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segunda-feira, 11 de novembro de 2013

LA LENGUA VIVA


Más sobre la corrección política
Amando de Miguel

La llamada "corrección política" no es solo recurrir a eufemismos para confundir al personal y pasar por una persona cultivada. Se refiere también al escaso juicio en asimilar los neologismos o en la alegría en dar el sentido adecuado a las palabras. Hay mil ejemplos. No son graves mientras se mantengan en el terreno privado. Lo pretencioso y ridículo es cuando pasan al mundo público. Por el cual entiendo el oficial y el de los medios de comunicación. Es ahí donde los barbarismos se convierten en barbaridades.

José A. Martínez Pons comenta que, al transcribir al español palabras del ruso, muchas veces se sigue la forma francesa. Por ejemplo, Kruschef o Khruschef en lugar de la j, que existe tanto en ruso como en español pero no en francés. Así, sería mejor escribir Jruschef. Añado que esa tendencia proviene de que tradicionalmente las traducciones literarias del ruso al español se hacían a través del francés. Recuerdo que Pío Baroja se quejaba de que, de esa manera, no apreciábamos bien los españoles la maestría de los novelistas rusos. De paso nos dice el de Mallorca que la música típicamente española no es el flamenco sino la jota, con distintas variaciones según las regiones. Sobre la cuestión batallona de Lérida o Lleida en castellano, don José Antonio aporta este dato. En Lérida ha visto que una calle se llama así: "Carrer de Saragossa". Añade, "¿No habría que aplicar el do ut des?". Es decir, en Zaragoza el equivalente tendría que ser "Calle de Lérida". Por la misma razón decimos "hotel de Londres” o “puente de los franceses”. Qué sencilla es la norma y qué pesados se han puesto los que mandan en Cataluña con ese asunto. Nada menos que se trata de obligar al resto de los españoles a articular sonidos que no tenemos en castellano, como el de Girona.

Lucas Mendoza me pregunta por la moda (o la plaga) del "detrás de mí" o "delante de mí". Creo que me expliqué bien. Son formas un tanto heterodoxas, por lo mismo que cada vez más se oye decir “un antes y un después”. Mi parecer es que esa cosificación de los adverbios suena mal, pero a lo mejor es que mi criterio es demasiado profesoral. Entiendo que, si se generalizan esas formas por parte de los escritores, acabarán siendo aceptadas por la RAE. Mayores barbaridades se han visto. Recordemos el título de esta seccioncilla: "La lengua viva".

José Luis García-Valdecantos protesta por la expresión "prisioneros vascos" para referirse a los terroristas de la ETA que están en la cárcel. Entiende que lo de "prisioneros" es más bien un término de guerra. Podrían quedar en "presos”. Sigue sin estar muy claro. Siempre habrá presos que sean vascos, por haber cometido delitos que no son los de terrorismo. A la ETA y sus hoplitas les conviene que esa figura quede como el resultado de una guerra, del “conflicto vasco”. Bien es verdad que a los terroristas vascos se les da alas al emplear términos como “lucha contra ETA” o ”detención de comandos”. Lo que no debe admitirse es que los terroristas de la ETA sean considerados “presos políticos", pues en una democracia no puede haberlos. La gran polémica actual es si la ETA (solo Jiménez Losantos y yo le ponemos el artículo) ha sido derrotada (otro término militar) o si se va saliendo con la suya. Mi opinión (y conmigo la de cientos de doctores) es que la ETA no ha sido erradicada, sino que está instalada en las instituciones políticas y sociales. Por eso mismo no se disuelve, porque obtiene réditos políticos. Por lo menos hay que advertir que los terroristas vascos han impuesto su lenguaje. Eso es algo que suelen hacer los que triunfan en los conflictos.

José Cuevas polemiza sobre el uso de la voz anfitrión. No es propiamente, como él dice, una referencia directa a Anfitrión de Tebas, un personaje mitológico más que histórico. Creo que se deriva más bien de un personaje de una comedia de Molière. Algo similar ocurre con la palabra donjuán, derivada de un personaje de una obra de Zorrilla. En castellano clásico la palabra huésped indicaba tanto al anfitrión (= el que invita a su casa) como al invitado. Era una maravillosa polisemia o ambivalencia, como tantas otras que dibujan la elegancia del lenguaje.

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