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terça-feira, 25 de março de 2014

LA LENGUA VIVA






Arrepentimiento, remordimiento
Amando de Miguel en Libertad Digital - España


Hay un uso lingüístico que me llama mucho la atención. Es la realidad con que se repiten hasta el hastío ciertas palabras (como ámbito o presunto). Al tiempo hay otras que producen aversión el mero hecho de pronunciarlas, como arrepentimiento. Ni siquiera se arrepienten algunos terroristas con muchos asesinatos, aunque solo sea de boquilla para obtener beneficios penitenciarios. No me importa tanto el arrepentimiento judicial como el de la vida corriente. Es ya una frase tópica en las declaraciones de los personajes del fotocol: "Yo no me arrepiento de nada". Hay que tener valor para emitir una melonada así. El arrepentimiento es una virtud que se reconoce como tal porque equivale a revisar moralmente el pasado. Hasta ahí podríamos llegar. En la mentalidad que priva en España está la resistencia a arrepentirse de los errores o desviaciones de la norma que uno ha podido cometer. Cuidado que es humano equivocarse, tan común como respirar. Pero lo corriente es criticar las equivocaciones de otros, no las nuestras.

Un buen ejercicio de introspección sería el ponerse a pensar sinceramente si uno se arrepiente de algunas decisiones pasadas. Adelanto mi posición personal para no quedar como denunciante o fiscal. Pues, sí, personalmente me siento arrepentido de haberme equivocado muchas veces en asuntos dolientes para mí o sobre todo para otros cercanos. Sería del mayor interés un análisis de los libros de memorias que se publican en España para documentar cuántos arrepentimientos se producen. Pocos, sospecho. Antes bien, esa literatura suele ser justificativa. Son los otros los que se equivocaron.

Alguien podría pensar que el arrepentimiento no conduce a nada, pues el pasado ya no se puede alterar; ni siquiera Dios podría hacerlo. Pero es que arrepentirse con sinceridad supone un cierto "propósito de enmienda", como nos dice el Catecismo. Ahí está otra vez el peso de nuestra tradición cultural que aconseja no enmendalla. Esa disposición altiva y contumaz se valora mucho entre nosotros. En los usos sociales de los españoles no está bien visto lo de excederse en pedir perdón. Los angloparlantes, al contrario, se desviven para remachar que están "tristes" (sorry) por cualquier minucia que pueda molestar mínimamente.

Todavía más rara en España es la expresión remorder la conciencia, que sería algo así como el arrepentimiento más sincero, el que va por dentro. Ese tribunal secreto de la conciencia nunca se engaña. Sus sentencias resultan inexorables, irrecurribles, firmes. Por eso mismo, al ser tan justas y severas, es corriente la conducta reactiva que es procurar que no afloren. Uno puede arrepentirse formalmente, pero como medida para que se le perdonen los errores. Pero el remordimiento es íntimo: consiste en morderse una y otra vez por los órganos del pensamiento. Como es lógico, esa virtud exige tener vida interior, cosa que está por demostrar que sea general o incluso que se desee tener. La vida española es ostentosa en su aspecto exterior, teatral incluso. Pero por dentro muchas veces resulta vacía. Ya lo sé, se me dirá que soy pesimista. Es cierto, lo reconozco, pero en estos aspectos de la conciencia de mis compatriotas (y también de la mía) no encuentro muchas razones para el optimismo.

Tampoco deben tomarse estas medicinas del arrepentimiento o el remordimiento sin consultar con el psicólogo. Bastará un amigo, que es más barato. Preciso es reconocer que esas virtudes que digo pueden tener un efecto secundario muy nocivo: dan lugar a insomnios pertinaces. Solo los niños o los simples duermen sin pesadillas. Claro que lo peor son las pesadillas diurnas. Esas nos persiguen sin descanso.

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