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quinta-feira, 15 de outubro de 2015

EDGAR ALLAN POE


Edgar Allan Poe en un daguerrotipo de 1848 | Cordon Press

Han pasado ya más de doscientos años desde que Edgar Allan Poe (1809-1849) vino al mundo, concretamente en Boston (Massachusetts, Estados Unidos de América del Norte), y no hay manera de pillarle la más mínima arruga en la cara. Dicho sea entre nosotros, y sin ánimo de faltar, pero lo cierto es que los psicópatas se conservan siempre muy bien, y Edgar fue un psicópata de tomo y lomo. Cortázar, que lo trató mucho y muy de cerca, pues tradujo su obra completa en prosa al castellano por encargo del maestro Francisco Ayala, lo dejó dicho en letras de molde: «Poe ignora el diálogo y la presencia del otro, que es el verdadero nacimiento del mundo. En el fondo tampoco le interesa que le comprendan los seres a los que ama: le basta con que le quieran y protejan». Si eso no es ser un narcisista límite, o sea, un psicópata, que venga el doctor Freud y me convenza de lo contrario.
Lo que ocurre es que a la buena literatura le da absolutamente lo mismo que quien la escriba tenga buenos o malos sentimientos, sea capaz de descargar el hacha varias veces con furibunda saña sobre su abuelita o haya fundado varias leproserías en Bangla Desh con derecho de pernada sobre las enfermeras, televisión y aire acondicionado. La literatura se sitúa siempre al margen de la moral. Pueden escribirla extraordinarios hombres ordinarios como Cervantes o Shakespeare, niños mimados por la sociedad de su época como Sófocles o Voltaire, buenísimas personas como Robert Louis Stevenson o auténticos canallas como Edgar Allan Poe (quien, entre otras lindezas, defendía la muerte de la mujer joven y bella como el espectáculo más grandioso de la estética universal). Con todo ello, gracias a Poe (y a Baudelaire, su traductor al francés, que también era un punto filipino, aunque no venga al caso) las letras del planeta Tierra posteriores a su muerte son como son, porque no hay invención lírica o narrativa en los últimos doscientos años que no beba, de alguna manera, de la obra del escritor estadounidense. Desde Melville, que rinde culto en Moby Dick a ese extraño ser de intensa blancura que aparece al final de Arthur Gordon Pym, hasta Lovecraft, cuyas criaturas innombrables proceden de las pesadillas del autor de El Cuervo, la literatura mundial de las dos últimas centurias depende de las invenciones, en prosa y en verso, del inmenso escritor e insoportable ciudadano que murió en Baltimore en 1849, víctima de sus propios excesos, dando un respiro a su pobre suegra, a quien tanta lata había dado mientras vivió.

Ilustración para el poema 'The Raven'

A Poe lo apreciaban en los Estados Unidos de su época más como poeta que como narrador. The Raven, su composición más famosa, apareció por primera vez en enero de 1845 en The Evening Mirror de Nueva York, y desde el primer momento hizo las delicias de sus lectores, que admiraron sobre todo en ese poema el virtuosismo métrico y rítmico, podríamos decir que casi circense, de su autor. Baudelaire lo tradujo en prosa años después, como una especie de apéndice a su decisiva aportación al conocimiento del Poe narrador en Europa, que incluye cinco tomos aparecidos entre 1856 (Histoires extraordinaires) y 1865 (Histoires grotesques et sérieuses). Sin las magníficas traducciones de Baudelaire, probablemente no hablaríamos tanto y tan bien de Edgar Poe. Pasar por Francia supone un espaldarazo definitivo para algunos autores: baste citar a Hoffmann, Poe y Borges como ejemplos irrefutables. Pero es que Poe tuvo, además, la suerte de que otro gran escritor francés, Stéphane Mallarmé, se ocupase de difundir su obra poética en versiones en prosa ad hoc de enorme belleza, redondeando así la faena iniciada por Baudelaire.

Virginia Clemm Poe, prima y esposa de Poe

Junto al inmortal poemaThe Raven, muchas veces traducido con suerte desigual al castellano, Poe compuso otros poemas de gran impacto fónico por los míticos nombres de mujer que les dan título, llámense Ulalume,Lenore (mismo nombre que la amada muerta deEl Cuervo) o Annabel Lee, por citar tan solo tres ejemplos inolvidables. Recientemente (2010), la colección Visor ha rescatado, en edición bilingüe, la antigua y excelente traducción parcial de la obra poética de Poe a cargo del poeta argentino Carlos Obligado (1889-1949). Les recomiendo ese libro. Más reciente aún es la magnífica versión de los Poemas de amor de Poe al cuidado de la poeta Raquel Lanseros (Granada, Valparaíso Ediciones, 2013). Con esos dos tomitos debajo del brazo, puede uno adentrarse sin peligro en la selva selvaggia de la poesía del psicópata bostoniano.

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