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quarta-feira, 4 de setembro de 2013

GONÇALO TAVARES


“La literatura debe dar lucidez”
GonçaloTavares es uno de los escritores europeos más singulares de la actualidad. En su nueva novela, “Aprender a rezar en la era de la técnica”, investiga sobre el mal. “Me asustan las personas que no entienden, los ingenuos, los inocentes”.

POR GUADALUPE DIAZ AYALA en Revista Ñ - Clarín




INDIGNADOS. "El movimiento de los ciudadanos indignados es indispensable e inevitable", afirma el escritor.

Gonçalo M. Tavares es un escritor que deja huella. La descripción exacta en sus historias sobre los abismos a los que el hombre se lanza, nos hipnotiza para después interrumpirse bruscamente. Como escritor defiende la preparación mental de sus obras antes de publicarlas, algo que confirma en su manera de elaborarlas; piensa y escribe a la vez, y aplica una distancia temporal con lo escrito como filtro objetivo de sí mismo. Una vez ahí relee, recorta y modela las dos terceras partes. Su literatura es una literatura del pensamiento que incluye no sólo raciocinios lógicos o memoria, también sensaciones, intuiciones, etc. Dando a entender –y lo transmite a la perfección– que el pensamiento es una forma inteligente de emocionarse. Tras su lectura se abre un lugar valioso y necesario: reconocerse y procurar el conocimiento reflexivo de las cosas. En esta entrevista nos concentramos en su serie “El Reino”, integrada por las novelas La máquina de Joseph Walser , Un hombre: Klaus Klump , Jerusalem y ahora Aprender a rezar en la era de la técnica . En ellas el autor investiga la aparición del Mal, su existencia, su ocultación.

¿Por dónde se cuela el mal? ¿Hay alguna intención de poner sobre aviso a sus lectores?

Veo la tetralogía “El Reino” como una especie de investigación sobre el ser humano y sus límites. He estado algunas veces en los Balcanes y he oído muchas historias sobre estas transformaciones; en poco tiempo, en pleno centro de Europa, personas aparentemente tranquilas llegaron a transformarse en personas capaces de disparar a sus vecinos. La guerra en los Balcanes es un ejemplo espeluznante. Por eso pienso que una de las utilidades de la literatura –la literatura posee miles de caminos posibles– es alertar a cada ser humano, precisamente en tiempos pacíficos, de que de un momento a otro la violencia puede asumir un papel principal dentro de nuestros actos. Quienes se creen buenos de los pies a la cabeza, suelen ser de los más peligrosos. Me asustan las personas que no entienden, los ingenuos, los inocentes. La literatura puede dar lucidez, debe dar lucidez. Y la lucidez no da bondad, pero da discernimiento.

Usted impartió clases de Epistemología en la Universidad de Lisboa. ¿Cree que esto ha influido en su manera de escribir?

Es difícil saber dónde está la causa y el efecto. Siempre me ha parecido que pensamiento y literatura están íntimamente relacionados. Los libros son una manera exquisita de hacer pensar. No veo la ficción únicamente como un medio de contar historias, de narrar. La narración debe ser inquietante; y puede activar un instinto de reflexión en el lector. Los libros no dan soluciones –claro– pero intentan diseccionar el problema. La narrativa de ficción en cierto modo llega a sitios que la reflexión filosófica no llega. Esto también me parece muy importante: la ficción llega a sitios diferentes; piensa, pero no filosóficamente. Y eso es bueno.

Parece que en su estilo escueto y telegráfico quisiera decir lo máximo con el menor número de palabras posible. ¿Qué le lleva a elegir este modo de escribir?

Intento siempre escribir lo que quiero escribir con un mínimo de palabras. Si consigo decir lo que quiero decir con siete palabras, lo prefiero. Es un poco como trazar una línea recta entre dos puntos, entre dos puntos finales, en este caso en la escritura. El camino más corto entre dos puntos es una línea recta. A veces procuro entrar en ese camino más corto. Pero hay otros libros en los que no lo hago así. Concentrarlo también es un modo de respetar el tiempo del lector, de no hacerle perder el tiempo. El lector, como todos nosotros, es mortal. Respetar el tiempo de los mortales, me parece de una delicadeza esencial. Me gusta la idea del fragmento; de algo que está completo e incompleto al mismo tiempo; algo que permita múltiples interpretaciones.

En su novela describe la enfermedad y define su aparición como la Flor Negra, y narra cómo el individuo transita en su nueva realidad hasta que se resigna y se reconoce como alguien enfermo… ¿Existe hoy en día un rechazo a hablar de lo que nos da miedo?

En todas las épocas ha habido diferentes formas de lidiar con el miedo. La enfermedad y la muerte asustan en casi todos los lugares del mundo. En Europa por lo menos, es así. Incluso tenemos comportamientos casi místicos relacionados con lo que nos da miedo. Por ejemplo, el no decir muchas veces el nombre de la dolencia más mortal de nuestro siglo; hay muchas personas, enfermas y sanas, que no dicen el nombre de la enfermedad en voz alta por miedo a que la enfermedad gane fuerza al repetir su nombre. Creo que debemos respetar los miedos y sus formas, cómo cada persona, y cada cultura, trata sus miedos. No hay una forma única de lidiar con el miedo. La democracia también debería respetar el miedo de cada uno: cada uno con su miedo y su manera de enfrentarse a él, sería un lema posible.

La enfermedad representa biológicamente la estrategia del Mal, que consiste en dominar lo “sano”. Lenz considera que el Mal emplea la resignación y cobardía del enfermo para extenderse. ¿Podría este procedimiento aplicarse a la sociedad actual, que, enferma y harta de manipulación y engaño, se resigna y abandona pareciendo conforme tan sólo con sus necesidades básicas cubiertas?

Tener buena imaginación es indispensable para la supervivencia del ser humano. Creo que vivimos dos vidas. Una, la exterior, que es como la evidente y esencial: necesitamos comer, tenemos necesidades orgánicas básicas. Pero existe una segunda también indispensable. En estos tiempos duros económica y socialmente, quien tiene una buena cabeza, y una buena imaginación, un buen imaginario, aguanta un poco mejor, a pesar de todo. Nuestra cabeza, y nuestra imaginación son algo muy fuerte que puede alimentarse con las artes y con la escritura. Para mí, claramente, la falta de imaginación y la falta de imaginario (la falta de vida interior) es una dolencia. La falta de utopías –aunque no sean aquellas utopías grandiosas– son una dolencia individual. La dolencia más grave que anda por ahí es una que afecta a los músculos y a los hombros –esa dolencia que hace que uno se encoja de hombros (en señal de indiferencia) delante de cualquier cosa que acontezca. La expresión “no hay nada que hacer” nunca debería ser dicha en lo que concierne a los hombres. En lo que concierne a los hombres, siempre hay algo que hacer.

Lenz se siente soldado y cree formar parte de un ejército en el que se sitúa a sí mismo en primera línea de fuego listo para actuar. El lector percibe con ello la importancia de posicionarse de manera activa ante los acontecimientos, como contrapartida a quienes, llenos de sed de poder y conquista, le ganan terreno. ¿De qué métodos políticos se compone la guerra de la actualidad?

La guerra de las democracias pasa por lo económico, claro, pero también por el lenguaje. Quien no sepa enfrentarse con los mecanismos del lenguaje y con las formas de manipulación verbal pertenecerá a la parte frágil de la democracia. Defiendo la idea de que las personas deberían tener aulas de lenguaje del mismo modo que se tienen aulas de judo o de karate. Saber algunas cosas sobre el lenguaje, en democracia, y tener aulas de defensa personal. Somos asaltados, robados y engañados por el lenguaje. Pero, a pesar de todo, hay que decir y no podemos olvidar que es mucho mejor ser atacados por el lenguaje que físicamente, y que es mejor ser engañados por una frase a que nos lleven presos sin juicio. etc. y etc. Por mucho que la democracia se violenta en términos de lenguaje y manipulación, no debemos olvidarnos del horror que son las dictaduras que llevan esa manipulación al extremo y además aplican la violencia física y la ausencia total de derechos para las personas. Probar democracias en donde la gente sepa defenderse del lenguaje con el lenguaje, es lo que deberíamos intentar.

El protagonista, influido por su padre, entiende la naturaleza como algo agresivo, siempre al acecho, capaz de destrozarlo todo, escondida en su falsa imagen de armonía y días soleados. De esta imagen puede desprenderse la idea de que el Mal se esconde tras sus mejores galas, y aparece y desaparece. ¿Le parece que existe en la propia naturaleza del hombre ese sentido esencial sobre el bien y el mal?

Es un poco lo que hablábamos en la primera pregunta. Pienso que el ser humano es una máquina del mal, sí, pero también de bondad. Tenemos los dos mecanismos en funcionamiento. Uno de ellos a veces está más activo y por eso olvidamos, en medio de los días tranquilos y silenciosos, nuestro segundo motor, el del mal. Yo siempre trato de colocarme como un escritor que escribe en 2013 a partir del siglo XX, y eso significa escribir después del Holocausto. Y quien escribe después del Holocausto no puede decir que el mundo de los hombres es hermoso, bueno y generoso, de principio a fin. Es hermoso, bueno y generoso, pero también terrible. Y creo que es en los momentos de tranquilidad donde debemos recordar para que algunas cosas no se repitan. En dos generaciones hay una amnesia colectiva que da miedo. Olvidamos muy rápidamente los hechos y las causas del mal.

La Iglesia se presenta en el libro como un ente pasivo y paralizante, enemigo de la técnica y, por eso mismo, de su protagonista. ¿Cree que la Iglesia del presente vive en un universo ajeno a los problemas de la sociedad?

Hay muchas facetas de la Iglesia que no me gustan, pero la Iglesia también tiene cualidades fuertes. Yo respeto mucho la imagen de Cristo. La fe es algo tan misterioso que es imposible no quedarse perplejo o que no sea algo central en la vida, incluso si no somos creyentes. La Iglesia también tiene un papel importante en algunos países muy pobres. Me gusta la idea de que la religión es una cosa antigua: la religión es lo mismo de siempre, y eso no es un defecto. Ser antiguo no es un defecto es ser antiguo. Sólo eso. Puede ser una virtud o un defecto. Y la Iglesia, siendo antigua debe tener un ritmo diferente, otra velocidad. Debe asumir su lentitud. Sería absurdo, y es absurdo, que la religión trate de emular los movimientos modernos y asumir los inventos tecnológicos y ponerlos en uso como cualquier empresa económica –eso me parece un despropósito–. Acredita la creencia como acto individual, de uno para uno. Algo privado. La tecnología despersonaliza. Me gusta mucho esa idea que tenía Cristo de que pescaba a los creyentes en fila (uno por uno) y no con red, de forma indiscriminada.

¿Qué piensa de los movimientos de ciudadanos indignados que, hartos de callar respecto a lo que está pasando, abogan por la necesidad de poner freno a la locura del mundo económico?

El movimiento de los ciudadanos indignados es indispensable y era inevitable. En muchos países, la política y los políticos mismos se distanciaron por completo de la gente acercándose a las grandes economías. Ahora hay una separación, dos mundos, el mundo de la gente normal con una vida normal, que no protesta, y el de la política y la economía que sigue manteniéndose autónoma. Las manifestaciones son importantes para que los políticos se den cuenta de que la función de la política es estar cerca de la gente no de las empresas. En una obra de teatro, creo que de Buchner, si no recuerdo mal, el rey tiene un pequeño hilo con un nudo en el dedo. Y en un momento, el rey le dice a su ayudante: ¿este hilo en el dedo era para que recordase qué? Y el ayudante le dice: ¡para no olvidarse del pueblo! Finalmente, los políticos ya no tienen nudos en el dedo para recordar al pueblo y por lo tanto es el pueblo el que tiene que manifestar que no está muerto.

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