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sexta-feira, 19 de julho de 2013

"Toma nota: yo no soy nadie"


por Peter Pál Pelbart:
Folha de São Paulo, 19/07/2013

Slavoj Zizek reconoció en la "Rueda Viva" que es más fácil saber lo que quiere una mujer, jugueteando con la "boutade" freudiana, de que entender el Occupy Wall Street.
No es diferente con nosotros. En lugar de preguntar lo que "ellos", los manifestantes brasileños, quieren, tal vez fuera adecuado preguntar lo que la nueva escena política puede desencadenar. Pues no se trata apenas de un desplazamiento de escenario --del palacio para la calle--, sino de efecto, de contaminación, de potencia colectiva.
La imaginación política se destrabó y produjo un corte en el tiempo político.
La mejor manera de matar un acontecimiento que provocó una inflexión en la sensibilidad colectiva es reinsertarlo en el cálculo de las causas y efectos. Todo será tachado de ingenuidad o espontaneidad, a menos que produzca "resultados concretos".
Como si la vivencia de millones de personas ocupando las calles, afectadas en el cuerpo a cuerpo por otros millones, atravesados todos por la energía multitudinaria, enfrentando embates concretos con la truculencia policial y militar, inventando una nueva coreografía, rechazando los carros con altoparlantes, los líderes, pero al mismo tiempo acosando al Congreso, colocando de rodillas a las prefecturas, confundiendo el libreto de los partidos --como si todo eso no fuese "concreto" y no pudiese incitar procesos inauditos, institucionalizadores!
¿Cómo suponer que tal movimiento no aglutine a la multitud con su capacidad de sondar posibilidades?
Es un fenómeno de videncia colectiva – se observa lo que antes parecía opaco o imposible.
Y la pregunta retorna: ¿finalmente, que es lo que quiere la multitud? ¿Más salud y educación? ¿O eso y algo aún más radical: otro modo de pensar la propia relación entre la libido social y el poder, en una clave de la horizontalidad, en consonancia con la forma misma de las protestas?
El Movimiento Pase Libre, con su pauta restricta, tuvo una sabiduría política inigualable. Supo hasta como evitar las celadas policiales de reporteros que querían indagar la identidad personal de sus miembros "Toma nota: yo no soy nadie", decía una militante, con la malicia de Ulises, mostrando como cierta ausencia de objetivos es condición para la política de hoy. Agamben ya lo decía, los poderes no saben qué hacer frente a "cualquier singularidad").
Pero cuando rompieron el portón de la calle, muchos otros deseos se manifestaron. Hablamos de deseos y no de reivindicaciones, porque estas pueden ser satisfechas. El deseo colectivo implica el inmenso placer de bajar a las calles, sentir el pulso de la multitud, cruzar la diversidad de voces y cuerpos, sexos y tipos y aprender un "común" que tiene que ver con las redes, con las redes sociales, con la inteligencia colectiva.
Tiene que ver con la certeza de que el trasporte debería ser un bien común, así como el verde de la plaza Taksim, así como el agua, la tierra, internet, los códigos, los saberes, la ciudad, y de que toda especie de "enclosure" (cerco) es un atentado a las condiciones de la producción contemporánea, que requiere cada vez más del libre compartir de lo común.
Hacer cada vez más común lo que es común --otrora llamaron eso de comunismo.
Un comunismo del deseo. La expresión suena hoy como un atentado al pudor. Pero es la expropiación de lo común por los mecanismos del poder que ataca y empobrece capilarmente aquello que es la fuente y la materia misma de lo contemporáneo --la vida (en) común.
Tal vez otra subjetividad política y colectiva esté (re) naciendo, aquí y en otros puntos del planeta, para la cual carecemos de categorías. Más insurrecta, de movimiento más que de partido, de flujo más que de disciplina, de impulso más que de finalidades, con un poder de convocatoria singular, sin que eso garantice nada, mucho menos que ella se torne el nuevo sujeto de la historia.
Pero no se debe subestimar la potencia psicopolítica de la multitud, que se da el derecho de no saber de antemano todo lo que quiere, incluso cuando enjambra al país y ocupa los jardines del palacio, pues sospecha que no tenemos fórmulas para saciar nuestro deseo o apaciguar nuestra aflicción.
Como dice Deleuze, hablan siempre del futuro de la revolución, pero ignoran el devenir revolucionario de las personas.

PETER PÁL PELBART, 57, filósofo húngaro, es profesor titular de filosofía en la Pontificia Universidad Católica de São Paulo, traductor de Deleuze y autor de "Vida Capital"

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