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quinta-feira, 13 de setembro de 2012

BIOÉTICA



Bioética: Filosofía del siglo XXI
A r n o l d o K r a u s

Los retos de la sociedad contemporánea, el uso indiscriminado de una tecnología contaminante y caduca, la brecha cada vez más grande entre países ricos y pobres han provocado el ahondamiento en el ámbito de la bioética, cuya finalidad es la protección de la vida. Arnoldo Kraus apunta en este ensayo la urgencia de fortalecer el pensamiento y la acción bioéticas como garantía para la preservación de la vida en nuestro planeta.
Para muchos, la bioética se ha convertido no sólo en una forma de vida sino en una condición de vida. Supervivencia es quizás el término que mejor resume los avatares incluidos en la agenda de la bioética. Sus peldaños son conocidos: dignidad, justicia, libertad, preocupación por “el otro”, calidad de vida y autonomía son algunos de esos cimientos. Las amenazas que pueden derruir el edificio de la ética también son conocidos: intolerancia, aplicación inadecuada de la tecnología, ineptitud de la inmensa mayoría de los políticos, mal uso del poder y fanatismo, son, inter alía, los vigentes. Tras el fracaso de los modelos que rigen a la humanidad lo único que podría detener la destrucción del ser humano y de la Tierra es la bioética, sobre todo, la bioética laica. Con frecuencia se repite, y es cierto, que la bioética es la filosofía del siglo XXI.
Aunque sea una idea que a muchos disguste, las amenazas sobre nuestra condición como personas y como inquilinos de la Tierra deben mirarse a partir del escepticismo y no del optimismo. No por serendipia, sino por necesidad, el libro que siembra las bases de la bioética, y que se encarga de preguntar acerca del futuro de la humanidad está dedicado a Aldo Leopold.
Leopold, precursor de la ética de la Tierra, afirmó en la década de los cuarenta del siglo XX que “el hombre era el cáncer de la Tierra”. No se equivocó: somos el cáncer de la Tierra. Van Rensselaer Potter, fundador de la bioética, publicó, en 1971, Bioethics. Bridge to the future. La dedicatoria dice: “Este libro está dedicado a la memoria de Aldo Leopold, quien anticipó la extensión de la ética a la bioética”.
Las reflexiones que siguen al reconocimiento son interesantes. Provienen del libro más importante de Leopold, A Sand County Almanac (Almanaque del condado arenoso), texto que transformó la ecología en ciencia y que sirvió de base para crear el Día de la Tierra. Entresaco algunas ideas:
Las primeras éticas se dedicaban a las relaciones entre los individuos; el Decálogo de Moisés es un ejemplo. Tiempo después la ética se dedicó a estudiar las relaciones de los individuos con la sociedad… Hasta ahora no existe una ética que se consagre a estudiar las relaciones del hombre con la Tierra y con los animales y las plantas que crecen en ella… La ética puede ser considerada como una guía para afrontar situaciones ecológicas nuevas o intrincadas… Los instintos de los animales pueden servir de guía para que los seres humanos puedan hacer frente a esas situaciones. La ética es posiblemente un tipo de instinto comunitario en construcción.
Han transcurrido casi cuatro décadas desde la publicación del libro de Potter y casi siete desde que Leopold advirtió del peligro que representa el ser humano para la Tierra, y por inferencia, para él mismo. En ese tiempo, la mayoría de los señalamientos de ambos, y de muchos eticistas han sido insuficientes para impedir el deterioro del globo terráqueo y para repartir las bonanzas de la tecnología. No es necesario ser pesimista para saber que la salud de nuestra casa, la Tierra, ha empeorado desde entonces. No es tampoco indispensable ser científico para cuestionar algunos logros de la ciencia y de la tecnología, tanto a nivel individual como social.
Lo que sí es necesario cuestionar es el uso inadecuado y exagerado de la tecnología. Cuestionar para revitalizar la vieja idea de Albert Einstein, quien, palabras más, palabras menos, advertía que “la única vía para detener el crecimiento inadecuado de la tecnología es la ética”. Junto al cuestionamiento einsteiniano es menester pensar en los usos y en las prioridades del conocimiento. Sin duda fueron esas preguntas las que motivaron a Potter a incluir en su viejo pero no tan viejo libro el capítulo intitulado “Conocimiento peligroso: El dilema de la ciencia moderna”.
Es evidente que el conocimiento científico es imparable. En ese sentido, es, en ocasiones, motivo de preocupación el hecho de que no todos los científicos se pregunten si todo lo que se estudia es útil o prioritario, o si tiene o no sentido seguir realizando determinados experimentos. Por su parte, los eticistas saben que la ciencia carece de límites, de ahí que suelan preguntarse hasta dónde es ético y lícito investigar “todo lo que se desee”. El reto se sintetiza en dos preguntas: ¿Cómo pueden conciliarse las posturas éticas y científicas con respecto al uso, al valor y a los límites del conocimiento?, y, ¿es realmente neutra la ciencia? Me recargo en el doctor José Narro para responder.
En octubre de 2009, el Rector de la Universidad Nacional Autónoma de México dijo, al recibir el Premio Príncipe de Asturias: “La modernidad debe traducirse en mejores condiciones para los excluidos de siempre. El verdadero saber no es neutro, debe estar impregnado de compromiso social”. En las caras de los excluidos de siempre, es donde el conocimiento y la ciencia deben estar impregnados de compromiso social, y no sólo ser fuente de bonanzas y espejo de la testarudez de quienes suelen manipular y mal usar el conocimiento. De lo mismo hablaba Potter en 1971:
La humanidad requiere urgentemente una nueva sabiduría que provea el “conocimiento de cómo usar el conocimiento” para la supervivencia del ser humano y para mejorar su calidad de vida. Esta sabiduría como una guía de acción —el conocimiento de cómo usar el conocimiento para el beneficio social—podría llamarse la Ciencia de la supervivencia, requisito indispensable para mejorar la calidad de vida. Propongo que la ciencia de la supervivencia deba ser construida a partir de la biología, la cual deberá expandirse por medio de algunos elementos de las ciencias sociales y de las humanidades con énfasis en la filosofía en el sentido estricto, es decir, “amor por la sabiduría”. Una ciencia de la supervivencia debe ser más que una mera ciencia, por lo que propongo el término bioética para enfatizar los dos ingredientes más importantes para adquirir esa nueva sabiduría que tan desesperadamente necesitamos: conocimiento biológico y valores humanos.
El mensaje de Potter es claro: vincular conocimiento biológico con valores humanos. Es decir, mirar al ser humano desde la óptica de la ética. Es decir, atraer a la discusión de las ciencias las palabras adecuadas que cuestionen las formas inmorales en las que se sustenta el poder omnímodo. Justicia, dignidad, libertad, calidad de vida y uso correcto de los recursos generados por la tecnología son algunos de esos principios.
Recurro a la literatura para fortalecer algunos conceptos. Aunque la literatura no compruebe sucesos, permite imaginarlos y recrearlos. En El secreto de Garcilaso, Lezama Lima habla de los falsos dualismos que sostienen nuestra cultura: claridad y oscuridad, arte y vida, experiencia y lenguaje. Lima aseguraba, con sabiduría, que la poesía es la responsable de mediar entre esas contradicciones. El escritor cubano tiene razón: quien lee poesía tiene la virtud de instalarse entre los dualismos de la realidad. Tiene, además, las llaves para abrir las puertas de esos desaguisados evitando quedar atrapado entre ellas. Una de las grandes virtudes de la poesía y de la literatura es ayudar. Ayudar para comprender las razones y las sin razones de la especie humana.
Entre Lezama Lima y Potter queda Charles Percy Snow. Imposible no recordar su conferencia magistral, “The Two Cultures”, dictada en 1959 en la Universidad de Cambridge. Esa conferencia, que posteriormente se transformó en un brillante ensayo, se rejuvenece cada año con más brío debido al inconmensurable avance de la ciencia y a las interminables preguntas de la ética. Snow, científico por estudio y escritor por vocación, planteó, en 1959, en la Rede Lecture, la incomprensión que existía entre intelectuales y científicos así como la dificultad de percibir la condición humana como un todo. La conferencia devino libro: The Two Cultures. An Expanded Version of the Two Cultures and the Scientific Revolution(1959).
Snow sostenía que la separación entre las ciencias y las humanidades disminuye la calidad de la educación y dificulta la solución de los retos y problemas del mundo. Ignoro si el científico inglés leyó a Potter, pero es importante señalar que el texto de Potter, Bioethics. Bridge to the Future, se publicó en 1951, es decir, ocho años antes de que el dualismo entre científicos e intelectuales fuese expuesto en el libro de Snow, The Two Cultures.
La alusión es importante porque en el prólogo del padre de la bioética aparecen las palabras “dos culturas”, es decir, ciencia y humanismo. Potter explica que su libro es un argumento para construir un puente llamado bioética cuyo fin sería unir las dos culturas.
Esa idea, la de unir las dos culturas, debería contar con los métodos adecuados para modificar, a favor del ser humano, algunas formas del poder, sobre todo el político, pero también el que se agazapa detrás de la tecnología en cualquiera de sus modalidades (médica, agrícola, comunicaciones, etcétera). Aunque nunca será una tercera cultura, para que la bioética tenga éxito, los interesados en ella deberán encontrar los caminos para convencer a políticos e industriales acerca de las amenazas contra el ser humano y la Tierra que surgen por su falta de sensibilidad y sabiduría. ¿Cómo debe afrontar la bioética la crisis del mundo, la crisis de la humanidad? Casi cuarenta años después de la publicación del libro de Potter, destacaría, entre muchas urgencias, cuatro puntos:
1. La bioética es una ciencia viva e imprescindible. Justicia, alteridad, tolerancia, dignidad, libertad y autonomía son algunos de sus pilares.
2. La bioética busca dotar a las ciencias de humanismo con la finalidad de mitigar el deterioro de la Tierra.
3. La bioética busca fomentar y salvaguardar los principios básicos que hacen del ser humano un ser humano y de la Tierra no sólo una casa, sino una obligación futura.
4. La bioética debe encontrar los caminos adecuados para mejorar las condiciones de vida de los pobres y de los muy pobres.
* * *
Los puntos anteriores son un prolegómeno en constante evolución. Esa mirada se modifica continuamente por los descubrimientos de la ciencia, por el deterioro de nuestro planeta y cambia de acuerdo a las preocupaciones de quienes cavilan en la bioética. Esos puntos permiten destacar innumerables escenarios. Para corroborar si es veraz o no la idea acerca de que la bioética es la filosofía del siglo XXI recurrí a los periódicos. No hay día sin noticias relacionadas con el tema. Los títulos que a continuación reproduzco aparecieron en un lapso de dos semanas (por razones de espacio no los discuto).
1. Londres despenaliza de hecho ciertos casos de asistencia al suicidio. La fiscalía aclara que no se procesará a quien ayude a morir de buena fe a un enfermo incurable que haya tomado la decisión sin presiones.
2. La desglobalización ha empezado, no volveremos al viejo régimen.
3. Vacuna de la malaria para 2011.
4. Panamá niega ayuda a España en el proceso por el jarabe asesino.
5. Yo quiero la parejita. La mitad de los diagnósticos preimplantacionales en Estados Unidos se usan para elegir el sexo del bebé.
6. España acusa a Estados Unidos de apartar a la Unión Europea para rebajar el pacto de Copenhague.
7. París no utilizará el ADN para reagrupar familias inmigrantes.
8. Las mujeres con menos recursos abortan más tarde.
9. La Iglesia mexicana llama “aberración” a la aprobación del matrimonio gay.
10. La Unión Europea abre el debate para fijar una tasa sobre bióxido de carbono.
11. La desertificación también distingue entre ricos y pobres.
12. Unos dos mil enfermos terminales al año piden la eutanasia.
Las noticias relacionadas con la bioética nunca finalizan. Las discusiones tampoco. A continuación enlisto una multiplicidad de temas, todos vigentes, todos complicados, todos en espera de respuestas. Todos fueron noticias periodísticas. Debe hablarse de las hambrunas y de los mil millones de personas que pasan hambre, del bioterrorismo, de la desaparición de las praderas marinas, de la contaminación de las aguas y de los aires, de la negativa de varios gobiernos latinoamericanos, incluyendo los autodenominados de izquierda, de prohibir el aborto incluso en situaciones tan extremas como sería la violación de niñas, de la opinión de la Iglesia acerca del uso del condón en África, de las amenazas que sufren los homosexuales en muchas partes del mundo, del alquiler de úteros en India por parejas europeas, de la compra de órganos, del denominado turismo de órganos en Chipre, Turquía e India por receptores europeos, de los asesinatos de prisioneros chinos en China y la subsecuente extracción de sus órganos para ser trasplantados en estadounidenses y europeos en los quirófanos vecinos, de los dobles estándares que utilizan muchos investigadores cuando realizan experimentos en países pobres, de la manipulación que hacen las compañías farmacéuticas de sus patentes con tal de no compartirlas, de los alimentos transgénicos, de la arrogancia de la medicina preventiva, de la manipulación que hacen con los médicos las compañías farmacéuticas, de los niños y niñas en situación de la calle, del asesinato de médicos que practican abortos y de ese universo que se escribe día a día en el Diccionario de las infamias del ser humano: sin papeles, sin techo, indocumentados, refugiados, etcétera. La multiplicidad de temas no sólo no termina, se incrementa. Todos requieren la intervención de la bioética.
La bioética es una ciencia cada vez más viva y en constante evolución. Quienes la ejercen desde una perspectiva religiosa, quienes la promueven desde el laicismo y quienes se ven implicados por lo que hacen o por lo que no hacen —políticos, religiosos, científicos, humanistas, empresarios—deben repensar las obligaciones de la bioética. Deben también cavilar en las vías para acortar las diferencias entre las personas y los caminos para disminuir las amenazas que atenazan al ser humano y a la Tierra. Por eso escribí líneas atrás la palabra tolerancia. Aunque ética y tolerancia no son sinónimos, comparten muchas miradas. Me apoyo en Michel Walzer. En On Toleration, dice: “La tolerancia hace posible la diferencia. La diferencia hace necesaria la tolerancia”.
Para concluir recurro otra vez a la literatura, ese reino donde es difícil comprobar la verdad pero no es difícil acercarse a ella hasta tocarla y convertirla en realidad. Para muchos pensadores la ética es la ciencia del mal menor; su leitmotiv es beneficiar a muchos, y lastimar a los menos. En la bellísima y tristísima novela, La piedra de la paciencia, Atiq Rahimi explica, en voz de una de sus personajes, su concepto de ética:
Hija mía, afortunadamente, o desafortunadamente, no todo el mundo puede alcanzar la felicidad, ya sea en la vida o en los cuentos. La dicha de unos produce la desdicha de los otros. Es triste pero es así.
La ética sólo podrá avanzar si las dos culturas de Snow dialogan entre sí hasta torcer los brazos del poder político y empresarial, cuyas actuaciones han sumido a la Tierra en un barranco y han hundido al ser humano en un precipicio. Samuel Beckett, entrañable pesimista, bien ilustra, en una de sus obras, las torceduras del poder:
—Cliente —le dice al sastre—: Dios fue capaz de hacer el mundo en seis días y usted no es capaz de hacer un pantalón en seis meses. —Sastre: Pero señor, mire el mundo y mire su pantalón.
Copio las palabras con las que inicié esta lectura: “Para muchos, la bioética se ha convertido no sólo en una forma de vida sino en una condición de vida. Supervivencia es el término que mejor resume los avatares incluidos en la agenda de la bioética”. Responsabilidad es un término vinculado con bioética y con supervivencia. La bioética es también la ciencia de la responsabilidad.
Tras la desaparición del Muro de Berlín, tras el fracaso de las políticas imperantes, tras los descalabros de los modelos religiosos, la bioética laica es la encargada de construir el telar donde la responsabilidad, fruto del conocimiento biológico y de los valores humanos, siga permitiendo la supervivencia del ser humano y de la Tierra.

Fuente:http://www.revistadelauniversidad.unam.mx/7210/kraus/72kraus02.html


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