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segunda-feira, 23 de junho de 2014

LAS CUATRO LENGUAS DEL REY

CORONACIÓN Dio las gracias en castellano, catalán, euskera y gallego
  • Un vasco, un gallego, un catalán y un andaluz.

  • Fueron los escritores 'invitados' del nuevo monarca en su coronación

  • El autor traza aquí sus perfiles y su lucha por el idioma

Felipe VI, el jueves, leyendo el discurso de su coronación en el...
Felipe VI, el jueves, leyendo el discurso de su coronación en el Congreso de los Diputados. ESTEBAN COBO


Los versos los citaba el viernes Santiago González en este mismo periódico: «Sólo es español quien sabe/ las cuatro lenguas de España». Su autor, Gabriel Aresti, uno de los cuatro escritores aludidos por Felipe VI en su primer discurso como rey, en tanto que paladines de la diversidad lingüística de los españoles, mientras invitaba a considerar las distintas lenguas no como patrimonio privativo de cada cual, sino común de todos. Quizá en sentido literal la afirmación de Aresti resulte excesiva o utópica, y más en lo que se refiere al euskera, de arduo aprendizaje para quien no lo tenga como lengua materna, pero no deja de encerrar una verdad que el recién estrenado monarca invocaba oportunamente en un acto en el que se le ponía a prueba como símbolo capaz de aglutinar a toda la ciudadanía.
Muchos le han reprochado a Felipe VI que no fuera más allá en la mano tendida a los nacionalismos (cada uno de ellos, significativamente asentado en su lengua propia), en la apuesta por un nuevo modelo de organización territorial y un nuevo concepto de lo español. Pero quienes tal hacen olvidan que el rey no dicta las políticas de Estado, sino que ha de atenerse a las que en cada momento determine el gobierno salido de las urnas donde depositan su voto los titulares de la soberanía. Y diríase que, limitado como estaba para arriesgar propuestas de reforma institucional o constitucional, cuyo impulso no le corresponde, optó por lanzar su mensaje de renovación e invitación a recobrar la concordia a través de la cultura, o mejor dicho las culturas, y su expresión fundamental, esto es, la lengua. Las lenguas.

Los disidentes

Los cuatro escritores citados (Machado, Espriu, Castelao y Aresti) comparten algunos rasgos nada desdeñables: todos ellos pueden considerarse disidentes de los vencedores del 39, los cuatro se vieron condenados por éstos al exilio (al de fuera Machado y Castelao, al interior Aresti y Espriu, en tanto que literatos en lenguas postergadas y puestas bajo sospecha), y su común pasión por el idioma, cuyos límites en cuanto a posibilidades expresivas buscaron como cumplidos representantes de su oficio, los llevó a reivindicar las palabras despreciadas, esas que la España más intolerante, ferozmente encarnada en el afán uniformador de los triunfadores de la contienda civil, no consideraba dignas de escucharse, y en las que ellos, con tenacidad insobornable, dieron en nombrar las cosas del mundo.
Castelao, el mayor de los tres no castellanos (nacido en 1886), el más político y acaso el más combativo, se sublevaba airadamente contra los que reducían a la condición de «dialecto» la lengua gallega. «¿Con qué derecho se nos obliga a aprender la lengua de Castilla y no se obliga a los castellanos a aprender la nuestra?», preguntaba, provocador. Aresti, el más joven (nacido en 1933, y muerto sólo 42 años después) fue adalid de la unificación de euskera, lengua que no era la suya materna, que aprendió de forma autodidacta y cuya lexicografía impulsó en condiciones nada favorables. Espriu, a medio camino de ambos (nació en 1913) exploró en su poesía la versatilidad y la hondura de su lengua para acercarse a los más intrincados recovecos del espíritu. Su compromiso con el catalán como vehículo expresivo, que lo mantuvo durante décadas en los márgenes del espacio editorial de su tiempo, no le impedía valorar las lenguas de los otros: «Recuerda siempre esto, Sepharad./ Haz que sean seguros los puentes del diálogo/ e intenta comprender y amar/ las razones y hablas diversas de tus hijos».

Letras para el cantautor

Cualquiera de ellos reúne condiciones para ser reclamado con orgullo como pertenencia valiosa de todos los españoles. De los tres quizá el catalán sea el más afortunado, y no necesariamente por la universalidad o facilidad de su obra, sino porque contó con la complicidad de un gran cantautor, Raimon, que puso música a muchos de sus poemas. Aunque la elección del catalán por parte del cantante le impidiera llegar a muchos castellanoparlantes (sin duda imbuidos de esa miope visión de las otras lenguas españolas como ajenas) su compromiso político y la música, que ayuda a que pasen de contrabando las palabras, ya sean sagradas o malditas, lo pusieron a disposición de otros muchos, que pudimos hacer nuestros, como letras de canción, poemas de Espriu como Indesinenter o He mirat aquesta terra. Que supimos, así, cuánto podíamos llegar a perdernos.
Quizá sea mucho pedir, como Aresti, que todos sepamos las cuatro lenguas. Podríamos comenzar, eso sí, por no ignorarlas

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