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quinta-feira, 2 de janeiro de 2014

LA LENGUA VIVA











Significados difíciles
Amando de Miguel



José L. Martín Tordesillas discrepa de la "versión pintoresca" (dice él) que da el filólogo Damián Galmés del apellido La Cerda. La versión de don José Luis es que se debe a que el primer La Cerda, Fernando de la Cerda, "nació con una especie de crin de caballo en la espalda". De ahí el mote, que se convirtió en apellido ilustre. Esa me parece a mí una versión todavía más pintoresca. Con ella no se explica por qué los descendientes de don Fernando no se cambiaron el apellido por otro que pudiera ser menos infamante. Hay otros correos en los que se apoya la tesis de la "crin en la espalda", aunque se refieren más bien a una mata de pelo en el pecho del bebé. Me parece tan inverosímil como pretender que a Cicerón se le llamaba así por un grano (cícero) que tenía en la cara. La historia más fehaciente es que la familia de Cicerón era agricultora y comerciaba con guisantes y garbanzos. Esos eran los quíqueros.

Maribel Fernández comenta con gracia que debemos tener cuidado con la palabra anfitrión (= el que invita con esplendidez). La razón es que el Anfitrión de la historia es un personaje de la mitología griega cuya mujer se acostó con Zeus. Por tanto, anfitrión es tanto como decir cornudo. Añado que, efectivamente, la cosa tiene gracia, pero en la mitología griega el comportamiento de Zeus no fue nada extemporáneo o vituperable. Además, en el relato de Anfitrión todo se aclaró al final y su mujer no fue culpable de nada. Ha quedado lo fundamental, que el tal Anfitrión, aparte de belicoso, daba unos banquetes muy generosos.

José Antonio Martínez Pons plantea la batallona cuestión de las relaciones entre la estadística y la democracia. Su parecer es que la regla de la mayoría en las elecciones no confiere ninguna cualidad moral al ganador. Tiene razón el mallorquín, pero es que la democracia nunca ha pretendido ese dislate de atribuir cualidades morales. Simplemente la regla de que el ganador de una elección es el que logra la mayoría y con ello asegura la transmisión pacífica del poder. Una consecuencia de ese principio es la validez del jurado popular en lugar de la decisión de un juez de carrera. El de Mallorca razona que el número 12 (el de los jurados) es bastante pequeño como para asegurar una sentencia justa. Le doy la razón. Personalmente no me place el sistema de jurado popular, sobre todo si no me considero culpable en un juicio.

En otro correo, don José Antonio me reprocha que se me haya escapado la "fea palabra esponsorización, cuando lo bonito es patrocinio". Lo siento. Si Homero a veces dormitaba, qué no se dirá de mí. Aun así, distinguiría entre patrocinador, cuando el que ayuda no desea publicidad, y espónsor, cuando esa munificencia pretende darse pisto. Yo he tenido ejemplos de los dos tipos en algunos de mis trabajos. Señalo dos admirables. Mercadona me dio un dinero para que yo escribiera un libro sobre alimentación, pero la empresa no quiso figurar de un modo destacado. Lo mismo hizo Alfonso Escámez (Banco Central) cuando patrocinó los informes sobre la Sociedad Española de la Universidad Complutense en los años 90. Hay señores que son señeros.

Jaime Lerner (desde Tel Aviv) sostiene con fundamento que la voz milicia en el famoso versículo de Job ("milicia es la vida del hombre sobre la Tierra") está mal traducido. Sería mejor decir brega, en el sentido de empeño con dificultad y penalidades. Añado que es una palabra que utiliza mucho Unamuno. Modestamente yo la he oído con frecuencia a mis padres. En su origen la brega es un rodillo por el que pasa la masa del pan. Se supone que la masa debe pasar por ese sufrimiento para que pueda salir un pan más rico. Otro sentido de brega es disputa ruidosa, alboroto.

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