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segunda-feira, 16 de junho de 2014

NÉLIDA PIÑÓN


«Se nos tiene por un país amante de la lujuria»

Brasil acapara la atención del mundo entero, pero no todo es fútbol. Su cultura, una de las más ricas del continente americano, tiene en la escritora Nélida Piñon a su mejor embajadora

Arranca el Mundial de Fútbol y Brasil se convierte en centro de todas las miradas: como país, como cultura, como lengua. En la que brilla con luz propia Nélida Piñon (Rio de Janeiro, 1937). Con la Premio Príncipe de Asturias de las Letras 2005 he conversado. De Galicia, a la que está unida por lazos familiares. De su última obra, «Libro de horas». De su doble «morada»: Brasil y el idioma portugués. Y, naturalmente, de fútbol.
Brasil, ahora mismo, está de «moda» o de actualidad. ¿Cómo ve usted el fenómeno brasileño, con orgullo o con la preocupación de que todo sea un espejismo?
El ascenso de Brasil no es fruto de la casualidad ni se le puede aplicar el concepto de «moda», reservado a un producto de mercado o a un estilo concebido por algún modisto de prestigio. Como además se nos tiene por un país tropical, amante de la lujuria, desde muy pronto fuimos condenados a una periferia distante, como si no encajásemos en las pautas civilizadoras y no poseyésemos un inmenso repertorio cultural. De nada servía, en consecuencia, llamar a las puertas del mundo para exponer virtudes culturales. Pero si ahora llamamos la atención internacional, será por razones variables y oscilantes.
A su país se le conoce fundamentalmente por ser una potencia futbolística. ¿Está de acuerdo con esa imagen un tanto frívola?
Entre otros méritos, cultivamos el fútbol. No somos los únicos que aman este deporte. Aunque no hemos cometido por el momento los desatinos europeos que remuneran a sus jugadores como si fuesen dioses del Olimpo. Con todo, la sociedad contemporánea, escasa de ardor por la cultura, condena al destierro a las artes escritas, por ejemplo, que no pertenecen a la categoría del espectáculo.
Una mujer, Dilma Rousseff, es la presidenta de Brasil. Y Mario Vargas Llosa se presentó a las elecciones en Perú. ¿Usted se atrevería a optar a algún cargo político?
Jamás me ha tentado el ejercicio del poder. Me basta haber sido presidenta de la Academia Brasileña de las Letras y me enorgullezco del trabajo que realicé. Veo incompatibles la libertad que proporcionan la escritura y el pensamiento, por un lado, y el tipo de realidad que traza líneas de conducta implacables en el ejercicio de un cargo público, por otro lado. A lo largo de la Historia, muy pocos políticos han logrado conciliar la función de intelectual con la de estadista.
El arte brasileño de las últimas décadas ha tenido y tiene mayor proyección internacional que su literatura. ¿Está de acuerdo?
La música, la pintura, la escultura, por poner algunos ejemplos, no precisan la intermediación de la palabra. Son artes que atraviesan el muro de la sensibilidad prescindiendo de la traducción verbal. Al contrario que la literatura, que no existe sin una lectura realizada en una lengua comprensible. La literatura trata de las emociones y el pensamiento hechos palabra. La palabra, con sus múltiples acepciones, es mágica, produce mil interpretaciones en sus mil lectores que son libres de inventar. En cuanto a la literatura brasileña, ha sufrido una penosa marginación. Al no ser leída, no puede ser apreciada. ¿Acaso el europeo culto sabe que Machado de Assis, escritor brasileño del siglo XIX, rivaliza en grandeza con Flaubert y Stendhal?
¿Podría trazar un breve retrato robot de la cultura brasileña y de sus características más sobresalientes?
La índole patria es sincrética, en su imaginario guarda una noción estética original. Desde su fundación cultural, se ha creado un mundo que aplaude a varios dioses, mientras que abraza la ilusión como tema. Aquí siempre ha habido un tenue equilibrio entre realidad e invención. Razón por la que se percibe en el sustrato brasileño la valorización de lo cotidiano, aunque sea desvalido. De ahí surge, de esa combinación, un sistema social menos rígido, menos jerarquizado. Es posible hallar por todo el país fascinantes marcas iconográficas presentes en cada etapa histórica. Por consiguiente, la realidad cultural apunta a un universo que se ocupa de la vida real y de la vida mítica. Dentro del país hay varios países que no se han fragmentado ni se han lanzado en busca de utopías que no fuesen un bien común para todos.
Una frase de su última obra editada en España, «Libro de horas»: «Con el arte literario incrustado en las vísceras, olvido las exigencias ingratas del mercado». ¿El mercado editorial está cada vez más dominado por las exigencias de los superventas?
Es difícil resistirse a este mercado, que a veces transforma a un escritor en millonario. Y, en estos casos, la portada lleva el nombre de la editorial como autor, y no el del escritor. Cada día la vida exige menos compromiso y la brevedad del arte. Ejercemos menos nuestra opción estética.
Es lo que Vargas Llosa denomina la cultura del espectáculo. ¿Cree que es un fenómeno que algún día terminará con nosotros?
La cultura del espectáculo se opone a la cultura de la vida, que es incómoda para una sociedad alienada. El dolor, que proviene de lo humano, está pasado de moda. La mediocridad vigente nos petrifica. Esperemos, por lo tanto, que surja en el futuro un movimiento que, por el bien de la civilización, se oponga a la barbarie.
Viajemos a Europa, cultura en la que usted echa anzuelos continuamente. ¿Por qué esa necesidad de regresar siempre a los orígenes?
Desde niña sospeché que había mil culturas que debía conocer para aproximarme a mi ser y al ser de mi lengua. La cultura de cada uno se alimenta del fuego de todas las culturas. No somos soberanos en lo que sabemos. Es preciso atravesar todos los siglos para aproximarnos a nuestra Historia. Acostumbro a decir que para ser moderno hay que ser arcaico. ¿Cómo saber quién soy sin llamar a las puertas de Homero? Haber viajado desde la infancia ha acentuado mi curiosidad, me ha vuelto más tolerante, capaz de establecer analogías inicialmente imposibles. O sea, rozar el corazón de la poesía. Ir de visita a Galicia es siempre vivificante para mi imaginación. Río de placer al sorprender a un campesino gallego frotando la superficie del pan de maíz con un tocino cedido por un cerdo que vi crecer en la casa de mi abuela, allá en Cotobade (Pontevedra).
Dios aparece como una constante entre sus palabras. Ha llegado a afirmar que «con Dios me entiendo, con las personas me resulta más difícil». ¿Ha sido siempre así?
Soy una mujer que jamás ha sentido desprecio por la condición humana. Al contrario, no concibo la vida sin fe, sin misericordia por el prójimo. Reconozco, sin embargo, que la materia humana oscila entre lo depravado y rasgos de lo divino. Estamos hechos de gestos que transfiguran lo real, pero también somos ejecutores desprovistos de conciencia. Nuestra obligación es ahuyentar la ferocidad que llevamos en las vísceras, a favor de los sentimientos que nos llevan a la salvación. A declarar nuestro amor por el otro.
Usted es una viajera empedernida por obligación y por devoción. ¿En qué país, en qué lugar habitaría que no fuera Brasil?
Viajo por el mundo y por el interior de la casa. Mi imaginación siempre ha sido muy peregrina. Es más veloz que mis piernas. He vivido en diferentes países, pero siempre he vuelto a casa. Brasil es mi morada, así como la lengua portuguesa. Con los años aumenta el sentimiento de que mi casa es mi país.
Para usted, su lengua lo es todo. ¿Qué piensa del conflicto lingüístico que ahora mismo se vive en España: el rechazo del español por parte de algunas Comunidades Autónomas?
La situación lingüística de España me conmueve. Sus lenguas luchan por no ser olvidadas. Al fin y al cabo, estas lenguas tienen soberanía, literatura, son maternas, y por lo tanto son lenguas del amor, que impulsan el pensamiento. Dicho esto, después de reconocer el derecho inalienable al pleno uso de estas expresiones lingüísticas, veo que en España el bilingüismo se practica con extrema habilidad. Por lo tanto, el español es un bien común, merece ser una lengua hablada, escrita y vivida sin perjuicio de las demás lenguas. No veo por qué el dominio ejemplar de las lenguas gallega, vasca, catalana, de extrema belleza poética, exija el empobrecimiento del uso pleno del español. Como si el castellano fuese una lengua extranjera que se habla con acento y errores gramaticales. Amo España, soy galaico-brasileña, y desearía hablar a la perfección todas las lenguas del mundo. Para asumir la ciudadanía del mundo, en todo lo que digo y pienso.

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