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segunda-feira, 12 de agosto de 2013

¿Contra qué escribe?







por Alfonso Reece Dousdebés en El Universo.com


¿Contra qué escribe?


Esta pregunta se la planteó la revista Mardulce Magazine en una encuesta a varios escritores argentinos. Alguna publicación cultural de estas latitudes podría hacer un ejercicio similar con literatos ecuatorianos. La cuestión me suscitó algunas ideas que me permito exponerles, pensando como novelista. Creo que la novela es una suprema rebelión contra la realidad. Incluso cuando se pretende narrar exclusivamente hechos reales, como lo hace Edwards en Persona non grata, Binet en Hhhh, finalmente rige la imaginación, la más noble de las facultades humanas, la más irreductible, la más espiritual, morada privilegiada de la libertad. Toda novela parte del presupuesto de que algo está mal en el mundo, algo falta o algo sobra. Por eso trata de caricaturizar la realidad, o de denunciarla como atroz, o de evadirla totalmente, o de embellecerla, o de completarla. Cuando imaginamos somos dioses, creamos mundos. El escritor se siente Yahveh frente a Adán, los personajes son una nueva humanidad. Esta situación se hace explícita en Niebla, de Unamuno. De manera que todo novelista, por el simple hecho de serlo, escribe contra la realidad.

Por eso el novelista solo alcanza vuelo cuando se enfrenta a la forma más real de la realidad, es decir, cuando escribe contra el poder. La palabra realidad viene del latín realitas y esta, a su vez, de res, cosa. El poder convierte en cosa lo que por esencia no es tal, el ser humano, al que utiliza como cosa, en el mejor de los casos como res, que es lo mismo. La cosificación se produce porque el poder convierte en medio lo que solo puede ser un fin en sí mismo. (La homofonía nunca es coincidencia, “real”, propio de reyes, tiene a connotar “real”, que existe verdaderamente). Todo poder es un establecimiento, en consecuencia, es esencialmente conservador, no quiere que la realidad cambie, porque el cambio significaría su fin. El establecimiento tiene que ser estable.

Todos los grandes novelistas lo entendieron así, Cervantes es un claro ejemplo. Sus obras son enfrentamientos evidentes o metafóricos con diversos poderes, porque hay distintos tipos de poder. Existen poderes literarios: las escuelas dominantes, las academias, las organizaciones, los grupetes, las mafias de escritores, que ejercen efectivo control sobre los medios culturales. Están por supuesto los poderes mediáticos, tan gravitantes en el último siglo, sin olvidar a los económicos y religiosos. Pero todos estos, por poderosos que puedan llegar a ser, no son definitivos si no están coludidos con el poder político, el que por definición mantiene el monopolio de la fuerza física en un territorio determinado y por tanto “decide en última instancia”. El momento en que un novelista transa con el poder está aceptando un establecimiento, ha admitido que la realidad está completa. Entonces se convierte en apologeta de las “realizaciones”, la obvia etimología de las palabras nos releva de explicaciones. Bueno, contra eso escribo, pero sería muy inexacto decir que soy un “escritor de oposición”... o sí, lo soy, de oposición a la realidad.

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