La feminización incorrecta del idioma
Aunque han pasado muchas décadas, todavía recuerdo lo que mis maestros me enseñaron y aprendí en las clases de gramática española en el Instituto Pedagógico de Managua, donde se utilizaba el texto de G.M. Bruño. Pero al escuchar y leer lo que hoy en día se estila, pareciera que quienes elaboraron las normas fundamentales de nuestro idioma han quedado relegados al olvido. Veamos unos cuantos ejemplos.
El castellano o español distingue dos géneros: el masculino, que se refiere a aquellos sustantivos o adjetivos que en singular terminan en “o”, y el femenino para los que lo hacen en “a”, con algunas excepciones. Los vocablos terminados en el participio activo “ente” se aplican a ambos géneros anteponiendo el artículo masculino o femenino respectivo.
Al decir los niños, los hispanohablantes siempre habíamos entendido que dicha expresión incluía a niños y niñas. Pero siguiendo el ejemplo de algunas lenguas foráneas, sobre todo la inglesa, en que la terminación o el sustantivo no siempre indica la pertenencia a determinado género, y debido al influjo de corrientes feministas que consideraban que algunas expresiones eran discriminatorias —es el caso de “chairman” en inglés, que siempre se utilizó para designar a quien presidía una mesa o reunión, independientemente de su género— ahora acuñaron “chairwoman”, o la neutral “chairperson” etc.
De acuerdo con esa tendencia, ahora se escucha y se lee con frecuencia a guisa de saludo “amigos y amigas”, “ciudadanos y ciudadanas”, “trabajadores y trabajadoras”, “defensores y defensoras”, “hijos e hijas” y muchas otras expresiones que denotan un desconocimiento de la manera de pensar propia y tradicional de los hispanohablantes. Si decimos, por ejemplo, que los niños suelen empezar su educación básica a los siete años, a nadie en su sano juicio se le ocurriría pensar que dicha expresión excluya a las niñas, o que al decir en una reunión sean todos bienvenidos nos refiramos única y exclusivamente a los varones y excluyamos a las mujeres. Otro tanto ocurre con la expresión “el hombre es un ser racional”, que obviamente no excluye a las mujeres, puesto que el sustantivo masculino está tomado en su acepción de ser humano, tal como lo proclamó la Revolución Francesa en 1789 (Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano). Eso sería, como se dice, buscarle tres patas al gato.
Pero hay un caso todavía más absurdo: la feminización de los sustantivos terminados en “ente”, como presidente, intendente, dirigente, asistente, gerente, regente, etc., que incluyen ambos géneros. El feminismo ha impuesto la presidenta (en vez de la forma correcta la presidente) al igual que intendenta, dirigenta, asistenta, gerenta, regenta, o alcaldesa en vez de señora alcalde (alcaldesa es la mujer del alcalde). ¿Llegaremos al extremo de decir o escribir asistenta diligenta, asamblea constituyenta, dirigenta competenta y otras bellezas similares como nicaragüenses y “nicaragüensas”?
¿Qué pensarían quienes defienden esta feminización a ultranza del idioma si apareciera —Dios no lo quiera— una contracorriente machista que abogara por cambiar lo que consideran discriminatorio, como por ejemplo, exigir que se diga y escriba el hombre es un persono humano en vez de persona humana, para no incurrir en insinuaciones respecto de su masculinidad? Ilógico, absurdo. Totalmente de acuerdo.
No puede aceptarse que por desconocimiento, capricho, ignorancia o imitación de costumbres foráneas se conspire contra la unidad del idioma castellano, que es patrimonio de todos los hispanohablantes aquende y allende el Atlántico. Actuar de otra manera es atentar contra la lengua de nuestros mayores y podría significar, con el transcurso inexorable del tiempo, que tengamos que resignarnos a leer versiones “traducidas” de las obras de nuestro inmortal Rubén Darío adaptadas al feminismo idiomático, ya que seguramente sus obras originales serían tildadas de machistas…
Managua, junio de 2014
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