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quinta-feira, 16 de janeiro de 2014

LA LENGUA VIVA






La elegancia en la lengua escrita
Amando de Miguel en Libertad Digital - España



Antaño los que escribían eran unos pocos; sistemáticamente los letrados o los escritores. Ya no hay una casta de escribas o escribanos. Ahora todos o casi todos juntan letras cotidianamente, o mejor, teclean en los artefactos electrónicos. La consecuencia es que la comunicación se empobrece, se licúa la noción de que un texto pueda ser correcto o incorrecto. Las cartas de antes podían llegar a ser un género literario, el epistolar. Los mensajes o meils de ahora pueden ser perfectamente ilegibles o por lo menos ileíbles (= se pueden leer, pero no se entienden).

Ante esa inundación de las costumbres de las comunicaciones escritas cabe insistir en que se debe insistir en algo tan olvidado como el estilo. No hay una lengua perfecta. Eso de que el alemán es para dar órdenes a un caballo y el español sirve para hablar con Dios es una majadería. No creo que se le ocurriera a Carlos V. La lengua castellana es muy expresiva en algunos aspectos. Por ejemplo, permite adjetivar con maestría, y no digamos insultar. Contamos con esa maravilla del subjuntivo (que desgraciadamente desaparece) y con la magnífica diferencia entre ser y estar. El castellano presenta la gran riqueza de haber importado voces de otras lenguas. Así, podemos decir "óleo" y "aceite". Aun así, admiramos la mayor facilidad que tiene el inglés para asimilar palabras de otros idiomas. Un tornado en los Estados Unidos no es más que la tronada de los españoles.

Más interesante es darse cuenta de las dificultades que presenta la lengua de Cervantes para escribir con soltura y precisión. Por ejemplo, abundan las palabras llanas (acento en la penúltima sílaba), lo que lleva a una cierta monotonía en el habla. Hay que festonearla con algunas voces esdrújulas. Esa uniformidad que digo hace que nuestra lengua tolere mal las repeticiones de palabras en el mismo párrafo y no digamos en la misma frase. Otra consecuencia desgraciada es el peligro de las rimas, sobre todo las de -ón. Hay que evitarlas a toda costa. No se deben decir cosas como "la repetición de la conversación en un medio de comunicación es un tostón".

Más sutil es otro obstáculo para conseguir un estilo aceptable. Consiste en el peligro de lo que podríamos llamar los adjetivos cristalizados por el uso. Se ha recurrido tantas veces a ellos que resultan estragantes. (Por cierto, el DRAE recoge estragar pero no estragante. Los inmortales es que son así de caprichosos). Pongo algunos ejemplos: lengua viperina, entera confianza, mundanal ruido, lágrima furtiva, densos nubarrones, lluvia pertinaz, cumbres borrascosas, doble vara de medir, denodado esfuerzo. Hay muchos más. El primero que se atreve a colocar un adjetivo nuevo a un sustantivo es un poeta. Pero la repetición cansina de ese hallazgo puede contribuir a la hartura. (No debo decir el hartazgo para no caer en el vicio de la rima).

Quizá el defecto mayor de nuestra lengua sea su carácter retórico, con repeticiones y circunloquios. Es muy arduo de evitar. Por eso mismo hay que marcarse una disciplina. Ofrezco el ejercicio que yo practico desde hace muchos años: las frases entre punto y punto no deben superar las 30 palabras. Parece un capricho de dómine, pero tiene su aquel. Por cierto, el vocablo aquel debe ser evitado a toda costa, salvo cuando se quiere indicar algo difuso o indeterminado, como en esa magnífica expresión de "tener su aquel". Recuérdese el "aquellas" (golondrinas) del famoso poema de Bécquer. En la prosa corriente el aquellos debe sustituirse ventajosamente por "los que".

Las normas anteriores no son tales. Las Gramáticas no las incluyen, pero pueden ser útiles para conseguir esa deseada elegancia de los escritos cotidianos. Son más bien trucos del oficio, pues no es otro el mío que escribir todos los días de mi vida consciente.

Un último argumento suasorio. Tampoco es que tengamos que ser todos eximios vates. Simplemente debemos comunicarnos con eficiencia. La razón es que hoy son muchos los textos que hay que leer. Si no están bien construidos, esa tarea puede ser cansina.

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