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segunda-feira, 12 de agosto de 2013
LA LENGUA VIVA
Errores y horrores
Amando de Miguel en Libertad Digital España
Nada más difícil de dilucidar que cuál es la verdad y dónde está el error. El progreso consiste en ir eliminando errores. Aparecerán otros. Gerardo Guzmán aduce que "precisión y error son extremos de un mismo continuo: incertidumbre". Francamente no lo veo claro. Para mí la precisión es el extremo de algo bien medido con el mínimo de error posible. El error puede ser involuntario, esto es, aleatorio. La certidumbre es otra cosa, es la cualidad que elimina posibles dudas.
Santos Martínez Pérez hizo también una lectura crítica de los intervinientes (que no interventores) en el debate sobre Bárcenas. Por ejemplo, el tal Alfred Bosch escupió un "sustrayeron". ¿Es que ordenador no corrige los dislates? El problema, como dice don Santos, es que ese tipo de errores no pueden ser aleatorios porque el sujeto los lee. En el caso de don Alfred (que no es Nobel) se comprende la vacilación al tener que expresarse en un idioma extranjero.
Jesús García Castrillo duda de que sea lícito (como yo insinuaba) que los diputados puedan arrojarse calumnias en los debates. Ahora tampoco yo estoy seguro de esa licitud. Mi comentario era porque en la tradición parlamentaria (sobre todo inglesa; todas las demás son copias) los diputados o MP´s pueden decirse de todo sin que pase nada. Se comprende que la tradición haya recogido una cierta inmunidad parlamentaria para los posibles delitos de palabra. Pero todo tiene un límite. Por ejemplo, el famoso aforamiento de los diputados.
José Luis Martín Tordesillas corrige mi apreciación de que el debate de Bárcenas no se celebrara en un hemiciclo. Don José Luis asegura que el nombre preciso es una exedra. Tiene razón, aunque al hemiciclo del Congreso le faltan algunas columnas clásicas para representar bien el modelo. Pero lo que yo insinuaba es que el salón de plenos del Senado (donde se hizo el debate) se aleja un poco de la figura semicircular.
Maribel Torbeck me escribe desde su iPad (tendría que ser ya aypaz) tostándose en una playa murciana. Dichosa ella. Se pregunta por qué tenemos que decir ordenador en lugar de computadora, al provenir del inglés. La razón es que los franceses se resistieron al anglicismo e inventaron lo de ordinateur. En los primeros años 60 (cuando yo empecé a utilizar esas máquinas maravillosas) se llamaban cerebros electrónicos; para abreviar, cerebros. Era una buena adaptación, y eso que entonces esos aparatos no hacían más que computar, calcular. Los que yo manejé entonces te daban números absolutos, ni siquiera porcentajes. Los porcentajes había que calcularlos a mano con una regla de cálculo, un instrumento primoroso.
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