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sexta-feira, 14 de fevereiro de 2014

AMAR EN ESPAÑOL










Te amo, te quiero, te adoro... I love you, Eu te amo, Io ti voglio bene, Je t’aime, Ich liebe dich... ¿Amar cambia de acuerdo al idioma?
Por Ana Teresa Toro / ana.toro@elnuevodia.com


Aceptémoslo. El español es un idioma dramático. Si las palabras fueran a color, tendríamos tonalidades de sobra para nombrar las tantas gradaciones y matices de las muchas formas de expresar lo que se siente cuando se quiere, cuando se ama, cuando se adora al ser humano culpable de nuestro mariposeo estomacal.

En español, sabemos bien, que decir te adoro no es lo mismo que decir te quiero, que amar es un asunto más serio -quizás incluso- más visceral, de mayor compromiso que el querer. El verbo amar, nos recuerda el diccionario, remite a la idea de sentir amor por alguien o por algo, incluso se acerca al verbo desear. Querer es un asunto semántico más cercano a la posesión, lo que quieres lo deseas, te apetece y ya como segunda acepción nos remite al amar, al sentir cariño. Si pensamos en adorar, la cosa se vuelve ante todo sagrada y reverencial, y apenas la cuarta acepción habla de “amar algo con extremo”.

Entonces, así, una palabra lleva a la otra y cuando uno se da cuenta, la idea del amor que culturalmente hemos construido -con todas sus herencias y actualizaciones- está rodeada de palabras que se pisan los talones. Pero ninguna significa lo mismo que la otra. De manera que en español ‘amar’ puede que sea un asunto de diversidad.

Y si se piensa en el inglés, el idioma que más cercano tenemos como referencia, el contraste no puede ser mayor. ¿Cuántas veces algún hablante del español como lengua materna no se habrá preguntado el nivel de intensidad de un I love you? ¿Me quiere o me ama? ¿Acaso me adora? ¿Qué quiso decir?

Y esas preguntas son apenas la punta del iceberg, porque bajo todo ello están algunas de las preguntas que multiplicidad de disciplinas del saber se han planteado, con resultados diametralmente opuestos. Pues, si es el idioma nuestro primer gran filtro para el mundo, si las cosas existen en nuestro universo conocido porque somos capaces de nombrarlas, entonces, ¿cambia el amor de acuerdo al idioma?

“Sí, pero más que el idioma yo diría que el lenguaje, porque no importa el idioma que sea, el lenguaje siempre es insuficiente para transmitir la experiencia amorosa. Las palabras no nos dan. Es una experiencia demasiado grande que trata de pasar por un embudo muy pequeño”, argumenta el psicoanalista Alfredo Carrasquillo quien recuerda que, ante todo, el amor es una experiencia que tiene todo que ver con los sentidos. “Y lo que pasa es que el lenguaje permite darle sentido a esa experiencia, de otra manera queda desordenada”, abunda.

“Con el idioma viene una experiencia cultural que lo acompaña, que hace que usemos el cuerpo de una manera particular. El español, por ejemplo, es mucho más rico en variedad que el inglés donde hay una sola expresión. Es como la tabla de colores, donde yo veo un verde los pintores ven 15 o 30 tonos distintos”, ejemplifica toda vez que cita al psicoanalista francés Jacques Lacan quien decía que “la función del lenguaje no es comunicar sino evocar”.

“Es que algo nos hace sentido porque evoca otra cosa, en el amor, las cosas que nos decimos evocan experiencias porque la expresión de la persona amada nos conmueve, nos erotiza”, dice Carrasquillo quien sí considera que el idioma que hablamos incide en la manera en que experimentamos el amor. “Son experiencias condicionadas por el lenguaje, como con qué rapidez o lentitud llega cierta intensidad o cómo ciertas intensidades nos asustan por lo rápido que llegan”, reflexiona.

amar.

(Del lat. amare).

1. tr. Tener amor a alguien o algo.

2. tr. desus. desear.

El tema es uno de esos asuntos seductores y complejos dentro de la disciplina de la traducción.

“Es interesante la gradación de querer y amar. Hay una distinción. Incluso por ejemplo en España, donde siempre se usa te quiero, el te amo se usa muy poco... Hay una gradación que te obliga a revelarte porque es más definitorio. Al decirme que me quieres, de alguna manera me estás diciendo también que no me amas y eso es una señal”, observa el poeta y traductor Alejandro Álvarez Nieves para quien el preámbulo o el foreplay amatorio verbal del español es más largo, más intenso.

“Sí, el idioma incide en nuestra capacidad para definir un sentimiento. Se pensaba que era algo amorfo e indescriptible y que el lenguaje traducía eso, pero en las últimas teorías, no podemos pensar algo sin el lenguaje, se puede aprender a amar en el idioma”, abunda.

A la hora de llevar una experiencia como esa a otro idioma basta ser consciente de lo que implica una traducción. “Por definición pierde porque no estás emitiendo desde el mismo lugar. No es una reescritura, ni una imitación, calco o fotocopia. Todo traductor sabe que nunca va a quedar igual. Quizás para definir qué tipo de love, haga falta un adjetivo”, elabora Álvarez Nieves, profesor de traducción en el sistema UPR.

querer.

(Del lat. quaerere, tratar de obtener).

1. tr. Desear o apetecer.

2. tr. Amar, tener cariño, voluntad o inclinación a alguien o algo.

3. tr. Tener voluntad o determinación de ejecutar algo.

En una vertiente opuesta a este análisis se posiciona el director de la Academia Puertorriqueña de la Lengua y poeta, José Luis Vega. A su juicio, no se trata de que el idioma provoque la pluralidad en la expresividad en torno al amor sino que “en mi opinión, es nuestra manera de ser, el carácter latino que heredamos lo que implica una expresividad muy particular que se refleja en el idioma”.

“No es que el idioma lo provoque sino que la cultura, nuestro temperamento lo provoca”, afirma y recuerda que la cultura y el idioma son elementos simbióticos.

“Hay toda una tradición, es la idea platónica del amor la que engendra la poesía trovadoresca. En los libros de caballería hay toda una tradición de idealización y exaltación del sentimiento amoroso que llega hasta nuestros días tanto en un bolero como en una bachata. Sobran los referentes filosóficos y literarios y eso llega a la cultura popular”, expone Vega quien considera que es a eso a lo que se acomoda el idioma. “Yo no parto del principio de que el idioma suscita cierto tipo de actitud o estructura que permite decir unas cosas y otras no, son las culturas, los pueblos, los hablantes”.

adorar.

(Del lat. adorare).

1. tr. Reverenciar con sumo honor o respeto a un ser, considerándolo como cosa divina.

2. tr. Reverenciar y honrar a Dios con el culto religioso que le es debido.

Curiosamente, los expertos consultados recurrieron en distintos momentos al mismo ejemplo tomado del portugués. Se trata del vocablo “saudade” que alude a un sentimiento cercano a la melancolía que llega con la distancia de tiempo o espacio de la persona amada pero que a su vez no es ni nostalgia, ni del todo melancolía, es un poco añoranza o más o menos una soledad entre alegre y triste. Quizás la definición más precisa viene de la literatura. El escritor portugués Manuel de Melo la definió en alguna ocasión como un estado de ánimo que es un “bem que se padeçe y mal de que se gosta” (un bien que se padece y un mal que se disfruta).

Entonces, ¿sentimos “saudade” en español? ¿O esa sensación se diluye porque somos incapaces de apalabrarla?

Pasa igual con el amor, ¿amamos con más niveles de intensidad, con más volúmenes para el amor que en inglés? ¿O es el inglés una lengua más total porque se entrega todo de la primera, en una sola palabra? ¿Amamos distinto de acuerdo al idioma?

Preguntas abiertas para el embudo de la palabra.

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