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segunda-feira, 30 de dezembro de 2013

La política y la lingüística



Los filólogos y periodistas que trabajan en la Fundéu consideraron también otros términos presentes en el mundo de Internet y las redes sociales, como “wasapear”, pero prevaleció “escrache”, una palabra que traspasó las fronteras argentinas.

Por Silvina Friera en Página 12 - Buenos Aires



“Si no hay Justicia, hay escrache”, era la advertencia de H.I.J.O.S. (Hijos por la Identidad y la Justicia, contra el Olvido y el Silencio) cuando irrumpió en la escena política, en 1995. Una sobreviviente de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), durante una consulta médica en el sanatorio Mitre, descubrió que entre los trabajadores figuraba el obstetra Jorge Magnaco, encargado de los partos en la ESMA. Nadie en el sanatorio –ni en el café que frecuentaba ni en los comercios del barrio donde compraba– sabía quién era y lo que había hecho ese hombre maduro, calvo y de barba blanca recortada. Durante cuatro viernes seguidos, los militantes de H.I.J.O.S. marcharon desde el sanatorio hasta la casa del médico. Pegaron carteles con su cara donde se informaba de los crímenes que había cometido. Repartieron volantes a los vecinos, casa por casa. Nacía el escrache como modalidad de lucha –ante la falta de una condena judicial, en el entonces país de la impunidad, se apostaba al menos por la condena social–, que luego se extendería contra todos los represores que conseguían localizar y confirmar su identidad. Que las palabras sean viajeras crónicas –inclusive entre lenguas, de boca en boca, sin exigir pasaportes– no implica que en ese itinerario haya que escamotear el momento en que se recuperan y vuelven a circular, cargadas de nuevos sentidos. Escrache, “un término que alude a las manifestaciones convocadas frente a los domicilios de políticos y otros personajes públicos”, es la palabra del año para la Fundación del Español Urgente.

Es la primera vez en sus ocho años de vida que la Fundéu BBVA –creada por la agencia EFE y el banco BBVA, que trabaja asesorada por la Real Academia Española con el objetivo de promover el buen uso del español en los medios de comunicación– ha elegido su palabra del año de entre las muchas sobre las que se ha pronunciado, ya sea en sus recomendaciones diarias o en las respuestas a las consultas recibidas. “Buscábamos una palabra que tuviera cierto interés desde el punto de vista lingüístico, bien por su origen o por cómo está formada, y que haya estado en el primer plano de la actualidad en los últimos meses”, explica el director general de la Fundéu BBVA, Joaquín Muller. “‘Escrache’ reúne cualidades en los dos aspectos: es una palabra con un origen no del todo cierto, pero muy interesante, que ha llegado al español de España desde el de Argentina y Uruguay, y que se convirtió en protagonista de la actualidad y en el centro de una polémica en la que se cruzaban los elementos lingüísticos y los políticos”, aclara Muller. “Conviene destacar también el valor que tiene el viaje transatlántico de esta palabra. Un hecho lingüístico que cada día se produce con mayor frecuencia y rapidez y que resulta un elemento enriquecedor del español, sumando aportaciones propias de la lengua de una comunidad al resto de comunidades de habla hispana”, agrega. Los filólogos y periodistas que trabajan en la Fundéu hicieron una primera selección de doce términos, entre los que figuraban varias palabras vinculadas con la situación económica española, como “copago”, “emprender”, “quita” y “austericidio”. El mundo de Internet y las redes sociales estaban presentes con voces como “meme”, “autofoto” y “wasapear”. El Diccionario de la Real Academia Española no tiene una entrada con la palabra del año, pero sí incluye el verbo “escrachar” como una expresión coloquial propia del español rioplatense con dos significados: “romper, destruir o aplastar” y “fotografiar a una persona”. El Diccionario de Americanismos, de la Asociación de Academias de la Lengua Española, añade que en Argentina y en Uruguay “escrachar” significa también “dejar en evidencia a alguien”. Para el sustantivo “escrache” (del inglés scratch, rasguño) aporta la siguiente definición, en la página 919: “Manifestación popular de denuncia contra una persona pública a la que se acusa de haber cometido delitos graves o actos de corrupción y que en general se realizan frente a su domicilio o en algún otro lugar público al que deba concurrir la persona denunciada”. En España, la palabra se populariza durante las protestas organizadas en los primeros meses de 2013 por la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH).

Varias teorías “conviven” respecto del origen del vocablo del año. Una la sitúa en el italiano schiacciare (“aplastar, astillar, machacar”) o en el genovés scraccâ (“escupir”), términos que habrían llegado al español a través del lunfardo rioplatense. Otros, en cambio, plantean que existe una clara conexión con el inglés to scrach (“arañar, rasguñar, marcar”). En el español de los Estados Unidos, por ejemplo, se usa “escrache” como “arañazo o rasguño”, como lo señala el Diccionario de Americanismos, donde entre las acepciones del verbo “escrachar” se consignan “romper o inutilizar algo” y “golpear duramente a alguien, especialmente en la cara”.

Julio Cortázar empleó este verbo en Rayuela (1963): un paquete “se escracha en la calle”; y un imaginario piloto de avión “ya te lo está escrachando en la confitería del Aguila a la hora del té”. En el Diccionario del habla de los argentinos (2008). de la Academia Argentina de Letras, escrache aparece definido como “denuncia popular en contra de personas acusadas de violaciones a los derechos humanos o de corrupción, que se realiza mediante actos tales como sentadas, cánticos o pintadas, frente a su domicilio particular o en lugares públicos”. Volviendo al principio, a 1995, el efecto del primer escrache fue inmediato: Magnaco fue despedido del Sanatorio Mitre y los vecinos le pidieron que se fuera del barrio. “Si no hay justicia, hagamos que el país sea su cárcel” era el lema de H.I.J.O.S. Muchos escraches corrieron en el río de la historia reciente. La palabra traspasó el ámbito de los derechos humanos y se convirtió en una forma de expresar descontento y reprobación hacia la clase política a partir de 2001, el año de la crisis argentina.

No resulta extraño, entonces, que el término haya triunfado en España. Pero entre las idas y las vueltas, conviene recordar lo que decía Florencia Gemetro, de H.I.J.O.S., a Página/12: “Nuestros escraches son producto de un trabajo, de una reconstrucción social y de la necesidad de contar otra historia. Otra cosa es esta expresión de la impotencia multidirigida, en la que cualquiera puede ser escrachado. Cuando se le grita a un político en la calle, esos gritos no provienen de un modo de entender la justicia. Si el sentido del escrache no es conseguir justicia popular, corre el peligro de desvanecerse en el vaciamiento político: no queda nada después, porque no hubo toma de conciencia ni organización”.

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