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terça-feira, 17 de setembro de 2013

EL HÉROE DISCRETO


Así escribe:

... La hiel, la decepción, la cólera impregnaban no sólo sus palabras y su voz, también la mueca que le retorcía la boca, las manos que estrujaban la servilleta. –Pudo ser una alucinación, una pesadilla –murmuró Rigoberto, sin creer lo que decía–. Con la cantidad de drogas que te metieron en el cuerpo puedes haberte soñado todo eso, Ismael. Desvariabas, yo te vi.

–Yo sabía muy bien que mis hijos nunca me quisieron –prosiguió su jefe sin hacerle el menor caso–. Pero no que me odiaran hasta ese extremo. Que llegaran a desear mi muerte, para heredarme de una vez. Y, por supuesto, farrearse en dos por tres lo que mi padre y yo levantamos a lo largo de tantos años, rompiéndonos los lomos. Pues no. Las hienas se van a quedar con los crespos hechos, te aseguro.

Aquello de las hienas les sentaba bastante bien a los dos hijitos de Ismael, pensó Rigoberto. Unas buenas piezas, a cual peor. Ociosos, jaranistas, abusivos, dos parásitos que deshonraban el apellido de su padre y su abuelo. ¿Por qué habrían salido así? No por falta de cariño y cuidado de sus padres, desde luego. Todo lo contrario, Ismael y Clotilde siempre se desvivieron por ellos, hicieron lo imposible por darles la mejor educación. Soñaban con hacer de ellos dos caballeritos. ¿Cómo demonios se volvieron el par de bellacos que eran? Nada raro que hubieran tenido aquella siniestra conversación al pie de la cama de su padre moribundo. Y encima brutos, ni siquiera pensaron que podía escucharlos. Eran capaces de eso y de peores cosas, desde luego. Rigoberto lo sabía muy bien, en todos estos años había sido muchas veces el paño de lágrimas y confidente de su jefe de las barrabasadas de sus hijitos. Cuánto habían sufrido Ismael y Clotilde con los escándalos que provocaron desde jovencitos.

Habían ido al mejor colegio de Lima, tenido profesores particulares para más materias en las que flaqueaban, hecho curos de verano en Estados Unidos e Inglaterra. Aprendieron inglés, pero hablaban un español de analfabetos mechado con toda esa horrible jerga y apócopes de la juventud limeña, no habían leído ni un libro ni acaso un periódico en su vida, probablemente no sabían las capitales de la mitad de los países latinoamericanos y ninguno había podido aprobar ni siquiera el primer año de universidad. Se habían estrenado en fechorías todavía adolescentes, violando a aquella chiquilla que se levantaron en una fiestecita de medio pelo, en Pucusana.

(Texto de “El héroe discreto”)

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