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terça-feira, 17 de setembro de 2013
ALBERTO MANGUEL
'La lectura ha sido una actividad de privilegiados'
Por: CARLOS RESTREPO - El Tiempo - Colombia
Su pasión por la lectura lo ha llevado a reunir cerca de 35.000 ejemplares en su biblioteca.Foto: Héctor Fabio Zamora / EL TIEMPO
El escritor argentino habló de "cómo hoy se imprimen más libros que nunca antes".
Tendría unos 4 años el día que entendió lo que decía una gran valla mientras viajaba con sus padres por alguna autopista. El escritor argentino Alberto Manguel tiene todavía clarísimo en su mente el recuerdo de la sensación que le produjo. Alguna persona mayor le había explicado que, por medio de ellas, se revelaban mundos maravillosos. “Pero aquellas percepciones eran simplemente actos de magia que perdían parte de su interés porque otra persona los había ejecutado para mí, otro lector: mi niñera, probablemente”, recuerda Manguel en 'Una historia de la lectura'.
Lo que ocurrió luego de que todas esas “líneas negras y espacios blancos” se convirtieron en “una realidad sólida, sonora cargada de significado”, ha sido, quizás, lo más grandioso que le ha pasado a Manguel (nacido en 1948). De ello da cuenta su biblioteca, de cerca de 35.000 volúmenes, que atesora en una granja medieval de una población francesa.
“No sé cuál era la palabra que leí hace tantos años en aquel cartel (creo recordar que tenía varias aes), pero la repentina sensación de entender lo que antes sólo podía contemplar es aún tan intensa como debió serlo entonces. Fue como si adquiriera un sentido nuevo, de modo que ciertas cosas ya no eran sólo lo que mis ojos veían, mis oídos oían, mi lengua saboreaba, mi nariz olía y mis dedos tocaban, sino que era, también, lo que todo mi cuerpo descifraba, traducía, expresaba, leía”, agrega.
Manguel, defensor de la lectura y de las bibliotecas, oficial de la Orden de las Artes y las Letras de Francia (alguna vez también fue los ojos de Jorge Luis Borges), estuvo en el país, en el Festival Visiones de México en Colombia, que se realiza en el Centro Cultural Gabriel García Márquez de Bogotá.
Usted es un estudioso de la historia de las bibliotecas, como lo plasmó en su libro ‘La biblioteca de noche’. ¿Qué papel tiene hoy la biblioteca en el mundo contemporáneo?
Hoy, como ayer, el rol de una biblioteca es el de ser la memoria de sus lectores y también de definir su identidad. Las bibliotecas tradicionales sufren de la falta de espacio: es sabido que toda biblioteca es siempre demasiado pequeña para los libros que deberá contener, y debe recurrir a la censura para limitar su almacén. La biblioteca electrónica permite sobrellevar esta limitación espacial, pero sufre a su vez de una limitación temporal: es un presente constante, sin dimensión material, en el que calidades de añejamiento, jerarquía acumulada a través de los siglos, los aspectos físicos del volumen, no son considerados. Sin embargo, nuestra memoria requiere ambas dimensiones y, por lo tanto, deberíamos tratar de combinar las cualidades de ambas. Hoy, la industria electrónica trata de imponer espacios de bibliotecas que no contienen ni un solo libro físico: sólo ordenadores y un fondo virtual. Esto equivale a reemplazar el acto sexual por un sitio erótico virtual.
Cada vez se ve menos gente con libros y más con tabletas. ¿Qué será del futuro del libro impreso?
No creo en la desaparición del libro de papel. Si bien las tecnologías anteriores han resucitado sólo alguno de sus aspectos en nuestro mundo (la tablilla de arcilla sumeria en el iPad, el rollo de papiro en la pantalla del ordenador), el libro de papel sigue vigente: se imprimen más libros hoy que nunca antes. Lo que ha cambiado es cierto método de lectura: la consulta de un texto, por ejemplo, se hace ahora casi siempre en la versión electrónica. Pero una vez consultado, y hasta leído enteramente, si el lector ha apreciado verdaderamente su lectura, a veces irá a buscarlo a una librería. Si tenemos suerte, desaparecerá el libro basura, la novelita que no requiere una segunda lectura, porque esta puede descartarse más fácilmente en la pantalla. Pero, en cambio, los clásicos (de hoy y de ayer) siguen siendo impresos en papel a pesar de haber versiones electrónicas y print on demand. Muchas editoriales sacan ahora ediciones impresas cuidadas, más sólidas y mejor diseñadas que hace diez años, porque han descubierto que hay un público para cierta buena literatura.
¿Por qué leemos?
Leemos para vivir mejor. No siempre lo logramos, pero aun el intento es beneficioso. Somos criaturas lectoras: creemos que el mundo que nos rodea es un texto que debemos descifrar, y los libros, las crónicas de tales desciframientos. La literatura (a través de los escritores) pone en palabras nuestras experiencias más profundas y nos permite tener esas experiencias sin haberlas tenido en carne propia. Quienes no leen deben recurrir a otros métodos –más arduos, menos fiables– para conocer el mundo. Pero es imposible hacer que alguien que no lee aprenda a leer por imposición. Quizás con el ejemplo se pueda enseñar a leer, y aun así, el método no es seguro. Quizás si nosotros los lectores pudiésemos hacer ver a quienes no leen que la lectura es una de las maneras más sencillas de ser felices, siquiera por un instante, y uno de los métodos más eficaces de rebelarse contra la estupidez del mundo, siquiera en nuestra mente.
Leer fue por mucho tiempo un acto de privilegiados; con la imprenta, se masificó. Pero la competencia por el tiempo de ocio de los seres humanos, acaparado por la televisión y los aparatos electrónicos, parece estarnos regresando a los inicios...
La lectura ha sido siempre una actividad de privilegiados, pero es uno de los pocos privilegios al cual toda persona puede acceder. Siempre hubo otras distracciones: Marcial, en el siglo I, se quejaba de que los romanos preferían el circo a la lectura; hoy son los juegos de video y las charlas electrónicas. Nuestra sociedad recompensa la destreza física antes que la intelectual, porque necesita consumidores que no reflexionen para que la máquina industrial siga adelante. Comparemos los millones que gana un jugador de fútbol con las miserias que cobra un gran escritor o un gran científico. No pensar es más fácil que pensar.
Del otro lado, ¿qué papel cree que está jugando el escritor de hoy?
Ninguno. La lectura no depende del escritor: si fuera así, cada escritor se ocuparía de crear millones de lectores. La decisión de leer o no leer es de cada uno de nosotros. Tal es el poder del lector que es sólo con el paso del tiempo como podemos saber qué escritores permanecerán en los anaqueles. A pesar de tener millones de lectores, Paulo Coelho desaparecerá en las cloacas del tiempo, porque sus libros no tienen nada que decir. En cambio, Juan Rulfo, con muchos menos lectores, ya está en la Biblioteca Universal, conversando con Homero y con Borges. Un escritor debe creer en la inteligencia de sus lectores. Pero, por sobre todo, debe creer en la integridad de su obra y tratar de no traicionarla. Todo el resto es prostitución.
Usted ha dedicado gran parte de su vida a estudiar el acto de leer. ¿Tiene algún ritual particular de lectura?
Mis métodos de lectura no pueden ser los de otro: cada uno tiene que encontrar su propia manera de respirar, de caminar, de comer, de hacer el amor, de dormir y de leer. Aquí no hay reglas. Yo me despierto a las seis y, casi dormido, me voy a mi oficina con mi perra y leo un canto de la Divina comedia, con un comentario distinto cada vez, y tomo notas: tengo un cuaderno para cada canto, y ya he recorrido los cien cantos docenas de veces. Luego desayuno y me paso la mañana escribiendo. Por la tarde, después de la siesta, leo: ensayos, novelas, poesía, teatro; eso depende de mi humor y del azar. Novelas policiales, poesía mística, ensayos políticos... Ahora mismo estoy leyendo poemas de Meekings y de Lorna Crozier, cuentos de Cees Nooteboom, un ensayo de John Freccero (sobre Dante), otro de Svetlana Alexievitch (sobre Rusia), el diario de Sergio Pitol, relatos de Amos Oz, novelas de Juan Gabriel Vásquez y Sian Antoon.
¿Ha cedido a la tentación de combinar su lectura de libros de papel con la de libros en tabletas?
Desgraciadamente, no tengo tiempo para esas cosas. A mi edad (voy a cumplir 66) prefiero los viejos conocidos a la fatiga de hacerme amigos nuevos.
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