Nuevo Libro de estilo: el idioma español al día
Apartando un momento la mirada de la agenda informativa más acuciante para no atosigar a los apreciados lectores, que merecen el respeto de nuestro esfuerzo buscando y atrayendo temas novedosos para no resultar machacones y repetitivos; y toda vez que luce escuálida, aletargada, sin cambios sustanciosos en su pesarosa realidad, dirijo mi atención al nuevo Libro de estilo de la lengua española según la norma panhispánica, cual es su prolongado título. Se trata de un ejemplar que aún no se ha lanzado en México –extrañamente, a diferencia del Diccionario de 2014, de divulgación simultanea en ambos mundos– y merecía una botadura mejor que solo cruzando el Atlántico llegando a mis manos por conducto de una apreciada amiga que me lo ha facilitado, adquiriéndolo a su paso por España.
En consecuencia, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid y que la Real Academia ha decidido que una palabra tan controversial como “puto” puede ser empleada como un prefijo intensificador o minimizador para delinear o puntualizar expresiones que resaltan su acontecer, cual es el caso de aseveraciones tales como “puto calor”, me mueve a aludir a tan ingente esfuerzo. La decisión de la Academia nos recuerda que en materia lingüística no hay ni buenas ni malas palabras. Una colocada oportunamente queda estupenda si resuelve nuestra necesidad expresiva, tal y como lo manifestara años atrás un ilustre exdirector de la tricentenaria institución.
Así pues, viene muy bien a cuento referirse al nuevo Libro de estilo, que nos ilustra condensando reglas ya sabidas, precisándolas en más de un caso y de forma pronta, una vez que hemos visto como evoluciona entre los hablantes la irrupción de modismos que no necesariamente estaban sujetos a una simple moda frívola o perezosa cuando han sido verdaderas herramientas comunicativas que han generado polémica por su utilización en apariencia, inmisericorde o injustificada, demostrándonos de manera palmaria al quedarse entre nosotros no por la simple la concesión o debilidad de la RAE, sino porque los hablantes son quienes determinan la adopción o el desechamiento de tales o cuales. Y porque también la necesidad cambiante determina su naturalización orillando a construir las formas de expresión accesorias. Adelanto que el volumen nos castellaniza impasible “guasap” o “tuiteo”, cosa por demás sana y que responde a la luenga tradición de nuestra lengua para adaptar extranjerismos. Nada nuevo ni grave.
El Libro de estilo no elude el reto cibernético del idioma o la manera de afrontarlo de ahora en adelante y reconoce con absoluta honestidad intelectual que “desde el primer momento se tuvo conciencia de la unidad y variedad del español peninsular y americano […] la norma panhispánica tiene un carácter policéntrico, lo que significa el reconocimiento de las variedades lingüísticas de cada región que se integran en la armonía de la unidad” (p. 14). En la contraportada puede leerse “Viva […] la lengua española evoluciona y cambia cada día”. Sin pretensiones, actualiza sus reglas. Coincido plenamente con la idea de que si las academias dan cuenta y asumen la responsabilidad de guiar la senda que ha de seguir el idioma, no menos cierto es que es una corresponsabilidad de todos preservarla, por ser un patrimonio común.
El utilísimo documento va página a página refrendando intenciones en el uso adecuado del idioma que nos une y nos comunica, como una vía de expresión clara y consensuada desde luego, siendo un dispositivo eficaz de trabajo desde el ámbito profesional de la comunicación, cuyo aprovechamiento nos conduciría a una optimizada utilización del idioma. Se trata de un texto que no niega a la lengua española su deseo de modernizarse, pero clama encarecidamente por el orden y la lógica, por el esfuerzo de respetar reglas puntuales y por acceder a estadios de utilización idiomática ágiles, por no decir que no vaya de espaldas a la esencia de un medio con 27 caracteres alfabéticos y 555 millones de hablantes. No es que vaya de caniculario, pero el Libro de estilo sí que atiende adecuadamente por la forma de abordarlos, a temas que nos interesan para el mejor manejo del idioma español. Cuán oportuno resulta para todos.
Antes de poseer tal importante vademécum, verdadero botaremlingüístico, me había intrigado saber la supuesta anuencia de los versados académicos a un supuesto uso desparpajado en el criterio del empleo de los signos de interrogación (¿?) y de exclamación (¡!) que confirmo que no es tal, sino por el contrario, verifiqué en el apartado alusivo después de su ávida consulta, que la obra referida delimita y reclama con pertinencia su colocación completa y me sosiega saberlo. En efecto, el Libro de estilo expresa, en tanto concede a lo más iniciar con una “¡” y terminar con una “?” y a la inversa, combinándolas, un sentencioso mandato: “es incorrecto suprimir los signos de apertura” (p117.).
El multicitado manual no evade incorporar una sección de ortotipografía para que usanzas, firuletes, reclamos y herramientas decorativas a manera de indicadores se utilicen de manera ordenada y sin lugar a dudas, adecuada. No se pelea con emoticonos ni emojis, solo organiza su utilización para hacerlos más claros y funcionales, posicionándolo como un referente gramatical para la utilización óptima de instrumentos para la expresión y la elocución visual que abonen a la superior lectoescritura. El nuevo Libro de estilo también no pretende ser como el de un conocido diario español, sino que es más especializado, recorre los vericuetos del idioma mientras informa cuándo cabe la manera correcta de escribir vocablos tales como bitcóin o bitcoines, espaguetis, pósteres, tuaregs. Es distinto, pues posee el plus ligado a la quintaesencia de la RAE: fijar, no solo sugerir.
Me agradó constatar que en sus referenciales ya incluye a la Academia ecuatoguineana, lo cual es de celebrarse porque va completando el mapa lingüístico de nuestra vastedad. Como puede usted atestiguarlo, pasearme por sus páginas hacía sentirme como niño en zoológico. Yo le sugiero su consulta y apremio a quien corresponda a que pronto el tocho cruce la mar océana siguiendo su espíritu panhispánico del que presume y se ostenta. Lo merecemos los amantes de nuestro idioma.
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