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segunda-feira, 5 de março de 2012
BROWN´S JOB
Por Robley Feland – 1920
Versión al Español de Gonzalo García
Febrero de 2010
Esta breve historia es la mejor descripción que jamás he leído sobre cómo la inteligencia, el entendimiento y el buen sentido
pueden imponerse a la estupidez, ya sea en el entorno laboral o en cualquier otro tipo de relación humana.
La publicó Robley Feland en 1920 – y sigue conservando todo su encanto, conmovedor y esclarecedor al mismo tiempo.
Giancarlo Livraghi
Brown se ha marchado y, en el gremio, muchos se preguntan quién se quedará con su puesto. Ha habido muchas conjeturas. Brown tenía fama de hacer bien su trabajo. Sus antiguos patronos – hombres prudentes, de ojos grises – han tenido que permanecer sentados, reprimiendo su asombro mientras atendían a jóvenes brillantes y ambiciosos, y otros hombres mayores y circunspectos, que solicitan el puesto vacío.
Brown tenía una silla hermosa y un escritorio amplio, cubierto con un vidrio liso. Bajo este cristal había un mapa de los Estados Unidos de América. Brown cobraba un sueldo de treinta mil dólares anuales. * Y, dos veces al año, se iba de “viaje a la costa” y visitaba a todos los distribuidores de la firma.
Nunca intentó vender nada. Brown no pertenecía exactamente al departamento de ventas. Charlaba con los distribuidores, iba a ver a unos cuantos comerciantes y, de vez en cuando, intercambiaba cuatro palabras con algún grupo de dependientes y vendedores.
De vuelta en la oficina, daba respuesta a la mayoría de las quejas más importantes, aunque el trabajo de Brown no era ocuparse de las quejas. Brown tampoco pertenecía al departamento de créditos, pero las cuestiones crediticias fundamentales llegaban al señor Brown, de un modo u otro, y Brown fumaba, charlaba, contaba un chiste, jugueteaba con el cable del teléfono y terminaba dándole instrucciones al administrador crediticio.
Cada vez que el señor Wythe – aquel presidente bajito e impulsivo, activo e infatigable como un castor – cogía un montón de papeles y abordaba un asunto especialmente problemático o desagradable, solía preguntar: «¿Qué opina Brown de esto? ¿Qué opina? ¿Qué demonios dice Brown? Bueno, pues entonces, ¿por qué no lo hacéis?». Y con eso, asunto concluido.
Cuando surgía una dificultad que exigía actuar con rapidez y mucho de esto, además de con tacto y mucho de lo otro, el señor Wythe decía: «Brown, ocúpate tú«.
Y luego, un día, los directores celebraban una reunión extraoficial y decidían despedir al encargado de la fábrica n° 2. Brown no supo nada hasta un día después de que se enviara la carta. «¿Qué te parece, Brown?», le preguntó el señor Wythe. Brown respondió: «No hay problema. La carta no se entregará hasta mañana por la mañana, así que lo llamaré por teléfono y haré que salga esta noche hacia el Este. Luego haré que su taquígrafo devuelva la carta aquí y la destruiré antes de que él la vea». Los demás estuvieron de acuerdo. «Eso es lo que hay que hacer».
Brown conocía el negocio; conocía a los hombres con los que trabajaba. Destacaba por su gran buen sentido, que, al parecer, usaba sin necesidad de recurrir a su capacidad de juicio; sencillamente, al parecer, lo que pensaba era de buen sentido.
Brown se ha ido y ahora otros hombres solicitan su puesto. Otros preguntan quién hará su trabajo: jóvenes brillantes y ambiciosos, hombres mayores y circunspectos. Hombres que no son el hijo de la madre de Brown, ni el marido de la esposa de Brown, ni el fruto de la infancia de Brown; hombres que jamás pasaron los disgustos de Brown ni sus alegrías, que jamás amaron las cosas que él amó ni temieron las que él temió. Esos hombres están solicitando el puesto de Brown.
¿Acaso no saben que la silla y la mesa de Brown, con el mapa bajo el cristal y el sobre con su sueldo, no son el puesto de Brown?
Sus antiguos jefes sí lo saben. El puesto de Brown está allí donde está Brown.
* Treinta mil dólares al año, en 1920, era un muy buen sueldo.
Creo que la historia no necesita más comentarios. Solamente querría añadir que no se trata de una invención o de un sueño optimista. Han existido, y existen, personas que piensan, sienten y se comportan así. Si tenemos un poco de suerte, en algún momento de nuestra vida conoceremos a un “Brown“ y, probablemente, no lo olvidaremos jamás. Y si tenemos mucha suerte... entonces, nosotros mismos seremos un Brown, aunque solo sea de vez en cuando.
Brown’s Job se publicó por vez primera en 1920 en The Wedge, revista de la agencia de publicidad de George H. Batten; posteriormente se publicó como anuncio, en 1928, cuando Batten se fusionó con Barton, Durstine & Osborn para dar origen a la BBDO (de la que el propio Robley Feland fue un director).
Esta, noventa años después, es la primera traducción española.
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