10 reglas...
Página 12 –
Buenos Aires
Estos son los diez principios económicos, sociales
y políticos que rigen hoy al mundo. La economía está manejada por una suerte de
nuevo capitalismo que navega de crisis en crisis, imponiendo una estabilidad
ficticia sólo para garantizar la libertad de los movimientos de capital,
demoliendo todas las instituciones de las economías de bienestar. También se
oponen a la existencia de un gobierno mundial democrático porque su poder y
fortuna se basan en las desigualdades del actual. Su único motor es la
acumulación en sí misma. Puede decirse que a su modo son populistas con todos
aquellos que se benefician con sus políticas, lo que deberíamos llamar
populismo del capital.
1 Si
aplicamos la matemática de los conjuntos podemos dibujar el mundo dividido en
uno principal de ciudadanos ricos y poderosos y muchos otros secundarios de
ciudadanos que van de la estrechez económica a la pobreza. En ese primer
conjunto se aferran a sus bordes como garrapatas partes pequeñas de los otros
conjuntos del mundo desfavorecido ocupando superficies pobladas por grupos
minoritarios con riqueza y poder. También una parte de ese primer conjunto se
une a los otros compartiendo pobreza y desigualdades.
2 Siempre existió en el pasado este tipo de relaciones, pero antes
había una diferenciación más neta entre las elites de poder de uno y otro
conjunto. Hoy confluyen en un mismo espacio de ideas y políticas intercambiables
aunque sus recursos no sean iguales en lo tecnológico o lo militar. La música
que silban es la misma y las maneras en que se mueven entre esfera y esfera no
supone la existencia de ningún pasaporte. Que el peso concentrado de esas
riquezas no haya todavía producido movimientos sociales tectónicos es un
problema que ni la teoría matemática ni la social pudieron resolver. Exige
arrojar como lastre para mantener ese mundo en equilibrio a millones de pobres,
lo que ocurría más rápidamente en el siglo pasado con las guerras mundiales.
3 La globalización de los mercados no es sino una “anarquía
generalizada”, con características claramente negativas en relación a los cada
vez más limitados derechos soberanos. El lugar estratégico lo ocupan las
multinacionales, principales actores de la globalización, cuyas características
son la fragmentación mundial de los procesos de producción, la supremacía de
las finanzas, la deslocalización de los servicios y la constante relocalización
de sus actividades productivas. La competencia no se da entre una multitud de
oferentes y demandantes, como sostenía la teoría neoclásica, sino que esta
monopolizada y regulada por las grandes empresas, tanto por sus precios como
por sus capacidades de innovación o especulación. En este sentido no se
diferencia demasiado del monopolio de los mercados por el fenecido régimen
soviético, de allí la rápida adaptación de los países que estaban sujetos a él
a esta suerte de capitalismo.
4 No existe más el juego de la oferta y la demanda donde el
consumidor se beneficiaba por la posibilidad de elegir entre los distintos
productores los bienes que necesitaba. El único mercado que debe ser libre es
el de los capitales, que se mueven de un lugar a otro en función de sus
vectores de rentabilidad. Las políticas de oferta rigen las reglas de la
globalización y crean un conjunto de normas para el conjunto de la sociedad que
obliga a los ciudadanos a actuar conforme a ellas. Son menos sangrientas u
opresivas que las de los campos de concentración o Gulags pero más insidiosas y
se asemejan a los viejos túneles de la Primera Guerra Mundial donde los
soldados no podían salir del sendero que le marcaban sus bunkers a riesgo de
ser alcanzados por las balas enemigas. Hoy ese sendero a falta de balas está amenazado
por crisis y desequilibrios permanentes.
5 Ese conjunto de reglas o leyes definen no solo logros del proceso
de acumulación sino también otra sociedad en el cual la superestructura
jurídica global es un elemento clave. Los movimientos de capital no actúan
dentro de las fronteras de los Estados ni tienen en cuenta las preferencias o
necesidades de los habitantes de uno u otro, ni menos aun los poderes
negociadores de los sindicatos u organizaciones sociales. Nada en resumen que
pueda afectar los intereses de las grandes empresas. Los países tomados
individualmente ya no son más un reservorio de mano de obra a la que los dueños
del capital están obligados a recurrir por estar radicados allí. No existe la
necesidad de mantener a esos trabajadores potenciales en buenas condiciones
económicas, se los puede conseguir en otros lados. También se retrae cualquier
compromiso anterior con el Estado de Bienestar, la inversión y el consumo
interno. Los bienes públicos, “elementos insustituibles de los privados”, como
decía Julio Olivera, dejan de existir y el Estado, según Aldo Ferrer, cumple
sus funciones reguladoras al revés destruyendo el empleo y el mercado interno.
Por el contrario, se favorece la competencia sin límites y el egoísmo, las
divisiones sociales y las desigualdades de ingresos, la completa dependencia de
los mercados exteriores. Al mismo tiempo se subestima la política y la
democracia representativa deja de tener sentido.
6 Para hacer más complejo el panorama del mundo, éste sigue
dividido jurídicamente en Estados que teóricamente (en su mayoría) se rigen por
un sistema democrático donde cada uno elige con su voto un gobierno. Antes se
necesitaba recurrir a amenazas, intervenciones o guerras para influir desde
afuera en los distintos países o lugares que podían dañar sus intereses. Ahora
les basta en gran medida con el dominio de los medios de información que
utilizan los que manejan el llamado poder mundial tanto en los Estados ricos
como en los más pobres. Estos últimos son soberanos sólo de nombre. En este
sentido son clave las elites locales. La mayoría de los que los dirigen forman
parte de esas elites y están vinculados a compañías o entidades transnacionales
directa o indirectamente. La justicia no es más local sino global y asociada a
ese dominio.
7 No hay que confundir esta globalización con el libre comercio que
resulta perjudicado, no beneficiado, por sus características y extensión, y
salvo para los grandes países y sobre todo Estados Unidos por más que se
concreten diversos tratados multilaterales como los del Pacífico y los del
Atlántico. Predomina el intercambio con precios de transferencia entre las
empresas multinacionales y continua el proteccionismo de las grandes potencias
en sus sectores más débiles como el agrario. Incluso, puede afectar los
sistemas de salud y alimentación de aquellos países que los firman. Por eso la
oposición de muchos europeos a un Tratado de libre comercio con Estados Unidos.
Además de trastocar las tradiciones o costumbres locales implicaría la
utilización de productos transgénicos en los alimentos en una Europa donde
están prohibidos. Por otra parte, con esta globalización el poder anteriormente
contenido dentro de las fronteras del Estado-Nación se ha evaporado yendo hacia
el espacio de los flujos de capital, donde la política es permanentemente
condicionada y vaciada de todo contenido democrático, no ha través de golpes de
Estado sino de la permanente corrupción que genera el sistema. Todas estas
cuestiones exacerban el problema de las identidades nacionales y regionales y
los nacionalismos neofascistas. Frente a ese poder omnipotente y la ausencia de
una democracia real se levantan procesos de división de países y regiones con
el surgimiento de movimientos separatistas entre los Estados-Naciones y en el
seno de ellos, como el Brexit. Las guerras y conflictos regionales y nacionales
han recrudecido así como los atentados terroristas.
8 Desde el punto de vista de la subjetividad ya no interesa la
figura del trabajador como fuerza de trabajo o como consumidor. El neoliberalismo
trae consigo una dimensión ideológica empresarial pero no puramente mercantil.
Si se parte de la ideología del egoísmo y el superhombre de Ayn Ran, no se
puede discutir desde la óptica de la solidaridad con los pobres y el Estado
juega, en ese sentido, un rol de total indiferencia o favorece directamente a
los que más ganan. El destino personal de cada uno depende de sí mismo. Más
aún, la relación de los ciudadanos con su vida es análoga a la relación de cada
empresario con su propia empresa. Existe una forma distinta de ciudadanía en la
que el individuo está afuera de toda norma jurídica de derechos o deberes,
salvo el penal, como el ideal de Von Hayek. De allí el rol creciente en los
mecanismos de poder de la justicia castigando por doquier a quienes se oponen
al sistema. En una “democracia” no delegable y no representativa, si es que tal
cosa puede existir, cada uno es responsable de su propia suerte y el ciudadano
es en sí mismo una empresa no una fuerza de trabajo en el sentido que le daban
los economistas clásicos; su aptitud y/o competencia es un tipo particular de
capital humano y su salario es un ingreso que incluye su rentabilidad como
capital. Bajo la teoría clásica eran una fuerza de trabajo equiparable a una
mercancía y aun siendo explotados podían discutir sus condiciones de trabajo e
ingresos. A Henry Ford le interesaba vender sus autos a su asalariados, su
acumulación dependía en parte del consumo de éstos. Ahora se considera al
trabajador un empresario sin protección alguna (los verdaderos empresarios si
la tienen). Su trabajo se valoriza o desvaloriza a lo largo de su vida y
deviene un flujo de capital que va a subsistir sólo en aquellos que todavía
están en sistema financiado por los bancos. De allí el rol creciente de la
tarjetas de crédito y otros instrumentos financieros. Pan de hoy hambre para
mañana.
9 Los políticos, distanciados de los que los votaron, están sujetos
a la corrupción de las empresas en los negocios del Estado y son cada vez más
reemplazados por empresarios que utilizan el Estado para favorecer sin
intermediarios su propios intereses de rentabilidad y competencia, manipulando
más fácilmente desde ese poder a las poblaciones en función de sus necesidades.
Es un tipo de corrupción “interna” en el cual el Estado se transforma en parte
de sus propias empresas. Usan los renovados medios de información a su guisa y
paladar y dominan el mundo al estilo del Orwell de 1984. No tienen las formas
de un Hitler o un Stalin, pero consiguen sus propósitos dominando la mente de la
gente. Goebbels los envidiaría. La información y desinformación es su principal
arma y el aparato de Justicia el medio del que disponen para terminar con sus
adversarios.
10 Por último, es un capitalismo cada vez más de rapiña, basado no
en el consumo productivo sino en la intoxicación de la gente desesperada a
través del juego financiero y del narcotráfico, y en la mayor fragilidad y
fugacidad de los mismos productos (como en la construcción). Distraen a la
gente con grandes espectáculos, llámese fútbol u otros, con lo que se parecen a
los emperadores romanos. Tiene en sus manos el dinero mundial. ¿Es un mundo
sostenible? Sólo por algún tiempo. El hombre ha sabido escapar de los Goulags y
hasta resistir los campos concentración. Esta nueva sociedad no durará más que
el tiempo que se tomen los ciudadanos para derrotar una cultura que los ha
separado entre ellos para mejor dominarlos. Como dijo Karl Polanyi las
sociedades no se suicidan. Son volcanes que parecen apagados, pero la
efervescencia corre por dentro hasta que su lava resurge un día con toda la
potencia acumulada por las heridas causadas en el torrente sanguíneo del tejido
social
* Profesor emérito de la Universidad de Buenos Aires.
Nenhum comentário:
Postar um comentário