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quarta-feira, 13 de novembro de 2013

LA LENGUA VIVA



Discusiones y disparates
Amando de Miguel en Libertad Digital - España

Eso de discutir, aparte de la polisemia (pelearse o llegar a acuerdos), se presta a un mito: "De la discusión sale la luz". También puede salir la oscuridad o la confusión. El mito contrario es que "todas las discusiones acaban mal". No, señor. Pueden acabar bien. Creo que esta seccioncilla es una parva demostración de que esos dos mitos no se mantienen. Pero sigamos.

José A. Martínez Pons agradece que, como estudiante de Ciencias, en su día se chapuzara en el latín. Arguye que los actuales estudiantes de Ciencias deberían ampliar sus conocimientos humanísticos. Redarguye que los de Letras no deben excusarse para ignorar los avances de la Física. Más ridículo es que aleguen esa condición "de letras" para no saber manejar (lo que antes se llamaba) una regla de tres. Estoy de acuerdo con el mallorquín, pero disiento de otro comentario suyo sobre la aversión que le producen los diminutivos y los hipocorísticos. Son un gran hallazgo del castellano y de los otros idiomas españoles. El inglés, por ejemplo, es mucho más pobre en ese recurso. Supone un tono de familiaridad y ternura en el lenguaje que siempre viene muy bien. Un español llamado José puede ser Pepe, Pepito, Pepet, Pepín, Xosé, Pepón, Josechu, Pepiño, Josín, etc., según la región y el ambiente. En Aragón no es lo mismo "una docenica de ostras" que "una docena de ostricas". Un inglés no lo entendería.

Luis Cáceres precisa que el delito de parricidio ha desaparecido de la legislación actual. En su lugar se habla de "homicidio con la [circunstancia] agravante de parentesco". Me parece mal. El circunloquio choca contra la necesidad de precisión y concisión que deben tener los códigos. No sé por qué tenemos que abandonar las palabras técnicas que han funcionado durante siglos.

Agustín Fuentes (Escribano Mayor de la Cofradía de los Orates, a la que pertenezco) nos comunica el origen de la expresión castiza "echar un polvo". Por lo visto, en los salones del siglo XIX los caballeros elegantes se salían un momento de la tertulia para echar un polvo (de rapé) con el fin de no molestar a las señoras. Reamente era una excusa para tener un encuentro íntimo y fugaz con alguna damisela previamente citada para la lúbrica ocasión. Eso último acabó siendo el verdadero polvo. Entiendo que la historia es curiosa, pero me resulta inverosímil. No recuerdo ninguna novela del siglo XIX que aluda a esa treta. Aunque bien pudiera ser que mis lecturas fueran limitadas. Ni siquiera el procaz Camilo José Cela recoge esa historia. Sigue el misterio de por qué llamamos "polvo" a lo que es líquido viscoso.

Llamo a declarar otra vez a José Antonio Martínez Pons a propósito de los disparates de los exámenes. Hace algún tiempo le tocó ser vocal en un tribunal de reválida, de los que se hacían antes al terminar el bachillerato. Al alumno le tocó a la suerte hablar de "la transmisión de los caracteres hereditarios". Lo cantó muy bien, pero, para mayor lucimiento, lo remató con este estrambote: "Por ejemplo, si se cruza un caballo blanco con una yegua negra, sale una cebra". A pesar de ese incidente, don José Antonio sigue siendo partidario de esas pruebas orales, y no de las de tipo test, que en mallorquín significa "tiesto". Le doy la razón.

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