de los pobres, dejados a su suerte.
Francisco no se ha conformado, sin embargo, con hacer en Brasil este duro y lúcido análisis de lo que son para él las nuevas heridas del crucificado. A los jóvenes les ha pedido que no acepten pasivamente la situación. Les ha animado a que griten, que protesten, que salgan a la calle. Y les ha dado una consigna semejante a un desafío ante quienes pretenden arrinconarles: “No dejéis que os roben la esperanza”, le dijo.
No les ha repetido el tópico de “no perdáis la esperanza”. Les ha pedido que “no se la dejen robar”. Y para que uno no se deje despojar de lo que es más suyo, necesita defenderse.
Una frase que podría parecer inocua pero que ha resonado ante los jóvenes más bien como una llamada a la rebeldía.
Los jóvenes, según ha repetido Francisco estos días, son las principales víctimas de la nueva esclavitud: la del desempleo forzoso, señalada por él ya en el avión antes de aterrizar en Brasil.
¿Un papa conservador?
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