Los académicos, a los pies de sus letras
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Un grupo de 67 académicos, en su mayoría escritores y filólogos, que han formado parte de la Real Academia Española (RAE) o pertenecen a ella, han homenajeado a las letras del alfabeto que designan sus sillones en la corporación con el libro Al pie de la letra, con motivo del tercer centenario de la RAE.
Con esta Geografía fantástica del alfabeto español, como describe a este curioso volumen su propio subtítulo, los académicos han puesto su imaginación al servicio de cada una de las letras, minúsculas y mayúsculas, que nombran sus plazas.
Editado en Sevilla por la Fundación José Manuel Lara, Al pie de la letra se venderá en librerías, y no como su primera edición, del 2001, no venal y de circulación restringida, que ahora ha sido enriquecida con más de una docena de nuevas entradas.
Esta nueva edición, publicada con motivo del tercer centenario de la Academia, ha sido coordinada por el académico José María Merino e ilustrada con dibujos del artista argentino Óscar Astromujoff, quien ha recreado cada una de las letras del alfabeto.
Los editores han recordado que las letras que designan los 46 sillones de la Academia —todas menos las mayúsculas Ñ, W, Y, y las minúsculas v, w, x, y, z— nada tienen que ver con las tareas desempeñadas con los académicos a los que cada una de ellas corresponde, ni tampoco señalan jerarquía alguna, ya que a las plazas se accede al azar en función de las vacantes convocadas por fallecimiento del anterior titular.
Los editores han destacado que los textos correspondientes a cada una de las letras son «muy distintos entre sí», si bien en la mayoría de ellos brilla el ingenio de los académicos, a veces un afán lúdico, y siempre el entusiasmo y el amor por el lenguaje y por cada una de las letras que designan sus sillones.
Por ejemplo, José María Merino, al que corresponde la m minúscula, convierte su entrada en una aliteración, con párrafos como este: «En su manejable microcosmos, el movimiento dramático puede maniobrar por las mayores mudanzas y metamorfosis: del matrimonio y la monogamia a la mancebía, de la moderada sociedad a la mafia, puedo hacerlo merecedor de menciones…»
El Nobel Mario Vargas Llosa, que titula «Libre, lectora, literaria, leguleya y liberal» el capítulo dedicado a la letra de su sillón, la L mayúscula, no oculta su entusiasmo por esa letra:
«Me considero muy afortunado de que los dioses, o el azar, me deparasen el sillón académico bautizado con la letra L: no hay una más apuesta, alegre y de más estimulante simbolismo en todo el abecedario, tanto que debería ser escrita siempre en mayúscula, para subrayar su liderazgo sobre las demás».
Aurora Egido, B mayúscula, deja constancia de que ese sillón «ha aparecido colocado sobre una plataforma, dentro de un armazón de metacrilato, en la Biblioteca Nacional de España con motivo de la exposición conmemorativa del tricentenario», entre diciembre del año pasado y enero de este año, y termina su entrada con unos versos de Jorge Guillen, que empiezan «¡Beato sillón!…»
Fernando Fernán-Gómez, a quien correspondió la B mayúscula, abrió su entrada: «Imaginemos el alfabeto como una compañía teatral. Sería una compañía teatral formada exclusivamente por mujeres: las letras», mientras que Víctor García de la Concha titula su entrada, correspondiente a la c minúscula, «c de castellano».
Alonso Zamora Vicente, que ocupó el sillón D mayúscula, dejó uno de los títulos más sugerentes, paréntesis incluidos «(También hay letras fantasmales)», mientras que el poeta José Hierro, G mayúscula, ironizó con un «Memorial de agravios de la letra G», y José Manuel Sanchez Ron, que ocupó ese mismo asiento, ofreció una versión distinta: «La grandeza de la G».
Juan Gil, e minúscula, entra directamente en el juego: «Ignoro a quién se le ocurrió la idea de poner los sillones de la Academia bajo la advocación de las letras del alfabeto, pero hay que reconocer que esa idea, original o copiada, fue tan prudente como sabia». EFE
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