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quarta-feira, 14 de agosto de 2013
LA LENGUA VIVA
Veraneo en la casa de uno
Amando de Miguel en Libertad Digital - España
En pleno ferragosto me llegan pocos correos de los libertarios o los feisbuqueros. Tampoco menudean las llamadas de teléfono. No lo entiendo, porque ahora es cuando más tiempo hay para entretenerse con esas chafarderías y quisicosas. (El corrector del ordenador me subraya en rojo ferragosto, feisbuqueros y chafarderías, pero ustedes me entienden). Por ejemplo, en estos días agosteños me ha dado por embaularme las obras de Shakespeare, redactar un informe sociológico y pergeñar una novelita. Va a ser la primera que escriba en la que el protagonismo no se lo doy a una mujer. En este caso es la vida de un gran amigo, quizá el más extravagante de los que he cultivado. El hombre me ha dado todos los permisos para que cuente su vida sin censuras, pues él se sabe ordinary people. Estamos en un mundo acomplejado en el que hasta Obama promete hacer transparente el espionaje. Qué manía con la transparencia. De momento estoy a la espera de que dentro de un par de semanas salga de las prensas mi último libro, Hablando pronto y mal. Es el más divertido de todos los que he compuesto.
Sigo maravillándome de la posibilidad que nos ofrece la técnica (mal llamada tecnología) para intercambiar mensajes escritos entre todos los humanos. Antes los que escribían eran unos pocos, una verdadera pléyade, una aristocracia del pensamiento o la sensibilidad. Ahora puede escribir todo el mundo. Es evidente el descenso de calidad que se ha producido en los escritos efímeros que aparecen en las pantallas electrónicas.
Otra cosa. Siempre se ha distinguido el lenguaje escrito del oral, incluso en el español, donde esa distinción es mínima en comparación con otras lenguas cultas. Pero el contraste se está disolviendo. Pronto se anulará. Supongo que supondrá una degradación de la cultura, en el sentido de lo más valioso.
Otra perversión. Tradicionalmente se sentía un gran respeto por la palabra escrita. Scripta manent (= cuidado con lo que se escribe, que alguien podría exhibirlo como una prueba en tu contra). Cosas de leguleyos. Ahora pasa lo contrario. Se aprovechan algunos mensajes electrónicos para insultar o proferir obscenidades, sobre todo si el autor se esconde tras un seudónimo. Parece que lo que sale de las teclas resulta irresponsable. En el mejor de los casos toda esa cháchara insulsa significa una gran pérdida de tiempo. Por cierto, no comprendo la obsesión de los seudónimos en la correspondencia electrónica. Me resulta tan difícil de entender como los tatuajes, los grafitos (dicen grafiti) o los pantalones sujetos por debajo de la cintura. Reconozco que soy del siglo pasado, quiero decir del XIX.
Puestos a no entender lo que pasa, no logro explicarme por qué tanta gente hace equivalente las vacaciones (así, en plural, aunque sea una sola) con salir de estampida de su casa. Puede que sea para poder contar algo novedoso en los subsiguientes mensajes electrónicos. Es algo que no me sale y por eso es tan aburrida mi crónica de estío. Me sigo acordando de los científicos franceses que predijeron un verano fresco para toda la Península Ibérica.
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