Celebremos sin olvidar el deber de cuidarlo
En honor al escritor Miguel de Cervantes Saavedra, quien murió en fecha semejante del año 1616, y cuya novela "El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha" está considerada la obra cumbre de la lengua española, cada 23 de abril se celebra el Día Mundial del Idioma Español.
Hay quienes piensan -no sin mucha razón- que el castellano cambia como resultado del maltrato a que se le somete actualmente. Y en efecto, los idiomas no son estáticos, sino que están en constante transformación, como la sociedad misma.
Ciertamente, no podemos esperar que nuestros niños hablen como lo hacían los conquistadores españoles al pisar la tierra más hermosa que ojos humanos habían visto hasta entonces.
Ni siquiera podemos aspirar a que se expresen como lo hacían nuestros letrados intelectuales de centurias que ya quedaron atrás.
Incluso, el siglo XX, visible aún en la línea del horizonte estético, queda muy ancho para nuestras expectativas de comunicación.
El año 2000 abrió puertas -un tanto desconocidas hasta entonces en esta parte del mundo- para las nuevas tecnologías, y con ellas entraron a nuestra casa grande nuevos modos de hablar y de escribir.
Haciendo memoria, siempre ha sido así. Cada época trajo su propia jerga; la vox populi no ha dejado nunca de existir.
Cada región tiene sus características propias, y de ellas nacen para y desde cada una, nuevas palabras, nuevas voces, nuevas maneras de decir.
Las jergas juveniles, por ejemplo, hacen a diario ampliar el léxico del idioma español; asimismo, las palabras se adaptan a las regiones y las costumbres de las personas y, dependiendo de las vivencias de estas gentes, le aportan nuevas definiciones.
Y es válido. Siempre se ha dicho que en la diversidad está la unidad. Pero es válido, siempre y cuando nutran y fortalezcan la raíz, y hagan crecer el árbol del idioma común.
Sin embargo, el movimiento y dinamismo del idioma, por ninguna razón deben estar reñidos con su uso correcto y, aún mas, con el deber y el derecho que tenemos todos de cultivarlo y cultivarnos, como símbolo inequívoco de nuestra instrucción y de nuestra cultura.
Sin obviar su esencia, tratemos todos de que el árbol de nuestro idioma español, ese que ya cuenta con más de 450 millones de hablantes en el mundo, no tenga que crecer torcido.
Es y será el primer legado a nuestros hijos.
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