Desde un punto de vista simbólico (que es el que aquí interesa), más bien pareció un juramento irreal. En efecto, se jura siempre ante Dios o sus símbolos, especialmente cuando se trata de Su Majestad Católica. La Monarquía o es tradición o no es nada.
Pase lo de la austeridad en un momento de crisis y todo eso, pero la ocasión de un juramento real se presenta una vez en cada generación. Así pues, no habría estado mal respetar un poco las formas. Que conste que el Rey no se proclama porque su padre firme el acta de abdicación o porque esta se convierta en ley. No, el Rey comienza a serlo cuando jura la Constitución o equivalente. Por eso mismo hay que seguir las tradiciones.
Los españoles echamos en falta en el solemne acto la presencia del rey saliente, la de la infanta Cristina y la de los dignatarios extranjeros. Tanto Juan Carlos como Felipe se han hartado de asistir a proclamaciones de jefes de Estado o de Gobierno en muchos países. La elemental cortesía implicaba haber invitado a esos mandatarios al acto de la proclamación de Felipe VI. Por cierto, en buena lógica, tendría que ser Felipe V de Aragón, pues en Aragón no llegó a reinar Felipe I. Pero bueno, eso es lo de menos.
Lo fundamental es que el juramento real debería haber recogido la plástica de mil años de Historia. Pocas monarquías en el mundo han acumulado tanto espesor histórico como la española. Por ejemplo, era imprescindible algún símbolo religioso. ¡Pues no habrá crucifijos o Evangelios antiguos que son obras de arte! No se me diga que el Estado español es aconfesional. Mucho más lo es el norteamericano y ahí tenemos al presidente de los Estados Unidos jurando sobre una Biblia antigua, de hace cien años. Por otra parte, lo de eliminar los símbolos religiosos resulta imposible. En la corona que se expuso en el acto vimos cómo se remataba con una crucecita. No se la iban a limar para la ceremonia. Sobre el pecho de Felipe VI brillaban algunas cruces militares. No era cuestión de eliminarlas. Son joyas simbólicas. Por lo mismo, no habría estado de más que la Reina hubiera llevado alguna diadema, collar y pendientes de la Casa Real. Esa ausencia nada tiene que ver con la austeridad por la crisis.
Lo de la comitiva en un Rolls (herencia de Franco y con chófer a la derecha) queda cutre. El Patrimonio Nacional cuenta con docenas decarrozas reales. Cualquiera de ellas habría sido el símbolo perfecto para trasladar a los Reyes por las calles de Madrid. Desde fuera nos ven como una nación milenaria. ¿Por qué no ostentar esos símbolos que tanto pueden ayudar a la marca España?
Solo un detalle de elegancia. Cuando suena el himno nacional, los futbolistas pueden colocarse como les da la gana; para eso son analfabetos, políticamente hablando. Pero el jefe del Gobierno debe ponerse en rigurosa posición de firmes, con los tacones juntos y abiertos los pies formando un ángulo de 45º. El Rey cumplió esa posición, pero vimos al presidente con las piernas abiertas. Por cierto, ¿no posee alguna condecoración el presidente? Era la mejor ocasión para colocársela sobre el chaqué. Sin ella más parecía un camarero de un hotel de lujo.
A todo esto, seguimos sin saber por qué abdicó Juan Carlos. A Felipe VI se le espera con esperanza. Bastará un gesto suyo para parar las veleidades de los Gobiernos catalán y vasco. Los señores Urcullu y Mas ni siquiera se dignaron aplaudir el discurso del nuevo rey. Empezamos bien.
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