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quinta-feira, 3 de janeiro de 2013

BORGES & BIOY CASARES











Borges, Bioy, y unos diarios que siguen despertando polémicas
En una reciente controversia, se dijo que el autor de Dormir al sol era "el Salieri" del creador de Ficciones, una comparación poco afortunada que reedita el tema de las envidias artísticas
Por Luis Gregorich | Para LA NACION




Un reciente episodio de nuestro ambiente cultural, ligeramente escandaloso, nos permite retomar el caso de un libro muy debatido, pero poco leído, y que a la vez reúne dos géneros literarios hermanos.
Primer género: la autobiografía -memorias, diarios, confesiones-, cuyo estatuto de verdad se mueve en torno al autor y a su doble: el que escribe y el que es escrito. El que escribe evoca la vida del que es escrito, finge dedicarse al ambiente que la rodeó, la explica, la justifica, a veces la canoniza. De San Agustín a Rousseau, hay una tradición de confesiones algo sobreactuadas. Pero el diario, por ejemplo, puede ser un refugio para el coraje y el consuelo, como en el caso de Anna Frank.
Entre nosotros, el mejor ensayo histórico sobre el género sigue siendo La literatura autobiográfica argentina , de Adolfo Prieto, publicada en 1966 y reeditada en 1982. Lástima que Prieto se haya autolimitado a aquellos textos que, de Sarmiento y Mansilla a Ramón J. Cárcano y Carlos Ibarguren, "condensan" de algún modo la historia de la elite del poder. Quedan afuera, así, obras vinculadas en apariencia con un contexto estrictamente literario (pero que lo exceden ampliamente), como los notables e insidiosos cuatro tomos deRecuerdos de la vida literaria , de Manuel Gálvez, y la reveladora serie de Testimonios , de Victoria Ocampo.
Segundo género (mucho más popular y exitoso): la biografía, que tiene dos sujetos firmes, en lugar de uno desdoblado. Puede reinventar al biografiado, como ocurre con Boswell y el doctor Johnson, o restringirse a lo laudatorio y servicial, como Eckermann cuando "conversa" con Goethe. Nos abruma actualmente toda una gama de biografías periodísticas, algunas no autorizadas y otras sí, fundadas en investigaciones serias o en los apurones del mercado. Mencionaré una sola biografía nuestra, para mí, ejemplar: Soy Roca , de Félix Luna.
Volvemos así al comienzo: un libro que pertenece, a la vez, a los dos géneros, es bio/autobiografía, y que quizá constituye el mayor aporte argentino, para este campo, en lo que va del siglo. Hemos dicho que es más discutido que leído: convengamos que frecuentarlo puede resultar incómodo, debido a sus 1660 páginas confinadas a un solo volumen.
Hablamos, por supuesto, del Borges de Adolfo Bioy Casares, editado en 2006 al cuidado de Daniel Martino. Es, durante casi 40 años, la parte del diario de Bioy dedicada a Borges, en persona o en ausencia. Borges va a cenar a casa de Bioy y éste anota en su diario, por primera vez, el 12 de enero de 1948: "Come en casa Borges". Esta inscripción se repetirá cientos y cientos de veces, hasta el 22 de junio de 1985. La reunión será sólo con los dueños de casa, Bioy y Silvina Ocampo, o habrá también otros comensales. Dicen que la comida no era muy abundante ni especialmente sabrosa.
El libro, que podría llamarse también Laberintos de una amistad o La obsesión de la literatura, presenta un corte de la Argentina, una imagen de su entramado social y cultural que casi sin saberlo construyen dos escritores a través de sus conversaciones de sobremesa. Ocurren muchas cosas en ese largo diálogo de décadas: el aprendizaje del más joven, el paso a la fama del mayor, consagraciones y mezquindades, y la instintiva omisión de la vida política, que obra como fondo silencioso.
Aunque este volumen pueda ser transitado por todos los públicos, y en el fondo sólo requiera un poco de curiosidad y algo de tiempo disponible, es de ley advertir que disfrutarán más quienes posean una cualidad complementaria: el amor por las palabras. Si ese amor viene acompañado por una afición (de novato o de veterano) a la literatura, mucho mejor. Y, por el contrario, quienes den a las palabras solo una dimensión práctica y utilitaria, se aburrirán un poco.
Es que el libro merece, entre otros títulos, el de genuino tratado del uso y valor de la palabra. Por supuesto, esa opción incluye asimismo una áspera condena cuando se traicionan, con el torpe uso de la lengua, esos principios. Borges es quien señala, en general, las coordenadas por seguir. El motivo podrá ser, por ejemplo, un versículo de la Biblia Latina. O un verso perfecto del poeta mexicano López Velarde: ". y una íntima tristeza reaccionaria". O una serie de observaciones sobre la traducibilidad del porteño "che". O el regocijo frente a un poema satírico contra Leónidas Barletta. O un recuerdo de la biblioteca de Perón donada a la Biblioteca Nacional.
Sabemos que Borges, mezcla singular de liberal a la inglesa y criollo viejo conservador, jamás simpatizó con el peronismo ni con el comunismo. Su compromiso político fue honesto, aunque no carente de prejuicios. En sus últimos años condenó la Guerra de Malvinas, firmó por desaparecidos y rechazó la dictadura militar.
El 28 de noviembre de 1983, Raúl Alfonsín, que hacía un mes había sido elegido presidente de la República, y quienes integrábamos su equipo de cultura, invitamos a una reunión a un grupo de escritores. Bioy lo registra así en su diario:
"Lunes 28 de noviembre. A las once de la mañana, en el Hotel Panamericano, reunión de escritores con Alfonsín. Están Borges (muy bien), María Elena Walsh, Beatriz Guido, etcétera. Almuerza Borges en casa."
En efecto allí estaba, impecable con su traje y su bastón, sentado y silencioso. No pasaba casi nunca: ese día iría a almorzar, y no a "comer", es decir, no a cenar a casa de Bioy.
Debido a la facilidad con que el texto accede a zonas íntimas de la vida de Borges y anota opiniones acerca de personas formuladas en privado, el libro, desde su aparición, ha sido cruzado por debates, algunos ásperos y personalizados. Los principales enfrentamientos se han dado entre la viuda de Borges, María Kodama, por un lado, y un grupo de ex colaboradores y amigos de ambos escritores, por el otro.
El más reciente capítulo de esta pugna tuvo lugar hace un par de meses, y consistió en una entrevista que concedió Kodama en Nueva York y en un acto que, como respuesta, sucedió en Buenos Aires. Kodama criticó acremente a Bioy, a quien reprochó no haber tenido el coraje de publicar en vida su libro (Bioy murió en 1999). Además, calificó al autor de La invención de Morel de haber sido "el Salieri de Borges". Sus adversarios, encabezados por el presidente de la Sociedad Argentina de Escritores, Alejandro Vaccaro, coleccionista de ediciones y objetos de Borges, replicaron con un combativo acto de desagravio a Bioy.
María Kodama siempre sufrió la hostilidad, tácita o expresa, de los grupos mencionados, que la acusaban de haberse apoderado, o poco menos, de la voluntad de Borges. Me tomo la libertad de tener la opinión opuesta. Creo que fue ella la que lo cuidó, protegió y acompañó durante los últimos diez o doce años de su vida, hasta casarse con él poco tiempo antes de su muerte. Lo amó, y fue amada por él. Y defendió después su patrimonio con una dureza tal vez antipática, pero con el talante de una auténtica misión. Y no hay mucho más para decir, ni desde el punto de vista legal ni desde el afectivo.
Sin embargo, no parece afortunada la identificación de Bioy Casares con Salieri. Los datos externos de la leyenda negra de este último no funcionan con Bioy. Y menos cerca aún está Borges de Mozart. Salieri era seis años mayor que Mozart, tuvo gloria en vida, fue maestro de Beethoven, Schubert y hasta de un hijo de Mozart, y no hay la menor prueba de que envenenara a éste. Queda sólo una pregunta inquietante: ¿sentía Salieri (Bioy) envidia como creador hacia Mozart (Borges)?
Difícil dar una contestación definitiva. Borges era un gran escritor; Bioy era un buen escritor. Y los dos lo sabían. La envidia es una pasión humana que cualquiera puede experimentar, varias veces en la vida. Más allá de lo que Bioy sintió, fue capaz de componer, con la paciencia de un escriba egipcio, y usando luces y sombras, un retrato incomparable de su amigo y cómplice. Hay que darle las gracias. Y dárselas a Borges por haber sido Borges.
© LA NACION.

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