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segunda-feira, 2 de setembro de 2013

EL FÚTBOL

El fútbol, la Torre de Babel y la mitología
por Luciano López Gutiérrez en La Opinión de Zamora - España

De todos es sabido que el fútbol fue inventado por los ingleses, por lo que no es extraño que, desde un principio, en su terminología menudeasen anglicismos (felizmente muchos de ellos sustituidos o desterrados) como penalti, gol, referee, linier, sponsor, friki, offside....

Sin embargo, la pasión que se pone en este espectáculo, que a veces se trasforma en una sublimación de la guerra (de hecho el golpeo fuerte del balón es aludido mediante metáforas bélicas: disparo, cañonazo, tiro, obús...) provoca que, en muchas ocasiones, nos topemos en su vocabulario con términos sacados de la poesía épica antigua o de la mitología grecolatina.

Así, comienza a ser muy frecuente que, cuando un equipo está recibiendo un severo correctivo y apenas queda tiempo para la reacción, los locutores afirmen que solamente será posible la ansiada victoria apelando a la épica, palabra relacionada con el término latino epicus y el griego epikós, que acabaron sirviendo para referirse a unos poemas de tono elevado, en que se relataban las hazañas de dioses y héroes, de tal forma que, al usar esta expresión, los comentaristas están comparando las corajudas incursiones de los laterales por su banda con los indelebles combates de griegos y troyanos que narró Homero en broncíneos hexámetros, o con el peligroso viaje de Ulises, el versado en mil artimañas, a través de los cambiantes mares, a merced de las tormentas, de los monstruos, de las sirenas, de los cíclopes antropófagos, y de la tiranía de diosas y magas, que no sabe uno muy bien qué será peor.

También dos de los puestos claves en cualquier equipo nos remontan a la Antigüedad. Me refiero al de portero y al de delantero centro. En la actualidad, no pocas veces se denomina al guardameta cancerbero, sin duda recordando al mismísimo Cancerbero, el perro, provisto de tres cabezas y serpiente en lugar de cola, encargado de vigilar las puertas del Hades, o Mansión de los Muertos, para que los difuntos no salieran al mundo bañado por la luz del sol, ni los vivos visitaran las oscuras mazmorras infernales, si bien algunos lo lograron, como el piadoso Eneas, padre de Roma, con la ayuda de una mágica rama dorada, o el músico Orfeo, gracias a que con su enhechizante lira logró amansar a la fiera.

Y por lo que respecta al delantero centro, habitualmente el jugador con más instinto goleador del equipo, hay que decir que también está asociado a un nombre latino en el que resuenan voces de gesta, ya que, con frecuencia, los periodistas se refieren a él con la denominación de ariete, del latín aries arietis («carnero»), que antaño se usaba para referirse a una viga rematada con la cabeza de este animal en uno de los extremos, que servía como máquina de asalto, de tal forma que el fornido futbolista que desarbola la defensa rival es comparado a la robusta viga con la efigie de un carnero de retorcida cornamenta, que abatía las sólidas puertas de las murallas empujada por las torvas mesnadas ávidas de botín y sangre.

Sin embargo, los actuales idiomas romances también están aportando sus palabras a nuestro lenguaje futbolístico, a través de las cuales muestran su distinta concepción de este entretenido juego. Así el italiano con el vocablo catenaccio «cerrojo», relacionado con el latín catena «cadena» y con nuestro candado, nos declara abiertamente que lo que más buscan las escuadras de este país es el atrincheramiento, el repliegue sobre sí mismas para mantener su portería a cero, con objeto de aprovechar cualquier descuido del rival.

Ahora bien, algo completamente distinto nos revelan los lusismos, o vocablos procedentes del portugués, que también son de uso común entre los aficionados, pues, al provenir generalmente de Brasil evocan el reino de la fantasía, de lo inverosímil, de lo mágico. Piénsese en expresiones como folha seca, forma de disparar a puerta inventada por el desaparecido Didí, que consiste en golpear el balón de tal manera que coja una trayectoria muy ascendente para bajar después súbitamente hacia la portería; o paradinha, lanzamiento de un penalti parando por sorpresa antes de llegar al balón para provocar la estirada a destiempo del portero.

Y también ha acudido nuestro propio idioma a metáforas o metonimias, de aquende o allende de los mares, para aludir a lances del juego o a los propios elementos del mismo: túnel o caño (pasar al contrario el balón entre las piernas), vaselina (hacer que la pelota describa una suave parábola para salvar la altura del portero u otros jugadores y aterrizar mansamente en la red), sombrero (dar un ligero toque al esférico hacia arriba para salvar la entrada del contrario y controlarlo acto seguido rápidamente), cuero (balón), zaga (arabismo que alude a la retaguardia del ejército, otra vez el belicismo), rabona (golpear el balón con las piernas cruzadas, precisamente con la retrasada, no con la que soporta el peso del cuerpo), tridente (tres delanteros en punta)...

Así como, a la composición y derivación, los dos mecanismos para crear palabras nuevas partiendo de las ya existentes: balompié, centrocampista, carrilero (jugador que realiza incursiones por las bandas), arquero (portero), pañolada (flamear de pañuelos en protesta por el juego del equipo o por descontento con el presidente, entrenador, o árbitro)...

E incluso este lenguaje tan vivo de los futboleros ha invadido el lenguaje cotidiano y sirve para la creación de frases figuradas de estilo coloquial como: casarse de penalti (deprisa y corriendo por embarazo inesperado) o meterle a alguien un gol (sorprenderlo o engañarlo).

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