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sexta-feira, 5 de abril de 2013

Jean-Luc Nancy:


“Nuestra civilización está llegando a su fin, está agotada”
Por Berta Ares |

Hace unos meses el filósofo francés Jean-Luc Nancy, uno de los pensadores más sutiles y sugerentes de nuestro tiempo en palabras de Xavier Antich, vino a Barcelona para participar en las III Jornadas Filosóficas organizadas por el Arts Santa Mònica y el Instituto Francés de Barcelona. Converso con él minutos antes de que ofrezca su conferencia El alma y el cuerpo, sobre la exposición temporal «Antoni Tàpies. Cabeza brazos piernas cuerpo», en la Fundación Tàpies.

Antes de sentarnos me invita a compartir con él la visita a la exposición. Le veo observar atentamente los cuadros, acercarse y alejarse en silencio. La charla es breve, sin embargo, Jean-Luc Nancy tiene una gran capacidad para entrar en materia y lo que explica no es banal: la actual civilización está llegando a su fin y la que viene transformará la metafísica hacia una práctica que no necesita un Dios como principio que da sentido. Pero esto no es todo, también tendremos que someter a crítica nuestro sistema de valores: somos la civilización de la igualdad total, pero todo es tan igual como indiferente, y todos estamos sujetos a un mismo rasero que es el dinero. Se hace necesario -explica Nancy- descubrir un nuevo lenguaje, una nueva manera de hablar sobre el significado de nuestras vidas.

El paso de los meses desde nuestra conversación no ha hecho sino reforzar el sentido de las palabras de Nancy. Ya pocas personas piensan que nos enfrentemos simplemente a una crisis crediticia. Como señala Zygmunt Bauman citando a Reinhart Koselleck, la humanidad está subiendo una montaña pendiente y resbaladiza, sin posibilidad de detener la ascensión hasta llegar a la cima, y sin saber qué habrá al otro lado.

Usted estudia en profundidad la metafísica del cuerpo, ¿no hay lugar para el alma?

No hay ninguna diferencia entre el alma y el cuerpo. El alma es la forma del cuerpo, ya lo dijo Aristóteles. Son los viejos hábitos culturales y sociales los que nos hacen pensar que el cuerpo es algo diferente, pero simplemente no hay ninguna otra sustancia.

Aunque Descartes sí dice que el pensamiento es otra sustancia, el pensamiento, es decir, la noción de autoconocimiento, pero lo mejor es decir con Aristóteles que el alma es la forma de un cuerpo, un cuerpo organizado, un cuerpo vivo, señala él, pero podemos decir que pueden serlo todos los cuerpos. Centrémonos en el humano, basta con pensar en todo lo que uno ve en la figura de una persona, en el aspecto de alguien, su manera de ser, para comprender que cuando se toca el cuerpo de alguien, se toca la persona. Desde luego, no se puede conocer a alguien con sólo mirar su cuerpo, pero a la vez éste no está hecho sólo para ser visto, sino también para ser tocado, para intercambiar, para entrar en relación.

Así pues, quiero hablar de la metafísica del cuerpo, si bien esta expresión debería ser provisional. Se ha hablado mucho del alma, del espíritu, pero ahora, desde Nietzsche, el cuerpo, que de alguna manera había sido relegado, vuelve a estar en el centro de la reflexión. Este volver a situar el cuerpo en el centro de la reflexión no es el retorno de otra sustancia o de un orden de realidad separado, sino que es sólo el retorno de la existencia, es decir, del mismo hecho de que un ser vivo pensante y hablante existe de manera concreta, efectiva y, por tanto, existe también como cuerpo.

¿Esta crisis que vivimos tendrá consecuencias metafísicas?

Sí, porque creo que esta crisis no es sólo una crisis -eso sería algo simplemente pasajero- sino el comienzo de un cambio completo de civilización, y durará mucho tiempo, quizá cien años o más, pero algo ya está cambiando.

¿Qué está cambiando? Vivimos en una cultura en la que todo está regulado por el dinero. El dinero es el equivalente general, por hablar en términos de Marx. Es decir, esto vale 10 euros, esto vale 50 euros, esto vale 150 euros… y entonces usted vale su salario, y yo valgo mi salario. Y todo se puede transformar en dinero y comprar con dinero. Esto quiere decir que somos una civilización que ya no tiene ninguna diferencia de valor, somos la civilización de la igualdad total, todo el mundo es igual, pero todo es tan igual como indiferente, todos estamos sujetos a ese mismo rasero que es el dinero.

Claro que la igualdad de los hombres en tanto igualdad en términos de dignidad es…, ¿cómo decirlo?, no existe la mayoría del tiempo, no existe la igualdad de los hombres, si bien se reconocen los derechos de los hombres, pero es una igualdad muy formal, muy superficial. Pongamos el ejemplo de la igualdad entre hombres y mujeres; desde luego, es muy importante en los países europeos, si bien hoy en día las mujeres todavía ganan menos que los hombres, incluso en los países más abiertos al feminismo. Pero, llevemos al extremo la igualdad entre hombres y mujeres, ésta no establece a su vez lo que es una mujer y un hombre, es decir, si bien ya no hay diferencias entre hombres y mujeres, tampoco hay reconocimiento de lo que es ser hombre y de lo que es ser mujer.

La igualdad de derechos no permite reconocer la diferencia, ni celebrarla.

Así es. Lo mismo sucede en términos de igualdad de derechos de los homosexuales; a la vez que se reconocen estos derechos no se dice nada sobre qué es la homosexualidad como tal, no hay un reconocimiento. En conclusión, vivimos en un mundo donde ya no podemos establecer diferencias excepto la diferencia de dinero. Por ejemplo, que un hombre tiene un millón de veces más que otro hombre. Pero esto es sólo una diferencia de cantidad, no de equivalente. Creo que esta civilización está llegando a su fin y al agotamiento.

Actualmente -y generalizando- vivimos entre dos diferentes respuestas a la pregunta sobre Dios, o sobre el principio primero y último que da sentido a la vida: la deísta y la atea. ¿Cuál de las dos se agotará en este cambio y cuál permanecerá?

Las dos actitudes, la deísta y la atea, están acabadas, agotadas. Porque en el fondo son lo mismo, porque ambas piensan que un determinado principio da sentido a todo. Creo que no existe nada más que el hecho de que estamos saliendo de un sistema de principios y que podemos comenzar a aprender a vivir y a pensar sin ellos, lo cual no significa hacer las cosas de cualquier manera y abrir las puertas a la anarquía total, sino que significa que se cuestionará todo aquello que se pueda presentar como principio. Por supuesto siguen siendo necesarios aquellos principios de equilibrio de la sociedad, de relación entre las personas, pero aquello que sólo pretende ser principio que dé un sentido primero o último, eso se ha terminado. Creo que ésta es la nueva aventura de la civilización en la que estamos entrando.

Pero, ¿estamos preparados?

¡No, pero nunca se está preparado a lo que va a llegar, jamás! Los griegos de la época arcaica, los que vivieron en el siglo VIII a.C., no estaban en absoluto preparados para desarrollar la polis, lo que llegaría a convertirse en la ciudad y en el desarrollo de una legislación propia. En el siglo II, los romanos no estaban preparados para el cristianismo, y los cristianos del siglo XIII y XIV no estaban preparados para la irrupción del capitalismo y del humanismo. Uno nunca está preparado. Si estuviéramos preparados no vendría nada de nuevo. Es difícil, sorprende, es chocante, no se entiende, pero es así.

Tomemos el ejemplo de Tàpies. Estoy seguro de que muchas personas que vienen a verlo se preguntan qué significan estos cuadros. De alguno de ellos dirán es feo, es sexual, son pedazos del cuerpo cortados. No entienden. Eso significa que Tàpies como otros muchos artistas -no sólo de las artes visuales, sino también del campo de la música y otras artes- se adelantó a su tiempo y se abrió a algo nuevo. Por ejemplo, el hecho de que el cuerpo esté ahí en pedazos no es por hacer una carnicería, no ha cortado el cuerpo en pedazos para nada, sino porque quizá la verdad de un cuerpo no está en su unidad, ya que el cuerpo entero está desarrollando una función; como nosotros aquí, ahora, estamos trabajando, nuestro cuerpo no importa mucho, pero si consideramos como un cuerpo en sí mismo mis manos, o sus manos, entonces tiene sentido que las corte y observe sólo la mano, o la nariz, o el pie. Evidentemente, ésta es una forma de considerarlo sin principio, sin tener que trasladarlo a la unidad de la persona.

Nos dirigimos hacia una civilización que aceptará la vida sin un principio que le dé sentido, en el nihilismo.

Sí, sí, tiene usted razón, pero nihilismo…, esta es sin duda la palabra más difícil, porque significa nada. De hecho nihilismo significa nada ante cualquier principio, cualquier valor superior. Pero la cuestión es pensar qué quiere decir nada. El hecho de que no haya un principio ni ningún valor superior ni sentido último no significa que no haya nada en absoluto. Al contrario, podemos ver las cosas con mayor claridad desde la misma vida, desde las vidas, todas las existencias singulares, particulares. Está usted, pero no sólo usted, sino cada pedazo de usted, cada momento de su vida, cada relación que usted ha tenido, esto sí que es un gran premio.

Nietzsche, que es el gran pensador del nihilismo, dice que no se puede salir del nihilismo si no es desde el interior del nihilismo. Y creo que es la idea más exacta y probable para el presente, y es también la más difícil porque la mayor parte del tiempo pretendemos salir del nihilismo pero en la búsqueda de algo, muchos aún lo hacen en la búsqueda de Dios, porque hemos perdido todos los demás principios como el del hombre total de Marx, el de la felicidad, la plenitud de consumación. Al contrario, todo esto nos parece banal y vacío.

Creo que tenemos que inventar la vida de cada momento, de cada hora, de cada relación y de alguna manera, uno a uno. Curiosamente es algo que ya está ahí, es algo que ya sabemos, porque todo el mundo, todo el mundo, vive cada uno de esos momentos: momentos felices y tristes, momentos difíciles, momentos de amor, momentos de placer. Así es como vivimos la mayor parte de nuestro tiempo y no necesitamos un principio de vida.

Necesitamos un principio de vida a menudo cuando se tiene miedo o se está demasiado desesperado. Quizá por eso se hace necesario descubrir un nuevo lenguaje, una nueva manera de hablar sobre el significado de nuestras vidas. Pero a menudo, aunque sea vagamente, vivimos pensando que esos momentos ya dan el sentido, sin tener que buscar un sentido absoluto de la vida. Pero, ¿cómo hacer para que no acabemos pidiendo demasiado? Freud dice en una de sus cartas que aquél que se pregunta cuál es el sentido de la vida ya está enfermo.

Berta Ares (@BertaAresY)

Jean-Luc Nancy (Burdeos, 26 de julio de 1940) está considerado uno de los pensadores más influyentes de la Francia contemporánea. Es profesor emérito de filosofía en la Universidad Marc Bloch de Estrasburgo y colaborador de las de Berkeley y Berlín. Nancy es autor, entre otros, de ensayos como La communauté désoeuvrée, París: Christian Bourgois, 1983; Corpus, París: Métailié, 1992; Le regard du portrait, París: Galilée, 2000.

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