De la envidia a la
violencia
Amando de Miguel en Libertad Digital - España
Quedamos en que las palabras no significan solo lo que dicen los diccionarios. Cuentan también los sentidos que les dan los hablantes. Esas variaciones no son una fuente de confusión sino de riqueza. Veré de ilustrar ese principio.
No todos los vicios o pecados se ocultan. Por ejemplo, en España el hecho de pagar menos impuestos de los debidos es algo de lo que se suele alardear. Es lástima que no dispongamos de una palabra para esa acción. Podríamos recordar el famoso monólogo de Don Juan:
Yo a los palacios subí, yo a las cabañas bajé, y en todas partes dejé amargo recuerdo de mí.
Hay una serie de conductas o actitudes reprensibles para las que sí tenemos palabras pero con significados difusos. Véase esta secuencia de antipatía, ordenada de menor a mayor daño a la víctima: 1) envidia, 2) resentimiento, 3) odio, 4) venganza, 5) violencia. Es un proceso muy común, pero difícilmente se suele reconocer por el sujeto. Son más bien vicios que se perciben por un observador desde fuera.
La raíz de todo está en la envidia. La definición clásica es "tristeza del bien ajeno". Se entiende mejor como el contrario de la admiración, que equivaldría entonces a la alegría del bien ajeno. En la cultura española se escatiman esos dos polos, pero eso suele ser por hipocresía.
Debe recordarse que la envidia se da propiamente respecto a las personas cercanas. Unamuno señaló: "La envidia es una forma de parentesco". Cuesta trabajo reconocer que las envidias más furibundas se dan entre padres e hijos, entre hermanos. La razón es que se parte de una definición idealizada de familia. Se trata realmente de una relación entre dos individuos: uno que da envidia al otro (una forma de placer) y otro que tiene envidia del uno (una manera de sufrir).
La envidia prolongada da lugar al resentimiento. Es algo así como el deseo de que le vaya mal a la otra persona. Al igual que la envidia, el resentimiento se oculta todo lo que se puede. Cuando sale al exterior y se encona es el odio. En la cultura de habla inglesa el odio es un sentimiento débil, que se proyecta también sobre las cosas. Equivaldría en castellano a "no me gusta". Es una de las primeras frases que aprenden los niños. En la cultura hispánica se odia propiamente a las personas, y es, por tanto, un sentimiento fuerte.
Un paso más y nos adentramos en la venganza. Equivale a la intención de dañar al otro. Se suele justificar como una suerte de compensación de algún daño anterior proveniente de esa persona. La mayor parte de las venganzas terminan ahí, en el deseo.
Cuando se materializa la intención de vengarse entramos en el capítulo de la acción: la violencia. Me refiero a la de carácter ilegítimo. En contra de lo que se dice, los españoles somos poco violentos. Eso quiere decir que lo usual entre nosotros es quedarnos en los pasos anteriores, desde la envidia a la venganza. En esas disposiciones anímicas (por tanto, difusas) somos verdaderos maestros. Al ejercitar tanto la envidia en la sociedad española, se comprenderá que escasee el sentimiento de admiración. Muchas veces esa actitud no se manifiesta hasta el fallecimiento de la persona en cuestión. Una consecuencia de ese déficit es lo mal que funciona en España el reconocimiento del mérito ajeno. El que triunfa es porque ha tenido suerte, o peor, el éxito lo ha conseguido con malas artes.
Nenhum comentário:
Postar um comentário