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sexta-feira, 2 de agosto de 2013

El 'travestismo' literario de los escritores sin rostro









Por BEGOÑA MARÍN en La Gaceta - España

La autora de Harry Potter es la última en utilizar un seudónimo para probar fortuna con otros estilos literarios sin que su fama la condicione.

La autora de Harry Potter J.K. Rowling ha aceptado que la firma de abogados que reveló que había escrito una novela bajo un seudónimo Robert Galbraith realice una donación a una entidad benéfica como compensación. Con un chivatazo se rompió el misterio de la escritora que más libros vende en el mundo. Quería desarrollar otra faceta, probarse de nuevo sin el peso de su nombre...dice la escritora inglesa, pero los abogados Russells Solicitors no lo han respetado y les ha costado caro. A ella no le ha venido del todo mal, ya que su libro ha aumentado en un 500.000% sus ventas tras el ardid. The Cuckoo’s Calling había vendido 1.500 copias antes de que se supiera que había sido escrito por Rowling. Al difundirse la noticia, la novela subió más de 5.000 lugares en la lista de Amazon.
Ahora se ha sabido que algún editor rechazó publicarlo, pero muchos críticos hicieron valoraciones muy positivas sin conocer quién lo había escrito. En las principales cadenas de libros londinenses se encuentra agotado y ya amenaza con convertirse en el libro del verano. Un “debut brillante”, “gran capacidad de capacidad de un autor masculino para describir la ropa de mujer...” Las críticas no podían ser más positivas. Al escritor de novelas criminales Peter James le pareció el trabajo de “un escritor muy maduro, no de un primerizo”. Mark Billingham afirmó haberse quedado “pasmado” con la revelación. Y un portavoz de la cadena de librerías Waterstones calificó el episodio “como el mejor acto de engaño literario desde que se descubrió que Richard Bachman era en realidad Stephen King, en los años 80”.
Rowling asegura que le hubiera gustado “mantener el secreto un poco más”, pero lo cierto es que en vez de lanzarse a buscar otro seudónimo y más suerte con los confidentes, ha anunciado que sacará otro libro sobre el detective Cormoran Strike el próximo año con el nombre enmascarado cuyo rostro ya conocemos todos.
La moda de los seudónimos es muy antigua. Ya en el siglo XVII, Francois Marie Arouet firmó tanto con el nombre de Voltaire que nadie recordaba su nombre real ni siquiera en su época. En el siglo XVIII abundaban los seudónimos porque nadie quería que trascendiera que una persona respetable estaba metida en el sucio oficio de escribir novelas, algo impropio y frívolo para la época. Por eso mismo, el sofisticado Eric Blair –queriendo evitar que su familia supiera que había frecuentando los bajos fondos de Paris y Londres– firmó como George Orwell, un apellido mucho más vulgar y anodino que el suyo, de universitario de Eton.
El exitoso autor de thrillers Jack Higgins firmó como James Graham, Martin Fallon, Hugh Marlow and Harry Patterson. Sólo el último era su nombre real. La razón de tanto baile de seudónimos era que acababa un libro cada tres meses y no podía publicarlos bajo un mismo nombre sin que se pensara que tenía un negro o saturar el mercado sacando libros a discreción. Él podía ser cinco autores publicando un libro nuevo por año. Lo mismo le pasó a otros autores prolíficos como Stephen King que firmó Richard Bachman o Ian Rankin. El seudónimo de Rankin era Jack (por su hijo) y Harvey (el apellido de su esposa).
¿Se acordará J.K. Rowlings de que Frankestein fue escrito por una mujer? Ella decidió firmar con su apellido obviando el nombre de Joanne Elizabeth. Como ella. George Eliot, George Sand e Isaac Dinesen fueron algunas de las tantas damas escritoras que no querían escribir novelas románticas o tenían miedo de que, en su época, no se las tomara en serio como literatas. Las hermanas Bronte son uno de los ejemplos más claros: Charlotte, Emily y Anne comenzaron sus creaciones bajo el seudónimo de los hermanos Bell (que compartían iniciales de nombre con ellas) en 1845, cuando decidieron publicar un libro de poesías con el título de Poemas por Currer, Ellis y Acton Bell. Tras esta primera publicación cada hermana se dedicó a escribir por su propia cuenta, aunque siguen utilizando estos seudónimos hasta la visita de Charlotte y Anne a Londres donde se presentaron a sus editores.
Agatha Christie no sólo fue la dama del suspense. También tenía su lado romántico, que desarrolló bajo la máscara de Mary Westmacott publicando seis libros entre 1930 y 1956. Un amor sin nombre, Una hija es una hija o Lejos de ti esta primavera… eran títulos que hubieran resquebrajado la imagen dura de la autora que tenía éxito con el misterio de Diez Negritos o La ratonera.
En otros casos, los nombres que los padres eligen para sus hijos no se corresponde con la musicalidad de un premio Nobel. Por ejemplo, Ricardo Eliezer Neftalí Reyes Basoalto firmó como Pablo Neruda para ganar el Nobel de Literatura. La premiada chilena Esther Huneus de Claro eligió el poético Marcela Paz para su ego creativo. Lucila Godoy Alcayaga, adoptó su seudónimo de Gabriela Mistral inspirada en la obra de Gabriel D’Annunzio y Fréderic Mistral.
La censura y el mundo del periodismo también ha motivado cambio de identidad es. Mariano José de Larra publicó en prensa más de 200 artículos a lo largo de tan sólo ocho años bajo los seudónimos Fígaro, Duende, Bachiller y El Pobrecito Hablador. Y Azorín era en realidad José Augusto Trinidad Martínez Ruiz.
La lista está repleta de firmas conocidas. Charles Dickens empezó su carrera literaria publicando bajo el seudónimo Boz. Dickens apodó a su hermano menor Moses, pero que al pronunciarlo sonaba Bozes. Sus escritos bajo ese nombre se publicaron en 1836, en el compendio Sketches by Boz. Y Kierkegard firmó varias de sus obras con un seudónimo. La razón fue expresar diferentes modos de existir y de concebir la vida sin ser sus convicciones propias.
Más sorpresas: Lewis Carroll era en realidad Charles Lutwidge Dodgson; Moliere fue el nombre que eligió Jean Baptiste Poquelin; Gabriela Mistral sonaba mejor y era más corto que Lucila de María del Perpetuo Socorro Godoy Alcayaga; Stendhal parecía más bello para un mito que Marie-Henri Beyle y Samuel Langhorne Clemens siempre quiso ser Mark Twain.

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