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El periodista latinoamericano se embarca en un lenguaje administrativista, protocolario, normalmente impermeable a los usos de la calle. Lo que también ocurre en España.
La constelación formada por la América Latina de lengua española y España es tan variada como su propio uso del idioma. Unos y otros introducen legítimamente los modismos que les son propios. Pero aún así lo que une, pongamos por caso, a Tegucigalpa con Buenos Aires es la lengua española, y algo parecido ocurre con la gran variedad de formas periodísticas que existen en ese universo. Pero sostengo que cuando menos hay un elemento común que se extiende, con matices, de Río Grande a Tierra del Fuego, al que llamo el chip colonial.
Una gran amiga colombiana lo expresa divinamente cuando dice que el periodista latinoamericano «se pone corbata a la hora de escribir». En otras palabras, se embarca en un lenguaje administrativista, protocolario, normalmente impermeable a los usos de la calle —lo que también ocurre en España—, en la que una voz externa se impone a la del autor para fabricar productos informativos que suenan a rueda de prensa, boletín o comunicado. El periodista parece sentirse incapacitado para explicar las cosas directamente, sin mayor dilación. Un ejemplo, extremo sin duda, pero absolutamente veraz, lo encontramos en expresiones como «fulanito de tal que cuenta en la actualidad … años de edad». Y el año pasado, uno menos.
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