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segunda-feira, 1 de setembro de 2014

LA LENGUA VIVA



Perplejidades 


de un 


novelista


 en Libertad Digital - España


Me he pasado muchos ratos de los últimos 70 años leyendo novelas. Acumulo en casa muchas más para embaulármelas cuando me jubile, aunque lo que me apetece es releer algunas que más han complacido. Durante el último decenio me ha dado por escribir docenas de relatos, la mayor parte todavía inéditos. Ahora mismo estoy con dos novelas al tiempo. Tal ejercicio me sirve para recopilar ciertas advertencias de estilo o de estrategia para los posibles escritores o lectores.
No acabamos de convencernos de que las novelas o los cuentos son piezas de figuración, mal llamada ficción. Casi estoy por decir que son un ejercicio de superchería. No importa, los supercheros, como los magos, resultan atractivos. Hay que ver los esfuerzos que hacemos los autores para convencer a los lectores de que lo relatadoes verdad. Mas no lo será nunca, por mucho que el relato se muestre realista, descriptivo, objetivo. Siempre será una proyección del autor, de sus vivencias y opiniones, salvando, claro está, las obras de estricta fantasía.
La obsesión por conseguir la verosimilitud de la narración lleva a extremos ridículos. ¿Qué más da que la historia haya sucedido o no? Los escolares hacen siempre la pregunta: "¿Pero don Quijote y Sancho existieron o no?". Su existencia es mucho más real que la de Cervantes. Tanto es así que atribuimos a esos personajes cosas que no dijeron. Por ejemplo, "Ladra, luego cabalgamos, Sancho" o "Con la Iglesia hemos topado, Sancho". Son frases que no aparecen en el texto de Cervantes.
Otra obsesión de los autores es cómo hacer creíble que el narrador sepa tanto de los personajes. Es lo que se llama el narrador omnisciente. Hay ciertos procedimientos para conseguirlo. Por ejemplo, escribir en primera persona. Pero, aun así, ¿cómo es que esa persona sabe tanto de las otras? ¿Es acaso su director espiritual? Hay trucos. Por ejemplo, el del Diablo Cojuelo, que va levantando los tejados y contempla la vida por dentro de los hogares. Cervantes inventa el recurso de que las aventuras de sus personajes las escribió un sabio nigromante arábigo, al que don Miguel le compró el manuscrito. Un contemporáneo bien listo, Luis del Val, en Las amigas imperfectas, inventa el descubrimiento azaroso de un disquete en el que una mujer ha escrito sus memorias. De ese modo el autor se coloca en la mente de una mujer. Yo también he utilizado esa figuración en algunas de mis novelas. Resulta francamente divertida.
Luego está la cuestión del método, la estrategia para escribir, incluso las manías de los escribidores. La mía ha sido la de redactar a mano en cuartillas usadas por el otro lado y con un esquema previo muy detallado. Lo he hecho así, incluso para las decenas de miles de artículos que he pergeñado a lo largo de mi asendereada vida. De repente, ante el relato que ahora perpetro, me ha dado la chifladura de teclearlo directamente. No sé qué pasará.
Un mito sobre el oficio de escritor, aunque sea simple aficionado. Es la creencia de que para ese menester hay que tener sosiego, tranquilidad y silencio. No creo que sea imprescindible tal estado celestial. Cervantes aseguró que el Quijote se escribió en la cárcel, aunque me parece don Miguel nos tomó el pelo. Pero, aunque se redactara en algún aposento más cómodo, la vida de Cervantes fue todo menos estabilidad y rutina. Misterio es que una obra así se redactara a salto de mata. Pero ¿y las de su coetáneo Shakespeare, todavía más inestable?

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