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quinta-feira, 4 de julho de 2013

La maldita democracia


La maldita democracia
PEDRO J. DE LA PEÑA en La Gaceta - España
La democracia es un sistema indeseable a causa de las personas que la representan.

En el mundo hay Democracias y democracias. Las grandes democracias como la de los Estados Unidos, que se establecieron a través de una Constitución, nunca cambiada y apenas enmendada por algunos nuevos títulos, representa la estabilidad máxima dentro del conjunto de las democracias occidentales. También han sido sólidas la democracia inglesa, cuyo origen está en la Carta Magna de Juan sin Tierra, y, a su manera, la moderna democracia francesa, nacida de la Revolución de 1789, y que va ya por su quinta reforma republicana, dejando aparcada la bandera blanca con la flor de lis de los Borbones.
Frente a estas democracias señeras e ilustres, que son el orgullo de sus países, nos hemos dado nosotros una democracia con una impresentable Ley Electoral, con una deficitaria relación entre políticos y ciudadanía, con un Senado obsoleto desde su mismísimo origen, y con una forma monárquica que se tambalea, bajo el empuje de otros proyectos republicanos que están de reojo esperando el momento oportuno para desembarazarse del rey con toda su familia por delante.
Lo peor de esta democracia, sin embargo, es el sentido de la irresponsabilidad colectiva que se hace patente de una manera abrumadora día tras día. Habla el ex presidente del Banco de España sobre la crisis bancaria y delega la responsabilidad de la crisis a las Cajas de Ahorro y a la mala gestión de los banqueros. Hablan los banqueros y los empresarios y acusan de esa misma mala gestión a los políticos y sindicalistas que los acompañaban. Hablan los sindicatos y la culpa es del mal gobierno. Habla el presidente del Gobierno y la culpa es de Europa y más exactamente de la implacable Angela Merkel. Y así, hable quien hable, no existe responsabilidad alguna ni por parte del Ejecutivo, ni de la oposición, ni de los banqueros, ni de los sindicatos, ni de NADIE.
Nadie es el nombre que se dio a sí mismo Ulises, encerrado en la gruta de Polifemo, tras haber cegado el único ojo del monstruo. Cuando Ulises consiguió huir, Polifemo lanzaba gritos desesperados buscando a “Nadie” por lo que, quienes le oían, lo suponían un loco en lugar de una persona engañada por quien tan hábilmente le había mentido.
Lo de esta maldita democracia también es culpa de Nadie. Tras casi cuarenta años desde su aparición no hemos visto responsabilizarse a persona alguna de todos los fracasos que nos han llevado del bienestar a la ruina, de la confianza al descrédito, de la supuesta buena voluntad al cinismo, de la Seguridad Social a la cuerda floja, y del futuro a un salto hacia el pasado miserable como no se había visto nunca en la reciente historia de España desde la posguerra.
Esta democracia que fue aceptada incluso por las Cortes franquistas en un gesto de patriotismo que les honra, es apoyada ahora por menos del 30% de los españoles en las encuestas y, como el precio de los pisos, sigue bajando hasta que tengamos que regalarla.
Que conste que cuando decimos la maldita democracia no estamos atacando un sistema político que tantas veces, entre todos los existentes, ha demostrado ser el menos perjudicial y dañino de todos los que se conocen. Pero una democracia como la nuestra sí merece ser considerada maldita y maldecida ante los infinitos abusos del poder, que van desde la cafetería del Congreso de los Diputados hasta convertir a los ciudadanos en estafermos a los que se golpea constantemente obligándoles a dar vueltas sobre sí mismos, en busca de ese cinturón que en otro tiempo tenían y que ya se les ha caído al suelo de tan escuálidos como han quedado tras los recortes y los insultos a su inteligencia.
El riesgo de esta situación es que, efectivamente, los ciudadanos consideren que la democracia es un sistema no sólo imperfecto, sino decididamente indeseable a causa de las personas que la representan.
Sin un análisis profundo por parte de nuestros gobernantes, sin una revisión de sus errores y sin un cambio de tendencias en sus actitudes de “ordeno y mando”, la democracia será irrespirable, se convertirá en una soga al cuello de la ciudadanía como si se tratara de una cuerda de presos y acabará por ser considerada la más indigna y despreciable mentira que les contó el cuento de la lechera, para transformarse después en el personaje de Cruella de Ville. No se quejen después, que llegan tarde las rebajas.
No puede gustarnos una democracia cuya deuda pública es ya del 88% de nuestro PIB mientras suben los impuestos. Muchos pensamos que es engañosa y estafadora, y que sólo pretende embobar con su sonoro prestigio a los pocos que aún creen en los trileros que la defienden. Pero entendámonos, si no nos gusta esta “maldita democracia” es sencillamente por anti-democrática.

*Pedro J. de la Peña es escritor y profesor titular de la Universidad de Valencia.

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