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quinta-feira, 25 de julho de 2013

TRADUCTOLOGÍA

Lo marcado por lo marcado

Por Ramon Lladó en El Trujamán.

Theodore Savory (The Art of Translation, 1968), al enumerar los procedimientos de la traducción literaria, se planteaba una batería de preguntas, algunas de ellas ingenuas pero muy útiles. Sin ser exhaustivos, ahí van algunas:


¿Debe una traducción reproducir las palabras del original?
¿La obra traducida debe verter las ideas del original?
¿Debe ser percibida como una obra original, o «sonar» como una traducción?
¿Debe reflejar el estilo del original?
¿Debería dar la impresión de ser una obra contemporánea del original?
¿Puede el traductor añadir cosas al original al tiempo que suprime otras?


No depende solo del arbitrio del traductor la decisión sobre todas y cada uno de esas alternativas. Pero sí es de su exclusiva incumbencia preparar el terreno en el que deberá moverse y trazar su cuaderno de bitácora. El registro y el estilo le vendrán dados por el texto al que se enfrenta. ¿Puede el traductor alterarlos al traducir? Efectivamente, pero en cualquier caso deberá pactar las alteraciones con distintos agentes del proceso de traducción, como el editor y, en ciertos casos, con el autor o sus herederos. ¿Qué debe, por tanto, reproducir una buena traducción?

El traductor, una vez conocido el registro, evaluado el estilo y las condiciones de la tarea, debe tener en cuenta que, desde el punto de vista literario, hay dos grandes grupos de obras: las de consumo, que sólo pretenden comunicar, o divertir (Harry Potter, J. M. Coetzee, Stieg Larsson, etc.); las de expresión literaria más elaborada, sea clásica o vanguardista, sean más o menos canónicas.

Si nos referimos al segundo grupo, la traducción deberá ser escrupulosamente fiel al registro y al estilo y no establecer variaciones o cambios que bien se puedan aplicar a los best seller pero nunca a la literatura de expresión formal más rigurosa, puesto que en ella el estilo y los registros son un diferencial que debe mantenerse.

Henri Meschonnic decía (Pour la poétique, II, 1978): il faut traduire le marqué par le marqué et le non-marquè par le non-marqué [«se debe traducir lo marcado por lo marcado y lo no marcado por lo no marcado»]. Con ello pretendía hacer una generalización analítica, es decir elevar a postulado lo que, estilísticamente, cae de su propio peso. El traductor literario debe poseer la competencia de distinguir en los enunciados las marcas estilístico-gramaticales o retóricas, o sea, aquellos rasgos en cuanto a tono y registro que hacen diferir un enunciado con estilo de otro que muestra una expresión neutra o que sigue los giros habituales de la lengua. Lo que Meschonnic llama «marcado» está en relación con lo expresivo, individual y subjetivo en el sentido que le daba Julio Cortázar cuando afirmaba en La vuelta al día en ochenta mundos (1967) que la literatura no debe ser en absoluto entendida o apreciada como «información de lujo» sino como un modo de enunciación. El escritor no deposita en ella la historia o el relato total o parcial del mundo objetivo, sino su propia relación, intransferible y genuina, con la historia que nos cuenta.

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