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sexta-feira, 18 de julho de 2014

IMPROPERIOS Y BLASFEMIAS









Al pan, pan y al vino, vino



No sé si el español es un idioma particularmente propenso al improperio y la blasfemia, como algunos han dicho, y yo creí comprobar in situ cuando descendí, por primera vez, en el aeropuerto de Barajas en Madrid para oír, atónito, a una madre que imprecaba a su crío con la misma naturalidad con la que se desmadran los ríos: ¡Hostia –vociferó la señora– pero si me cago en la leche! Yo fui el único que levantó las orejas.
Asunto que me recuerda un incidente ocurrido cuando enseñaba Literatura en los últimos años del bachillerato. Durante los periodos que ejercí como maestro, mi asignatura en las libretas de calificación se denominaba Castellano o Español.
Un día se acercó el padre rector para decirme que los padres de dos alumnos habían llamado para quejarse porque el profesor de Español ofendía los oídos y ojos de sus hijos salpicando maldiciones y vituperios, tanto de viva voz como en las lecturas exigidas en clase. Reconocí mi inclinación procaz, pero le comenté al padre que las palabrotas hacían parte esencial del acervo de un idioma y que, por supuesto, estaba dispuesto a hablar con los consternados padres.
Me preparé con un par de pasajes del Quijote, entre ellos aquel en el que el ventero iracundo entra en busca de Maritornes preguntando “¿Adónde estás puta? A buen seguro que son tus cosas estas…” y aquel otro en el que Don Quijote ‘ya puesto en cólera’, arremete contra el galeote Ginés de Pasamonte bramando: “Pues ¡voto a tal! don hijo de la puta, don Ginesillo de Paropillo o como os llamáis, que habéis de ir vos solo, rabo entre las piernas…” e incluso aquel cuando el buen Sancho intenta dictarle de memoria al barbero la carta que ha perdido y que su señor le encomendó entregar a doña Aldonza Lorenzo y empieza así: “Alta y sobajada señora…” a lo que el comedido barbero le corrige sugiriendo que quizá en la carta se leía “alta y sobrehumana o soberana señora”.
Así, los padres de los alumnos, que poco y nada querían saber de Maritornes, de Ginés o de ‘sobajadas señoras’, no más leyeron en diagonal los fragmentos cuando indignados le solicitaron al padre rector prescindir del profesor, de Cervantes y de Cien años de soledad, para beneficio de la salud moral del plantel. El padre rector se negó, pero les dio la opción de retirar a sus hijos del colegio. No recuerdo si los retiraron o no, pero sí me dejó claro el peligro de confundir ‘buena educación’ con ‘buenos modales’ y, por tanto que, cuando Mujica, el presidente de los uruguayos, o el columnista de El Espectador Julio César Londoño aseveran, el primero, “que en la Fifa son una manga de viejos hijos de puta”, y el segundo, “que la tarjeta amarilla significa ‘Pilas, malparido’ y la roja, ‘¡Afuera, hijueputa!’”, ambos no solo hacen correcto uso del español, sino que así evitan que confundamos el delicado crepúsculo de las mañanas con el crespo culo de las marranas.
Juan Manuel Pombo
Profesor y traductor

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