las palabras que han evolucionado con España
El diccionario no es únicamente una compilación justa o adecuada de un conjunto de definiciones; «el libro –como aclara la Real Academia Española– en el que se recogen y explican de forma ordenada voces de una o más lenguas, de una ciencia o de una materia determinada». Las palabras siempre han sido un testimonio revelador de las sucesivas y tempestuosas épocas del hombre; de las pasiones, enloquecimientos, quimeras, fracasos, triunfos, utopías, revoluciones, conquistas, descubrimientos, rebeldías, doctrinas, religiones y aventuras que han conducido, o que todavía rigen, nuestro destino. Cada voz es un sustrato donde palpita el pulso de eso que venimos a llamar Historia. Por eso, los diccionarios son, con sus inclusiones y también con sus exclusiones de términos, también un registro excepcional de las distintas inquietudes y mentalidades que han gobernado los siglos. Y la colección completa de estas obras –en el caso de España, desde 1726, fecha en la que se publicó el primer volumen, correspondiente a las letras A y B de del Diccionario de Autoridades, hasta hoy–, forma un recorrido por los diferentes sentimientos y prejuicios que han dominado nuestro espíritu y por los avances que la humanidad ha conseguido durante este tiempo.
El pasado viernes, la Real Academia Española cumplía trescientos años desde su fundación (la real cédula que fundaba la institución es del 3 de octubre de 1714), y su director, José Manuel Blecua, comentaba algunos de los factores que más han repercutido en la evolución del diccionario: «Sin duda, la modernización del vocabulario científico siempre ha influido, como el procedente de la zoología y la botánica. También, en su momento, los léxicos procedentes de la mecánica, la electricidad o el gas, que fueron muy relevantes. Según un estudio, las palabras más frecuentes provienen del Derecho, que es lo que regula una nación, la Medicina y la navegación, porque antes éramos un imperio. La técnica se incorpora a partir de la navegación ». El diccionario fue la principal preocupación de los miembros fundadores de la Academia desde el comienzo. A esta empresa dirigen todos sus esfuerzos con la determinada intención de suplir, en el menor tiempo posible, esta carencia que padece el español. Como referencias tenían a otras naciones (Francia, Portugal o Italia). Pero España todavía no disfrutaba de una obra semejante. «Hazaña, proeza, milagro. Éstas y otras palabras análogas resumen la valoración que los estudiosos han hecho y siguen haciendo de lo que la construcción del “Diccionario de la lengua castellana” supuso. Que, partiendo de cero, es decir, sin materiales teóricos o documentales de base, personas que no eran lexicógrafos –por supuesto, tampoco existía la lexicografía, en la que hubieran podido formarse– hayan logrado en relativamente poco tiempo el que sin duda fue el mejor de los diccionarios monolingües de su tiempo y el primer diccionario moderno, es todo eso: hazaña, proeza, milagro y muchas cosas más», comenta Víctor García de la Concha en «La Real Academia Española. Vida e historia» (Espasa). Pocos años después de nacer la RAE se publicó el Diccionario de Autoridades, que terminó de publicarse en 1739. Esta obra era «cara y poco manejable», explica Blecua. El siguiente paso, por tanto, fue encargar a seis académicos el «Diccionario chico», editado en 1780. «Se quitaron las citas y se arregló el diccionario –afirma Blecua–. No es un resumen del anterior. Es en parte tradicional y en parte nuevo, y es la base del que conocemos hoy. Tuvo un gran éxito, porque era más barato y empezó a reeditarse sin apenas modificaciones hasta 1803, que supone el primer gran cambio. La segunda modificación importante se hace en 1869, que es cuando se adopta la estructura actual. Éste, junto al de 1884 y 1899, forman los tres grandes diccionarios del siglo XX al incorporar los elementos científicos y técnicos. En 1869, además, estas obras dejaron de ser bilingües: antes todas las voces tenían la traducción latina. Otro diccionario fundamental es el que se edita en 1925, que es cuando se llama por primera vez “Diccionario de la Lengua Española”. El nombre lo cambió el equipo de Menéndez Pidal». A través de toda su existencia, la RAE ha conocido la monarquía, la república y la democracia. «Jamás hemos tenido presiones políticas –dice Blecua–, pero tampoco se habría cedido». Y comenta: «El franquismo fue muy duro, porque se intentó quebrantar la estructura libre y autónoma de la RAE y querían que se cubrieran las plazas vacantes de los académicos que estaban en el exilio, como Madariaga. Pero la Academia jamás cubrió esas plazas hasta que ellos murieron o volvieron del exilio».
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