Antes de que la Real Academia Española diera el visto bueno, muchos ya empleábamos sin complejo de culpa el término “posverdad”, una traducción del “post-truth” que en inglés se emplea desde hace tiempo.
Recientemente el director de la RAE, Darío Villanueva, anunció que a partir de diciembre “posverdad” se incorporará al diccionario de la institución, pero no hace falta el permiso de los más eruditos para echar mano de tan socorrida palabra en esta insólita época marcada por signos políticos que parecen cimentados en la (irr)ealidad.
La RAE define “posverdad” como “toda información a aseveración que no se basa en hechos objetivos, sino que apela a emociones, creencias o deseos del público”. O sea, una suerte de pensamiento mágico que distorsiona la realidad. Sin duda, también se podría aplicar al enamoramiento, tantas veces a partir de los apetitos de los amantes, y no en lo que verdaderamente tenemos enfrente. De la efervescente “posverdad” que surge del flechazo se pasa a la hiriente clarividencia de lo que deja al descubierto la convivencia. Aunque también es cierto que con las relaciones amorosas se puede vivir instalado permanentemente en la “posverdad”.
En lo relativo al ámbito político, no deja de tener muchas similitudes con las historias de amor. A fin de cuentas, la clave del éxito en las urnas es la capacidad de conquistar a los votantes. Las campañas electorales son el espejismo del cortejo con el fin último de instalarse en el poder. Digamos que la “posverdad” en la política es la consecuencia de un amour fou entre el electorado y un candidato en particular. El paroxismo de la obnubilación. Un batiburrillo de emociones, creencias y deseos que no obedecen tanto a lo real verdadero, sino a lo real imaginario. El realismo mágico del juego electoral.
Sólo así se explican fenómenos recientes como el chavismo en Venezuela, donde Hugo Chávez apeló al imaginario colectivo con la fábula de la revolución bolivariana, inspirada en el mito distópico de la revolución cubana. Su populismo de izquierdas prometía acabar con todos los males (objetivamente había muchos) de los partidos tradicionales. El movimiento Brexit en el Reino Unido “vendió” la ilusión de que el aislacionismo traería más prosperidad. En Rusia Putin goza de altos niveles de popularidad porque (a pesar de los desmanes de su gobierno) su arenga nacionalista, que evoca las gestas del pasado, despierta las feromonas de los más nostálgicos.
En el caso de Estados Unidos –la RAE lo ha tenido muy en cuenta a la hora de dar luz verde al vocablo de marras– la irrupción de Donald Trump en el panorama político convirtió a la “posverdad” en el término de moda. Durante la singular campaña electoral de 2016 se escuchó hasta la saciedad que, a diferencia de Hillary Clinton, el magnate neoyorquino conectaba con la fibra del votante: o sea, lo que tiene que ver con las emociones, creencias o deseos más básicos. Le bastó con repetir enérgicamente el eslogan “Hagamos a América nuevamente grande”, para que muchos acudieran a las urnas con el convencimiento de que la nación más poderosa del mundo recuperaría un esplendor que aparentemente se había desvanecido bajo el gobierno de Obama. No obstante, el país había salido de una recesión feroz y el desempleo había alcanzado mínimos con su antecesor al mando.
Sin embargo, muchos de los que se quedaron rezagados en el inevitable salto tecnológico y de la globalización hallaron un Mesías con un discurso que daba por hecho que recuperarían sus empleos por medio de una economía proteccionista, la construcción de muros y la guerra sin tregua contra la clase política de Washington. Trump llegó al poder despidiendo el aroma del populismo antisistema escorado a la derecha. No es casualidad que tras su triunfo el primero que lo felicitó personalmente fue el eurófobo y gurú del Brexit Nigel Farage.
En la “posverdad” anidan los populismos de izquierdas y derechas como cazadores a la espera de sus dulces presas. No hay nada que seduzca más que las recetas infalibles y colocar la carga de la responsabilidad individual sobre los hombros de otros. Los populistas saben tensar el nervio del resentimiento y librar batallas contra molinos de viento.
Como un regalo de Navidad, en diciembre la RAE nos obsequiará la “posverdad”, pero hace mucho que los hechos objetivos dejaron de serlo, trufados de las emociones, creencias y deseos más atávicos. Ojo, nos advierte tan venerable institución, en español es un sustantivo y no un adjetivo: vivimos en la era de la “posverdad” y no en la era “posverdad”. Conviene aclararlo en medio de tanto desconcierto.
©FIRMAS PRESS
Twitter: @ginamontaner
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