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sexta-feira, 18 de outubro de 2013

LA LENGUA VIVA

Neologismos y confusiones
Amando de Miguel


Nada hay más confuso en el lenguaje que introducir palabras que no están en los diccionarios o que proceden bonitamente de otros idiomas. A veces es un atrevimiento y hasta una gracia del estilo, pero otras no es más que vanidad o apariencia. Las palabras raras pueden serlo para el común de los oyentes o lectores pero no para una minoría profesional, que las maneja con soltura. Vamos a ver algunas ilustraciones.

A propósito de la tribología (= la ciencia del rozamiento) y su aplicación a la vida humana, Gabriel Ter-Sakarian Arambarri me da una pista muy interesante. Por lo visto, al goce del rozamiento de la piel en una pareja las lesbianas lo llaman tribada, un galicismo. Por cierto, hora es ya de cambiar el nombre de lesbianas por safistas. No creo que en la isla de Lesbos todas las mujeres fueran homosexuales, fuera de la poetisa Safo y sus amigas.

Francisco Moreno Doncel vuelve a la carga con lo de la resiliencia y lógicamente resiliente, aplicado a la conducta humana. Viene a ser algo así como la capacidad para reponerse de las adversidades con la paciencia del santo Job. De acuerdo, don Francisco. Creo que debemos aceptar ese palabro tan útil ante tanto estrés como nos rodea. Podríamos seguir con resistencia o dureza, pero no son tan expresivas. Además, da placer el empleo de palabras nuevas y de difícil pronunciación, como resiliencia. Me han dicho que ya se anuncian cursos sobre la materia. Lo del coaching va quedando atrás.

Domingo de Fuenmayor ha registrado este cartel: "Musealización del yacimiento arqueológico de Cuenca". Hombre, se entiende, sobre todo porque últimamente se musealiza todo, pero todavía resulta un poco extravagante. Lo que no entiendo bien es esa otra moda de los "yacimientos de empleo".

En mi último libro (Hablando pronto y mal, Espasa) construyo un hipotético continuo entre palabras que suenan bien y palabras que suenan mal. En el primer polo teníamos, por ejemplo, "olla podrida", en su origen "olla poderida" o con mucho poder energético, pues el puchero contenía chorizo, jamón, tocino, etc. Es el compango del cocido o de la fabada. Eso está muy bien, pero últimamente oigo cada vez más la locución "olla podrida" con el sentido contrario: lo más despectivo posible. Sirve para resumir los vicios más nefandos. Habrá que ponerse de acuerdo. Si no se ha leído el Quijote, quizá no se caiga en lo palatable que resulta una buena olla podrida.

Hay una palabra que antes sonaba mal: contundente. Suponía algo así como violencia, algo rechazable. Ahora se ha situado en el polo opuesto. "Contundente" es lo mejor que se puede decir de un político.

Otro caso de confusión es la voz vergonzante. Su sentido original es el de calificar a la persona que siente vergüenza. Por ejemplo, un pobre de solemnidad, un pobre vergonzante, que ni siquiera se atreve a pedir limosna. Pero ahora ha entrado con fuerza otro sentido muy diferente: la persona, situación o conducta que causa vergüenza. Para eso últimos teníamos vergonzoso, pero ahora lo que priva es vergonzante para todo. Todas estas alteraciones simplifican el lenguaje, pero también lo oscurecen.

Tradicionalmente, lo "complicado" era lo contrario de lo simple. Pero ahora se impone otro sentido: es lo contrario de lo fácil. Oído en un telediario: "El diálogo entre Estados Unidos e Irán es muy simple, pero es muy complicado". Me quedé patidifuso. Luego lo pensé. Ha querido decir que ese diálogo, vistos los antecedentes, resulta muy difícil, aunque es bien sencillo, tanto como llamarse por teléfono.

Hay veces en las que la expresión parece muy clara, pero su comprensión se hace ardua. Por ejemplo, cuando la información sobre el tiempo (la que tiene más audiencia) nos dice que va a haber "lluvias dispersas". Es decir, que no nos pueden decir si va a llover o no en nuestro pueblo. Igual de impreciso es lo de "grandes claros". Tampoco nos dice mucho que se anuncien “nubes de evolución”. ¿Es que hay nubes que no evolucionan? Por cierto, los meteorólogos de la radio o la tele nunca piden perdón cuando se equivocan en sus predicciones. Bueno, tampoco los economistas o los sociólogos.

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