La respiración del idioma
10/22/2018
"Los idiomas son como entes vivos que nacen, se desarrollan, cambian y mueren con el pasar del tiempo".
“¡La Academia se ha vuelto loca! ¿Cómo es posible que haya aceptado palabras como ‘tuit’ y ‘wasapear’? ¿Qué le pasa? ¡El idioma se prostituye! Hoy día, cualquier palabra es permitida”.
Estas son descargas que escucho constantemente. Percibo un desprecio cada vez más generalizado en contra de la tolerancia de la Real Academia Española (RAE), a quien se le acusa de incorporar nuevas palabras en su diccionario sin discreción alguna. Aparte de la incredulidad ante muchos neologismos relacionados con la tecnología y las redes sociales, la indignación mayor viene con la incorporación de un sinnúmero de anglicismos que hoy forman parte del diccionario. No perdonamos el ‘estrés’, el ‘panti’ y el ‘zíper’. “¡Esto es intolerable! ¡Hay que proteger la pureza de nuestro idioma de la influencia destructora del inglés!”, suelo escuchar en cada esquina.
Todo esto requiere detenernos un momento, destrincar los músculos, inhalar paz y exhalar frustración. Este tema hay que mirarlo con madurez emocional…
Primera premisa: los idiomas son como entes vivos que nacen, se desarrollan, cambian y mueren con el pasar del tiempo. Esto es parte natural de su evolución. El vocabulario se transforma constantemente. A veces los vocablos que en el pasado eran tan utilizados, terminan por desaparecer. Ya hoy nadie dice piujar, fallazgoo churriana. Por otro lado, cada día surgen nuevas palabras debido a la simple necesidad del ser humano de expresar conceptos diferentes, darle nombre a nuevos objetos o referirnos a las tecnologías emergentes. Algunas palabras como tablet, webinar, software y hardwareson imprescindibles para poder comunicarnos en esta nueva era en que nos ha tocado vivir. No nos escandalicemos. Miremos cómo nuestros antepasados lograron superar su estupor cuando escuchaban, por primera vez, palabras tan “aberrantes” como teléfono, electricidad, televisor ymaquinilla.
Segunda premisa: los anglicismos no son, necesariamente, malas palabras. De hecho, el español está lleno de anglicismos aceptados, al igual que está repleto de arabismos, galicismos y hasta tainismos. Hay que entender la influencia que en los idiomas pueden tener los contextos históricos. Si en el español tenemos más de 4000 palabras que provienen del árabe (como almohada, café y ojalá), es porque los musulmanes estuvieron sobre 700 años en la península ibérica; si en el español tenemos muchísimos vocablos del francés (como carné, glamur y crupier) es por la influencia del imperio francés en el siglo XIX; si en el español tenemos miles de términos que provienen del inglés (como fútbol, gol y parquin) es porque hoy día esta lengua, como consecuencia del poderío de los Estados Unidos, es el idioma universal de los negocios, la tecnología, los deportes y un largo etcétera.
Tercera premisa: la RAE ha dejado de ser una institución que decide qué palabras son correctas y qué palabras son incorrectas. Su función, en términos de vocabulario, ha dejado de ser normativa. Lo que hace es documentar la forma en que los hispanoparlantes se comunican. Somos nosotros, y no la RAE, quienes tenemos la última palabra -literalmente- de cuáles términos son aceptados y cuáles son rechazados. La Academia lo que hace es reflejar en su diccionario el uso de ciertos vocablos por parte de los que hablan el español. Así que no le podemos echar la culpa a nuestros amigos de la RAE, porque ellos no son los que deciden… somos nosotros.
Por todas estas razones, y muchas otras, dejemos que nuestro idioma respire, crezca, se nutra, evolucione. Al fin y al cabo, si lo analizamos, el español no es otra cosa que un dialecto que procede del latín, como lo también lo son el portugués, el italiano, el francés. Cada uno de estos lenguajes partieron de una raíz común para formar sus propios idiomas y, en el proceso, el latín dejó de vivir.
Entendamos que la fuerza del cambio y de la evolución es imposible de detener. Así pues, no nos enfrentemos a ella... ¡abracémosla!
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