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domingo, 31 de janeiro de 2016

FALACIAS

Ni la Torre es de Eiffel ni la Dánae es ya de Rembrandt

José Ramón Soraluce Blond pone en entredicho 54 obras en su «Historia del arte para incrédulos» y aboga por sacar a algunas de los manuales
«Dudo que Velázquez pintara originalmente a los Reyes en Las Meninas», dice


Reflejo de los Reyes en el espejo de Las Meninas de Velázquez - WIKIPEDIA
MÓNICA ARRIZABALAGA - Madrid - ABC

Ni Eiffel fue el verdadero autor de la emblemática torre parisina, ni la Dánae de Rembrandt debería exhibirse en el Hermitage. Tampoco el Buen Pastor debería figurar en los manuales de Historia del Arte como modelo de escultura paleocristiana. «Es un escándalo porque es un fragmento del relieve de una lápida sepulcral romana, que se transformó posteriormente en una estatua de bulto redondo. Ni siquiera tenía piernas. Era de medio cuerpo. Se las pusieron posteriormente», explica José Ramón Soraluce Blond, que en su «Historia del arte para incrédulos» (Andavira editora) pone en entredicho el relato que recogen los manuales tradicionales sobre 54 obras de arte, desde la muralla china hasta la obra de Richard Serra que desapareció hace apenas una década en Madrid.


El Buen Pastor
El Buen Pastor- WIKIPEDIA

«Llevo 40 años como profesor de Historia del Arte y siempre he dado clase con muchas dudas», explica este catedrático de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de La Coruña. Sus inquietudes le han llevado a profundizar durante años en otros planteamientos que no se han tenido en consideración o se han quedado aparcados, «en muchos casos por resultar incómodos».
Un tótem de la cultura occidental como la Victoria de Samotracia, continúa Soraluce Bond, «está más que recompuesta». «Es un puzzle incompleto. Habría que decirlo. Casi un 50% es añadido», subraya este académico de la Real Academia Gallega de Bellas Artes y de las Academias de Bellas Artes de San Fernando y de San Jorge de Cataluña. Tampoco se libran en este demoledor análisis Luperca, la famosa Loba del Capitolio, porque «no era etrusca», o el arco de Constantino, el más modélico e imitado de los arcos de triunfo antiguos, «reciclado de piezas con dudoso origen y constante manipulación».


La Dánae de Rembrandt, repintada
La Dánae de Rembrandt, repintada- MUSEO DEL HERMITAGE

Tan incómodo resultó a las autoridades soviéticas ver cómo había quedado la Dánae de Rembrand, tras el ataque con ácido de un demente en el Hermitage de San Petersburgo, que rechazaron de plano la propuesta de los restauradores del museo. «Éstos querían retirar el cuadro y guardarlo destruido para estudio de los expertos, pero la política cultural de la Unión Soviética ordenó su restauración. Sobre la base destrozada, se pintó encima», relata el experto en Historia del Arte. «Las nuevas pinceladas han dado al cuadro una luz y un color muy diferentes a los de Rembrandt», señala Soraluce en el libro, recordando las palabras del director del Hermitage: «Aquella Dánae que existió, ya no existe... se logró conservar su espíritu».
Soraluce recuerda casos de arquitectura tan restaurada, como San Martín de Frómista, que habría que sacarlos de los manuales. «Frómista sí debía haber aparecido» entre los casos de esta «Historia del arte para incrédulos» se lamenta.

El perro de Las Meninas

Sí recoge el ataque a martillazos que sufrió «La Piedad» de Miguel Ángel en 1972 o el de la «La Venus del espejo» de Velázquez, apuñalada por una sufragista británica en la National Gallery de Londres en 1914. Aunque del pintor sevillano no podían faltar «Las Meninas». «Es una obra que necesita un libro de instrucciones», dice este experto, que no se resiste a exponer su particular hipótesis del cuadro. «Dudo que originalmente los Reyes estuvieran pintados», subraya a ABC.


El perro de Las Meninas
El perro de Las Meninas

El estudio del espacio en perspectiva donde se desarrolla la acción de Las Meninas le descubrió que era imposible que los monarcas se reflejaran así en el espejo y la copia o boceto del cuadro de la colección Bankes, atribuida a su yerno Juan Bautista M. del Mazo le reafirmó en su idea ya que en ella no aparecen ni la cruz de Santiago, pintada posteriormente, ni los Reyes. Ese detalle llevó a Soraluce a fijarse en la figura del perro en primer plano. En una obra en la que «todo tiene un significado», el lugar más adelantado se reserva a un perro particular, el mastín de la jauría real que también aparece en otra obra de Velázquez junto al monarca. A su juicio, el perro representaba al propio Felipe IV, pero hubo que incluir después su reflejo en el espejo. «El perro somnoliento no fue suficiente motivo para justificar la presencia de un monarca abúlico en una corte aburrida, solo alterada por el ruido de los niños y los enanos», concluye en el libro.
Otra sorprendente idea es la que desliza Soraluce sobre «La Última Cena» de Da Vinci. El autor explica cómo Leonardo estudió la posibilidad de colocar a los apóstoles a ambos lados de la mesa, según se aprecia en un dibujo preparatorio y cómo realmente sólo cabían frontalmente sentados junto a Cristo unos siete u ocho discípulos. «Da la sensación que los apóstoles discuten entre ellos por un sitio en la mesa», apunta, resaltando así mismo la incongruencia de que Da Vinci pintara unos platos minúsculos en la mesa y de forma tan apretada que resultaría imposible servir a todos.


La familia de Carlos IV
La familia de Carlos IV- ABC

De «La familia de Carlos IV» también realiza Soraluce una relectura. «A a mujer del heredero Fernando, Goya le gira la cara en el gesto más impertinente de la historia de la pintura. Posiblemente se pactó que se la pintaría después, cuando se conociera quién era la elegida. Se negociaba su matrimonio con Carolina de Sajonia, a la que parece corresponder el busto de la retratada, pero después se acordó la boda con Mª Antonia de Nápoles, pequeña y poco agraciada, y no pudo encajarla en el cuadro pintando solo la cara».

El falsificador que engañó a Göring

No podía faltar en una recopilación para incrédulos el más famoso falsificador de la historia del Arte, el holandés Hans Van Meegeren, que logró engañar hasta a Herman Göring, mariscal de Hitler, con uno de sus falsos Vermeer. El «artista mediocre mejor valorado de la Historia del Arte» tuvo que delatarse cuando los aliados lo llevaron a juicio acusado de haber saqueado los bienes culturales de Holanda y haber colaborado con los nazis. Van Meegeren tuvo que mostrar al tribunal cómo había engañado al mundo durante décadas, pintando su último Vermeer «Jesús entre los doctores». «Las obras de Meegeren ya las han debido localizar todas, pero esto no quiere decir que no haya casos de éstos que aún puedan exhibirse como auténticos», apunta Soraluce Blond. «En el arte no está todo dicho y no es todo como se cuenta».


Van Meregeren pintó su última copia de Vermeer ante expertos
Van Meregeren pintó su última copia de Vermeer ante expertos- WIKIPEDIA

«Cuando vamos a un museo debemos preguntarnos ante cualquier obra: ¿Dónde estaba? ¿Cuándo la trajeron? ¿Cómo llegó?», aconseja el catedrático de la Universidad de La Coruña. «Los grandes toros alados asirios y persas corrieron mil y una aventuras para llegar hasta museos de Europa y Estados Unidos y «de la enorme cantidad de obra que se sacó de excavaciones, mucha no llegó a su destino», recuerda. Un cargamento de mármoles del Partenón se hundió por una tormenta en el Egeo, aunque pudo rescatarse un año después, pero «en la desembocadura del Elba aún espera su rescate el mayor pecio arqueológico de la Historia del Arte», resalta. La recuperación de estos u otros restos quizá obligaría a reescribir los libros de historia.

Los verdaderos autores de la Torre Eiffel

En ellos habría que hacer justicia a los autores del monumento más significativo de París, la Torre Eiffel. «Ha acaparado todo el protagonismo el empresario, pero ¿quién la creó, quién la proyectó, quién la diseñó? No fueGustav Eiffel, que era ingeniero químico». Soraluce Blond explica que fueron dos ingenieros de la empresa de Eiffel, el suizo Maurice Koechlin y el francés Naugier quienes idearon en 1884 la torreta parecida a un poste de alta tensión y que Eiffel desdeñó en un principio la idea, aunque les permitió seguir trabajando en ella. Estos recurrieron al arquitecto de la empresa, Stephen Sauvestre, quien le dio forma. El proyecto con el que se presentó la torre al concurso para la Expo de París de 1889 llevaba la firma de Eiffel y de Sauvestre, en igualdad de paternidad, pero su presencia se difumina después hasta desaparecer. «La historia lo ha metido en la nevera», dice Soraluce, como a Nouguier y Koechlin, después de Eiffel les comprara sus derechos de la patente para ser el único propietario de la misma.


Construcción de la Torre Eiffel
Construcción de la Torre Eiffel- ABC

«No le puedes suspender a un alumno que te dice que la Torre Eiffel no es de Eiffel», bromea el profesor gallego a quien esta relectura de la historia del Arte le plantea algún que otro pequeño conflicto en sus clases. «Hasta a (Ernst Hans) Gombrich le he puesto en tela de juicio porque todos van copiando de otros», dice.
Bernini «tenía una fábrica de esculturas y había contratado a todos los escultores de Roma», «Rafael no debió poner ni una pincelada en alguna obra que se le atribuye» al contrario que Miguel Ángel «mucho más heroico, que se enfrentaba a todo solo y si fracasaba, fracasaba él», las ideas de Cánova «pasaban luego a la cadena de montaje»... Soraluce salta entre casos que llenarían otro libro. Quién sabe si llegará a escribirlo en un futuro con la Dama de Elche, la Gioconda o Picasso. «En éste incluyo las 54 que tenía mejor documentadas, sobre las que podía hablar con propiedad», dice, «pero esta manera de releer la historia del arte se puede aplicar a todas las obras y detectar así nuevas visiones alternativas que la enriquezcan».

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