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segunda-feira, 6 de outubro de 2014

ROBERTO CASIN:

 Al rescate del español

Hace cinco años, la Academia Norteamericana de la Lengua Española admitía que era imposible controlar cómo hablan el español los hispanos que viven en Estados Unidos, ya más de 50 millones. Pero a modo de consuelo confiaba en que se les podía ayudar a escribirlo correctamente. Entiéndase en las escuelas, instruyéndolos en materia de fraseología de negocios, letreros públicos, anuncios comerciales, y por supuesto en los medios de prensa, incluida la voluptuosa televisión, que en una época fue vitrina de programas instructivos y sus celebridades no eran tan frívolas, tan necias ni se comerciaba tanto con el morbo popular. Sin embargo, las aspiraciones de los filólogos han sido en vano, porque de entonces a la fecha en vez de ajustarse más a las normas, ser más culto, en suma, más auténtico, el español en su versión estadounidense es una lengua en franca decadencia con categoría de dialecto subordinado al inglés.
La Academia lamentaba entonces que solo bastaba darse un paseo por algunos sitios en Nueva York para toparse con carteles como estos: “Se busca mecera”; “Se hacen photocopias”; “Fijamos fornitura (por Arreglamos muebles)”.Y no hablemos de Miami, donde en adición a las faltas ortográficas: “Se venden frituras varatas”; “Aquí ablamos inglés”, la gente tiene “expectaciones” de vida, las mujeres no son víctimas de violaciones sino “abusadas”, las destrezas para extinguir incendios se definen como cualidades “bomberiles”, la gente no paga cuentas o facturas sino “biles”, y en lugar de mirar algo lo “watchea”. A pesar de ser uno de los tres idiomas más hablados del mundo, según los entendidos, el español ha sido víctima en Estados Unidos de una mala reputación a causa de traducciones deficientes. Lo que no deja de ser cierto, pero en el fondo equivale a una apreciación muy generosa.
Hoy por hoy, igual en Florida que en Texas, California o Nueva York, los carniceros del idioma trascienden abusivamente el ámbito pedagógico. La lengua no solo se enseña precariamente en las escuelas—las que la imparten—, donde muchos de los profesores a duras penas conocen el abecedario y están dotados de un vocabulario meramente turístico. El daño lo magnifican los incultos demagogos que manejan los medios de difusión hispanos, con quienes no es suficiente que tengan decoro, un mínimo de ética, aprendan buenos modales y respeten la capacidad intelectual del público. Habría que empezar por alfabetizarlos. Y exigirles además que piensen en español para que nos comprendan. La televisión tiene mucha de la culpa, pero los periódicos no andan muy rezagados.
¿Cómo ha sido posible tal deterioro de la lengua en un país donde de sus 50 estados en solo siete el español no es el segundo idioma, y la abrumadora mayoría de los hispanos prefieren hablarlo en casa? Bueno, ya les decía, la prensa carga con gran parte de responsabilidad. Tal vez no pueda evitarse que en la semántica callejera sigamos escuchando que alguien “vacuna la carpeta” (vacuum the carpet) en lugar de pasarle una aspiradora, o tiene un “liqueo” en la casa en vez de un goteo de agua. Pero lo que se les oye decir a muchos presentadores de TV es atroz, los hombres y mujeres “anclas” (anchors), capaces de sumergirse hasta el más hondo disparate. En una ocasión, uno de ellos, de renombre en una de las dos grandes cadenas hispanas, se jactaba de haber probado un “caviar de pescado’’ espectacular, quizás pensando que el de cerdo o de res no serían mejores. En otra oportunidad, una colega suya, pretendidamente ducha en el mundo de la información, leyó mal el guión e imperturbable, en lugar de hipotálamo, pronunció: “hipotólomo”. ¿Descuido? No, ignorancia a pulso. Lo demás es pura filfa.
Los cuatreros del español no solo han deformado la fonética, la gramática y la semántica sino también la geografía. Por eso uno lee o escucha noticias provenientes de Beijing, no Pekín; de Torino, no Turín, o de Sardinia, y no Cerdeña. Esa toponimia resulta ignota para muchos colegas de la profesión. Tampoco les interesa instruir, solo vender sucesos. Y a sus jefes lo mismo. De modo que para qué consultar el diccionario. A ellos les debemos que la riqueza del español haya sido echada por la alcantarilla. Y también que se le haya dado realce al espanglish como un producto moderno, dinámico y pujante. La RAE, la academia matriz, lo define a lo corto como una “modalidad del habla” de algunos grupos hispanos en EEUU “en la que se mezclan, deformándolos, elementos léxicos y gramaticales del español y del inglés”. Pero la mejor definición que conozco es la atribuida al gran escritor y poeta Octavio Paz, para quien semejante dialecto no es “ni bueno ni malo, sino abominable”.




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