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quinta-feira, 20 de agosto de 2015

LAS CORRECCIONES DE "LAS CORRECCIONES"


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Las correcciones de 'Las correcciones'

El despecho del traductor de Franzen

  • ¿Esperan con anhelo la nueva novela del escritor ? Ramón Buenaventura no tanto

Jonathan Franzen, en la época en la que escribió 'Las...

BENJAMÍN G. ROSADOMadrid


Es costumbre editorial equiparar al traductor con el traidor. No tanto por la raíz (latina: traduttoretraditore) como por las derivaciones de una profesión a ratos infausta. Lo sabe bien el traductor, poeta y novelista Ramón Buenaventura (Tánger, 1940), a quien Seix-Barral confió en 2002 la versión en castellano de Las correcciones de Jonathan Franzen. Cuenta el escritor español que en un primer momento rechazó el encargo, por tratarse de una obra demasiado extensa (unas 600 páginas) y sobre todo por no disponer de suficiente tiempo para acometer la tarea con seriedad.
El final de la historia es conocido y figura en la página legal delbestseller: Buenaventura claudicó a la insistencia y terminó aceptando el reto. No por los elogios de la crítica extranjera a la gran novela norteamericana del siglo XXI ni por los millones de ejemplares que avalaban el entonces último boom literario, sino por pura amistad. "La editorial encontró el modo de convencerme -se explaya el autor en el Diario de traducción que aparece publicado en el Centro Virtual Cervantes-. En este mundo traidor y desleal no hay argumento más resolutorio que la amistad".
Se comprometió Buenaventura a tenerlo listo en el plazo de seis meses sin haber leído siquiera el original en inglés, y ya en la primera frase del libro ("Locura de un frente frío de la pradera otoñal, mientras va pasando") pudo intuir el lío en que se había metido. "Enseguida me di cuenta de que The Corrections iba a obligarme a efectuar cientos de consultas, porque era un libro exótico, un libro en que se nos describe una sociedad norteamericana que apenas concebimos en Europa y en un entorno repleto de detalles que estamos hartos de ver en el cine, pero que no tenemos costumbre de describir con palabras, o que nos reclama el uso de términos inexistentes en nuestra cultura".
Manejó en aquellos días una docena de diccionarios especializados (gastronomía, golf, finanzas, medicina, música, náutica...) a fin de encontrar la palabra precisa para la más delirante variedad de expresiones y giros lingüísticos que caracterizan el estilo decimonónico de Franzen. "El original cubre una gama de intereses y conocimientos verdaderamente amplia y bien investigada por el autor". Si no se puso en contacto con Franzen para aclarar las dudas que le iban surgiendo fue por decoro profesional. "Jamás he preguntado nada a ningún autor, ni siquiera a Anthony Burgess, con quien llegué a tener confianza y cuyos textos me plantearon, a veces, dificultades enloquecedoras".
Recuerda Buenaventura que, a falta de cien páginas para terminar el trabajo, la editora española le envió copia de las respuestas que Franzen había ido dando a las consultas de los traductores del libro en otros idiomas. "Eran cerca de seiscientas dudas, que el autor resolvía con una paciencia y una prolijidad verdaderamente asombrosas". El momento crítico llegó cuando Seix-Barral mandó a Franzen las primeras ciento y pico páginas traducidas al castellano. "La respuesta del autor superó con creces las peores predicciones que cualquier Casandra habría podido hacer", cuenta Buenaventura."Hubo que perder el tiempo en necedades como convencer al autor de que en español no es error sintáctico colocar un adjetivo delante del nombre".
Buenaventura sólo pudo resignarse. Había firmado una cláusula de aprobación y no le quedaba más remedio que aguantar el tirón y obedecer los designios literarios del autor, por descabellados que estos pudieran resultarle. Al parecer, Franzen estaba empeñado en no añadir ninguna información que no estuviera contemplada en el original en inglés. "PA no podía ser Pensilvania, ni se admitía explicación para ninguna sigla. Prohibido revelar en dos palabras para qué sirve una medicina que va a tomarse un personaje y que nadie en España conoce. Prohibido aclarar ninguna referencia histórica 100% norteamericana totalmente indescifrable en Europa".
¿Tiene derecho el autor -se pregunta Buenaventura en su Diario- a inmiscuirse tanto en el trabajo de un traductor? La respuesta la da él mismo y tiene que ver con dos factores fundamentales: la distancia cultural existente entre el emisor y el receptor del texto y el conocimiento del autor del país al que va dirigido su libro. En este punto, Buenaventura es contundente. "Nadie querrá discutirme que el señor Franzen es uno de los escritores norteamericanos que lo ignora todo de Europa, hasta extremos que sería divertido demostrar si mi propósito fuera un análisis del libro y no una crónica de su traducción".
En Las correcciones, Franzen habla con sumo rigor de asuntos tan dispares y disparatados como la botánica, la mercadotecnia, los automóviles o las frutas tropicales. Y lo hace recurriendo constantemente a neologismos, combinando campos semánticos, fusionando palabras y profundizando en términos (unas veces jurídicos, otras sexuales) que no están bien tipificados en el castellano.
Buenaventura dedicó semanas a resolver los juegos de palabras de un libro pretendidamente incorrecto, publicado la misma semana del ataque a las Torres Gemelas y que, junto a Libertad, le valió a Franzen la portada de la revista Time en 2010. "Supongo que en obras tan largas como ésta todo traductor acaba incurriendo en la desesperación. Cuando lleva uno semanas con el texto y aún le quedan doscientas o trescientas páginas por delante, la tarea parece infinita, como si fuese uno a pasar el resto de la vida traduciendo The Corrections de don Jonathan Franzen. Y, francamente, hay otras cosas en este valle de lágrimas, ¿no?".
Al final, el encargo se terminó dentro de plazo (a pesar de que Buenaventura fue el último de los traductores en recibir las galeradas) y el libro fue celebrado en España con el mismo entusiasmo que en su país de procedencia. Pocos se acordaron de Buenaventura en sus críticas, muchas de las cuales alabaron la extraordinaria riqueza del vocabulario franzeniano. Claro que el traduttore se despacha a gusto en su Diario expresando la opinión que a él, particularmente, le merece The Corrections: "Non vale un tiesto foradado, que diría Gonzalo de Berceo".

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