´Judiada´ es expulsiva
17.04.2014 | 05:30
Marilda Azulay - http://www.levante-emv.com/opinion/2014/04/17/judiada-expulsiva/1101874.html
Todavía se está a tiempo de que la versión vigésimo tercera del Diccionario de la lengua española elimine de entre sus entradas la palabra judiada. Esta vez quizás pueda suceder ante la decisión del Gobierno de modificar el Código Civil para conceder la nacionalidad española a los descendientes de los judíos expulsados en 1492, calculando las organizaciones sefardíes que 3,5 millones de personas podrían acogerse a esta medida. Considerándose a sí misma la RAE «un mero notario de la lengua», sin promover, legitimar ni aconsejar o desaconsejar el uso de una palabra, quizás también pueda suceder porque, como afirmaba su secretario, Darío Villanueva, «la sociedad evoluciona y van dejando de tener vigencia ciertos términos. Y por ese motivo salen del Diccionario».
Pero la pregunta no es si debe o no registrarse o cómo, sino, al preguntárnoslo, qué responsabilidades achacamos a la lengua. Para Unamuno, «mientras los judíos de Oriente conserven el habla española (...) viertan en español sus sentires y sus añoranzas, será su patria esta España que tan injusta y cruel fue con ellos». Judíos españoles que lo fueron de Oriente por decreto tras declaración del judaísmo como un detestable crimen, pero a quienes nadie pudo impedir que conservaran su lengua como un tesoro. Gonzalvo de Illescas, viajero español, escribió en 1650: «Los judíos han traído a Turquía nuestro idioma, al que han permanecido fieles hasta hoy». Otros, en 1860, quedaron asombrados al oír el español en las calles de Tetuán; más tarde también se sabría que la mitad de la población de Salónica hablaba español y que en Constantinopla se publicaban periódicos como La Voz o El Tiempo. Blasco Ibáñez escribió acerca «de Galata, en Constantinopla, el Barrio de los Españoles, como lo titula la topografía popular, donde 28.000 judíos (...) emplean en el seno de la familia un castellano arcaico que es la lengua sagrada».
Mientras leo a García de la Concha „«no podemos quitar la acepción peyorativa de judiada porque un lector de Quevedo no entendería a Quevedo»„ pienso en el futuro que queremos y no en el pasado que tuvimos. Pasado en el que, tras un auto de fe en el que se condenó y quemó a seis judaizantes, Francisco de Quevedo dirigió a Felipe IV Execración contra los judíos y escribió que «quemar y ajusticiar los judíos será castigo (...) en todas las puertas de Vuestros reinos han de hallar muerte y cuchillo (...) Perezcan, Señor, todos (...) siempre malos y cada día peores». En ninguna de las ediciones a las que he accedido he encontrado judiada. Pero no veo el problema en entender a Quevedo. Como no lo hay respecto de la actuación inquisitorial, aún atendiendo a las acepciones de inquisición, inquisidor o inquisitorial.
Tras la denegada supresión de judiada del Diccionario „no hace mucho, acción cruel e inhumana; hoy, acción mala, que tendenciosamente se consideraba propia de judíos„ me viene a la mente la observación de Imre Kertész de que quien ha sido humillado una vez, lo seguirá siendo eternamente. Incluso en su lengua, añado. Como decía de «un lenguaje que es el mundo de la conciencia de una sociedad que continúa funcionando con indiferencia, un lenguaje en el que el expulsado sigue siendo siempre (...) un extraño», judiada, cuyo uso debería verse como un trauma de la civilización, me hace sentir una extraña en mi lengua. Y vuelvo a citar a Kertész, Nobel de Literatura, superviviente de Auschwitz: «La xenofobia, el antisemitismo, son, sobre todo, lenguaje; y quienes lo utilizan a veces saben perfectamente, creo yo, a qué destrucción y a qué crímenes puede conducir tal uso del lenguaje».
Pero la pregunta no es si debe o no registrarse o cómo, sino, al preguntárnoslo, qué responsabilidades achacamos a la lengua. Para Unamuno, «mientras los judíos de Oriente conserven el habla española (...) viertan en español sus sentires y sus añoranzas, será su patria esta España que tan injusta y cruel fue con ellos». Judíos españoles que lo fueron de Oriente por decreto tras declaración del judaísmo como un detestable crimen, pero a quienes nadie pudo impedir que conservaran su lengua como un tesoro. Gonzalvo de Illescas, viajero español, escribió en 1650: «Los judíos han traído a Turquía nuestro idioma, al que han permanecido fieles hasta hoy». Otros, en 1860, quedaron asombrados al oír el español en las calles de Tetuán; más tarde también se sabría que la mitad de la población de Salónica hablaba español y que en Constantinopla se publicaban periódicos como La Voz o El Tiempo. Blasco Ibáñez escribió acerca «de Galata, en Constantinopla, el Barrio de los Españoles, como lo titula la topografía popular, donde 28.000 judíos (...) emplean en el seno de la familia un castellano arcaico que es la lengua sagrada».
Mientras leo a García de la Concha „«no podemos quitar la acepción peyorativa de judiada porque un lector de Quevedo no entendería a Quevedo»„ pienso en el futuro que queremos y no en el pasado que tuvimos. Pasado en el que, tras un auto de fe en el que se condenó y quemó a seis judaizantes, Francisco de Quevedo dirigió a Felipe IV Execración contra los judíos y escribió que «quemar y ajusticiar los judíos será castigo (...) en todas las puertas de Vuestros reinos han de hallar muerte y cuchillo (...) Perezcan, Señor, todos (...) siempre malos y cada día peores». En ninguna de las ediciones a las que he accedido he encontrado judiada. Pero no veo el problema en entender a Quevedo. Como no lo hay respecto de la actuación inquisitorial, aún atendiendo a las acepciones de inquisición, inquisidor o inquisitorial.
Tras la denegada supresión de judiada del Diccionario „no hace mucho, acción cruel e inhumana; hoy, acción mala, que tendenciosamente se consideraba propia de judíos„ me viene a la mente la observación de Imre Kertész de que quien ha sido humillado una vez, lo seguirá siendo eternamente. Incluso en su lengua, añado. Como decía de «un lenguaje que es el mundo de la conciencia de una sociedad que continúa funcionando con indiferencia, un lenguaje en el que el expulsado sigue siendo siempre (...) un extraño», judiada, cuyo uso debería verse como un trauma de la civilización, me hace sentir una extraña en mi lengua. Y vuelvo a citar a Kertész, Nobel de Literatura, superviviente de Auschwitz: «La xenofobia, el antisemitismo, son, sobre todo, lenguaje; y quienes lo utilizan a veces saben perfectamente, creo yo, a qué destrucción y a qué crímenes puede conducir tal uso del lenguaje».
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